Sábado, 31 de mayo de 2008 | Hoy
TEATRO › RUBéN SZUCHMACHER ESTRENA SU VERSIóN DE HIJOS DEL SOL, DE MáXIMO GORKI
Pieza casi desconocida y extraña, que el director convierte en necesaria para esta época, Hijos del sol “muestra la inoperancia de unos personajes que se aferran a sus discursos mientras la peste y las necesidades van matando a la gente”.
Por Hilda Cabrera
El químico Protasov presiente un futuro magnífico, y lo proclama en breves discursos domésticos que despiertan devoción en algunos de sus escuchas: Los humanos vencerán el miedo a la muerte; serán “hijos del sol”, fuente de energía; vencerán al oscurantismo y a la ignorancia. Frases de este tipo resumen el ideario de este químico protagonista de Hijos del sol, pieza de Máximo Gorki casi desconocida y extraña, que el director Rubén Szuchmacher convierte en necesaria para esta época. Escrita en 1905, cuando su autor sufría prisión en una cárcel zarista por haber participado de la insurrección popular de ese año, sirve al director para completar otros proyectos, como el de armar un equipo estable con los actores y actrices que pasaron por sus talleres y recuperar una tradición del teatro independiente: montar obras con elencos numerosos más allá de la escasez de dinero. “En los últimos años buscaba un repertorio para un solo personaje, y así surgieron los espectáculos con Juana Hidalgo y Graciela Araujo; o para dos, como las obras que presentamos con Ingrid Pelicori y Horacio Peña, pero descubrí que era posible reeditar en Elkafka una experiencia semejante a El siglo de oro del peronismo, donde trabajamos con un elenco importante”, apunta el director, que no se priva de transmitir su queja por ser un olvidado de los teatros oficiales. “No me llaman. Lo último que hice en el Teatro San Martín fue Enrique IV, en 2005, y porque lo pidió Alfredo Alcón”, señala. Respecto de Hijos... aclara que no trabaja para un festival ni para ganarse “un euro perdido en el extranjero”, sino por el gusto de poner en escena esta creación de Gorki, un autor que –dice– “me ofrece una entrada a Chejov, al que todavía no me atrevo”.
–Pero se atreve a Gorki, que conocía a Anton Chejov y lo admiraba.
–Chejov estaba más atento a la individualidad. Gorki, en cambio, era un autor aguerrido, y en particular en esta obra, casi desconocida en nuestro país, aunque fue publicada por una editorial argentina, Quetzal, en 1964. Lo interesante es que la escribió estando en prisión, pero no creó un solo personaje de esos que levantan el dedo adoctrinando. Critica a todos, y tanto a los que provienen de la ciencia y el arte como a los más simples. Muestra la inoperancia de unos personajes que se aferran a sus discursos, mientras la peste y las necesidades van matando a la gente.
–Eso recuerda el prólogo de Gorki publicado en un libro que reúne obras de Chejov (de la editorial Francisco Porrúa), donde se habla de la inutilidad de las opiniones de “amigos”. Una estrategia que consiste en la publicación del texto de uno de ellos, la de otro que se ocupa de objetarlo y la de un tercero que concilia.
–Exactamente. Esa es también la inutilidad del seudoprogresismo. No es común encontrar textos que, como Hijos del sol, retraten con tanta claridad situaciones que parecen hablarnos a nosotros, que no estamos amenazados por el cólera pero padecemos otras pestes. ¿Qué hacen por ejemplo los “intelectuales” de Hijos del sol? Aconsejan cerrar las puertas de las casas para evitar el contagio. ¿Y qué hacemos nosotros?
–Gorki retrata allí a una sociedad decadente...
–Si hago un paralelo y pienso en nuestro país, veo que lo que está en decadencia es, justamente, lo que denominamos progresismo, el de izquierda y el de derecha, porque para mí no es patrimonio de la izquierda. La izquierda es mucho más noble. El progresismo intenta ofrecer soluciones, pero resulta ineficaz, ante todo porque simplifica. Entonces, cuando sucede algo complejo, tremendo, no sabe qué hacer. El mejor ejemplo de esto es la tragedia de Cromañón y todas sus consecuencias. El progresismo no pudo resolver hasta el momento los problemas originados por una tragedia que protagonizaron empresarios y funcionarios que se suponía sustentaban ideas progresistas, como Omar Chabán y Aníbal Ibarra. A partir de esto, cómo se entiende que la discusión pase por el tema de si se abre o no una calle. ¿Qué le pasa a ese progresismo que no puede sacar verdades? Otra situación, pero ya en la obra, es la del hombre que le pega a su mujer. Esto también sucede en nuestra realidad, y la explicación, como en la obra, es que a ese hombre violento y borracho le pegaron siendo chico. Frente a actos como éstos, tanto en la ficción como en el mundo real, los supuestos pensadores no cambian sus discurso.
–¿Quiere decir que se regodean en sus propias palabras?
–En este momento, gran parte de la inteligencia argentina y de los dirigentes no pueden hacer pie en una realidad tan compleja y alterada. Pongamos un ejemplo doméstico como fue el anuncio de aumento del ABL en la Capital. El ibarrismo propuso un bocinazo, y mi pensamiento fue: ¿Y ahora qué hago, me compro un auto para participar de la protesta? Por otro lado, los sectores del macrismo intentan modificar situaciones relacionadas con problemas sociales, pero se confunden y tienen que retroceder. Creo que a esta altura el progresismo no tiene en claro qué es el orden, entonces promociona un desorden nada creativo y totalmente enloquecedor. Detrás de esa actitud está la idea de que cualquier ordenamiento es fascista. La incapacidad para entender al otro va en aumento. Y al llegar a esto uno piensa en los textos que escribió Gorki, textos que vienen del marxismo y desde la lucha, pero donde este autor, que tuvo una vida muy dura, supo entender otras posturas, otras sensibilidades. Gorki entendía a Chejov.
–Lo estimaba, como lo demuestra en sus escritos.
–Es que eran pensadores de fuste y podían comprender qué le pasaba al otro. Chejov nos habla de cuestiones profundas, mientras Gorki atiende en todo momento el plano social, algo que creo es importante reivindicar en el teatro.
–¿Piensa que hoy está ausente?
–Abunda el teatro como juego de estilo de cada creador.
–¿Será por eso que el espectador queda afuera, más allá del valor estético de la obra?
–Exactamente. No es un problema de calidad, sino de cuál es la posición en la que se colocan los artistas en relación con el público y con la sociedad. El teatro es presente y está directamente relacionado con una sociedad en particular. De todos modos, una parte de ese teatro de estilo está diciéndonos algo. Pero algunos prefieren hacer como que no sucede nada fuera de ellos, o centran los grandes conflictos en las familias disfuncionales, como si los grandes problemas estuvieran allí. Es un tipo de teatro que no se dio cuenta que existió David Cooper en los años ’70, cuando desde la antipsiquiatría este autor británico discutió las mistificaciones sobre el amor y la familia. Hoy la familia se ha convertido en un bien necesario. Si no existiera, veríamos a mucho psicótico dando vueltas. Pero la crítica a la familia que aparece en muchas de las obras no tiene profundidad. Es una protesta de tipo adolescente hecha por chicos ricos con tristeza.
–¿Cuál sería el punto de encuentro de Hijos del sol con este presente?
–En algún punto, retrata un aspecto característico de la mayoría de los argentinos: el de ocuparse de lo contrario a lo que realmente importa. ¿Cómo puede ser que hoy la discusión entre el Gobierno y el campo, por ejemplo, se haya trabado porque la Presidenta está ofendida? Pienso en la obra, en los personajes de las clases más bajas que amenazan al químico y a los médicos, acusándolos de inventar enfermedades porque tienen poco trabajo. Gorki ve el absurdo y coloca incluso a los obreros en una situación de total vulgaridad, lo mismo que a los intelectuales que predican un mundo venturoso pero son incapaces para comprender lo que sucede a su alrededor. Por eso, cuando aparece un pobre de toda pobreza se lo califica de organismo muerto.
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