Martes, 27 de mayo de 2008 | Hoy
TEATRO › ENTREVISTA A ALEJANDRO TANTANIAN, AUTOR Y DIRECTOR DE LOS SENSUALES
El actor, dramaturgo, cantante y director se basó en la novela Los hermanos Karamazov para su montaje de Los sensuales. “En esta obra pude unir drama y música, que en mí estaban muy disociados”, señala.
Por Hilda Cabrera
“Si alguien viniese a ver algo cercano a Los hermanos Karamazov no sé si lo va a encontrar.” El actor, dramaturgo, cantante y director Alejandro Tantanian no desea crear falsas expectativas, pero admite que consideraría un logro que algo de esa novela de Fedor Dostoievski –finalizada en 1880, pues la muerte impidió al autor completar la segunda parte– fuera detectado en su montaje de Los sensuales. Tantanian se atrevió tiempo atrás con El príncipe idiota (1869), no como traslación sino a modo de cantera inspiradora de Los mansos. La recién estrenada puesta de Los hermanos... fue conformándose en base a improvisaciones sobre aspectos de una novela que cuenta con varios capítulos o libros. El tercer libro se denomina Sensualistas y es, acaso, el de mayor presencia en el melodrama que puede verse los viernes y sábados a las 23, en El Camarín de las Musas.
–¿El parricidio sigue siendo el eje de esta historia?
–Esa es una de las líneas de esta puesta. Otra es el tratamiento de las ideas. Dostoievski es un novelista y filósofo extraordinario cuyos personajes encarnan ideas. Construye historias haciendo colisionar ideas. Esto me interesa, como su sondeo sobre la idea de Dios y el papel que juegan la voluntad y la imaginación. Me pregunto si éstas construyen la idea de Dios o si la idea de Dios las precede.
–¿A la manera de una superestructura que organiza el material humano?
–Eso queda en el fondo. En realidad, intenté construir una trama novelesca y melodramática diferente de Los mansos, que tenía una dramaturgia poética pero críptica.
–El capítulo Sensualistas (de la novela) incorpora, finalmente, artificios propios del melodrama...
–Que Dostoievski consumía muchísimo, sobre todo el melodrama de origen francés. Era fanático de Eugène Sue (1804-1857) y de Victor Hugo (1802-1885). En su literatura hay elementos del género popular y de la novela por entregas, recreados desde un pensamiento filosófico.
–¿Dando a cada personaje un lenguaje propio?
–Un lenguaje que proporcionaba vivacidad al texto y generaba la tensión necesaria para que el lector fuera a comprar el periódico donde aparecían los capítulos.
–En cuanto a su trabajo sobre la música, ¿qué considera nuevo en Los sensuales?
–Creo que pude unir drama y música, que en mí estaban muy disociados. Hice teatro desde los ’80, estudiando con maestros muy rigurosos, como Laura Yusem, Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené, Ricardo Monti, Mauricio Kartun. Extraordinarios. A mediados de los ’90 me decidí por el canto y comencé a estrenar De lágrimas, De protesta, De noche. En Los sensuales, pude armar un melodrama en el sentido más clásico, el de antecedente de la comedia musical, género que me interesó desde chico. Era feliz viendo El diluvio que viene o Están tocando nuestra canción, con Valeria Lynch y Víctor Laplace, en el Odeón (de Corrientes y Esmeralda), cuando todavía no había sido demolido (en 1990). Me fascinaba ese género encapsulado por la “alta cultura”.
–¿Cree que se lo desmerecía?
–La comedia musical iba por otro camino. Cuando estrené De lágrimas, en 2002, sentí que mejoraba mi comunicación con el público, y eso me produjo gran placer.
–¿Y Los sensuales?
–Pretendo que se vea como una obra coral, donde los actores cantan y hay música en vivo.
–¿Qué lugar ocupa el parricidio en este melodrama?
–Está algo relegado. Me interesaba que hubiera gran energía emocional y, sobre todo, me importó no utilizar la parodia para sostener el melodrama. Presté atención a las cualidades de la literatura de Dostoievski, por ejemplo al empleo del espacio y el tiempo, que es más una proyección de los personajes que un tiempo real. Mi impresión es que los personajes pierden noción del tiempo racional.
–¿Y respecto del espacio?
–En Dostoievski, los espacios tienen una especie de umbral que separa y al mismo tiempo ofrece continuidad: una habitación con una puerta que se abre a un pasillo o comunica con otra habitación, a veces abarrotada de gente, o lugares de tránsito, con personajes que están yendo hacia o viniendo de, a veces de oscuros callejones.
–¿A la manera de escenarios de muerte?
–De muertes tremendas. El melodrama permite esos excesos. Por ejemplo, que un personaje entregue una carta a otro y que éste, al quedar solo, sienta que se ha enamorado locamente de ese que se fue y que hasta sería capaz de matar por él. Esa condensación emocional, especie de aceleración del tiempo, es difícil de actuar para los que tenemos una formación psicologista y necesitamos una suerte de pequeñas sumas para llegar a un resultado. En Los sensuales, los actores tienen que pasar de uno a mil.
–¿Dónde ubica en su obra la “perversa sensualidad” atribuida a Dostoievski?
–En la obra, la pregunta va por la línea del deseo: ¿qué es el deseo? ¿Está regido por una ley? ¿Qué hace que una persona se revista de sensualidad? Descabezado el padre se produce el caos. El aire se envenena como atravesado por una peste. El asesinato del padre confunde: los personajes se obnubilan y los hermanos copulan, pero queda un lugar para la redención.
–¿Por el sufrimiento que inflige la conciencia?
–Esa idea no opera hoy de la misma forma que entonces.
–Quizá sí asociada a conceptos como justo e injusto: Dostoievski fue encarcelado y condenado a muerte. Pena que se le conmutó por trabajos forzados en Siberia, donde conoció a un prisionero acusado de parricidio, que después supo era inocente.
–Esa es una mirada más actual. Fue condenado por hacer circular textos que se vieron como una amenaza al régimen zarista. Estuvo ocho años preso; pasó por situaciones extremas y sufrió mucho la muerte de su pequeño hijo Aliosha, nombre de uno de los personajes de Los hermanos...
–¿A qué se debe su fascinación por Dostoievski?
–Es un autor muy ligado a mi historia personal. Mi mamá nació en Rusia, en un pueblo cercano al Mar Negro, pero su origen es armenio, como el de toda mi familia. El interés por Dostoievski me viene de mi padrino, primo hermano de mi mamá. Desertó del frente ruso. Fue perseguido, y él y parte de su familia debieron huir. Migraron por Europa hasta llegar a la Argentina. Mi padrino tenía una gran biblioteca, pero no con libros de autores rusos, salvo los de Dostoievski. Yo tenía 8 o 9 años cuando él empezó a leerme estas historias. Este padrino tuvo problemas financieros, deudas, y se suicidó en esa misma biblioteca. Recuerdo que no se podía tocar nada de allí, porque se estaba haciendo el inventario de sus bienes, pero pude robarme dos ejemplares. Para mí Dostoievski es un autor fetiche. No dejo de leerlo, lo entiendo y lo siento como si fuera mi maestro.
–¿Le importa volcar esa carga emocional en Los sensuales?
–Ojalá se descubra algo de esa intensidad mía en la obra.
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