TEATRO › LA COMPAñíA LA ZARANDA Y SU ESPECTáCULO LOS QUE RíEN LOS úLTIMOS
El director Francisco Sánchez, el autor Eusebio Calonge y los actores Gaspar Campuzano y Enrique Bustos señalan que “los paraísos inexistentes que proponen la publicidad y los medios de comunicación masivos” sirvieron como disparadores de esta puesta.
› Por Hilda Cabrera
¿Quiénes son los últimos que ríen? No son aquellos que se sientan a la puerta de su casa esperando ver pasar el cadáver del enemigo, como sugiere un proverbio árabe. Nada de eso. La compañía jerezana La Zaranda – Teatro Inestable de Andalucía la Baja no alienta el resentimiento, sino la esperanza. La palmada fraternal está destinada a quienes fueron arrojados a una sociedad con características universales, como lo da a entender Los que ríen los últimos, espectáculo que este grupo en gira internacional estrena hoy en la sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes, donde permanecerá hasta el 10 de agosto. “La humanidad ha atravesado ciclos de decadencia, pero lo singular de esta época es el nivel de anestesia social frente al fenómeno de la descomposición”, opina Eusebio Calonge, responsable del texto y el diseño de iluminación. “La publicidad y los medios de comunicación masivos dispuestos a ofrecer paraísos inexistentes profundizan ese letargo.” Por su lado, Francisco Sánchez (o Paco de La Zaranda), quien cumple las funciones de actor y director, cree que entre tanta complicidad “el humano confunde bienestar con felicidad y decoración con arte”. Uno y otro, en diálogo con PáginaI12 junto a los actores Gaspar Campuzano y Enrique Bustos, consideran que el humano socialmente engañado vive en estado de confusión permanente. Los que ríen los últimos –que recorre el mundo desde su aparición en 2006, en el Festival de teatro franco-ibérico y latinoamericano, de Bayona y Biarritz (Les Translatines)– apunta a “abrir interrogantes”, según Sánchez, porque “establecer respuestas sería usurpar algo que no pertenece al terreno de la creación, sino de lo dogmático o de lo ideológico”, según completa Calonge.
–¿Cuál es el valor de los objetos en desuso utilizados por estos tres cómicos perdidos en un basural?
Eusebio Calonge: –Estos son objetos que han pasado por la vida y la memoria, nuestra o de otros. No están en desuso, porque los rescatamos. La diferencia es que su utilidad es ahora distinta.
Paco de La Zaranda: –Nos gusta jugar con la pátina del tiempo. Los incorporamos porque también expresan el misterio del teatro.
E. C.: –Que es el de la creación con sus distintos colores, así como los pintores tienen los suyos: los fríos del holandés Vermeer o los particulares de los españoles Velázquez o Zurbarán. Sería poco lógico que La Zaranda renunciara a sus hallazgos, a su manera de jugar y decir lo que cree que debe ser dicho. Por eso creo que lo importante no es introducir novedades, sino profundizar en lo que se ha logrado para llegar a la raíz del sentimiento.
–¿Qué pasó con los personajes femeninos de La Zaranda? ¿No hay mujeres en ese mundo de cómicos que no pierde la esperanza?
E. C.: –Hemos hecho espectáculos con actrices y hemos sido muy serios en el tratamiento de los personajes femeninos.
P. de L. Z.: –La respuesta exacta es que este año cumplimos treinta desde la creación de la compañía y queríamos volver al núcleo, o sea, a nosotros. Practicar una especie de poda que nos permitiera recuperar fuerzas y continuar por el camino elegido. En Homenaje a los malditos éramos siete sobre el escenario, y estuvo bien: eran los personajes que nos pedía ese trabajo.
E. C.: –Gaspar y Paco son los fundadores y Quique (Enrique Bustos) y yo nos incorporamos después, pero hace ya más de 20 años.
Gaspar Campuzano: –Conozco a Paco desde que éramos niños; después estudiamos juntos en un instituto de teatro, formamos una compañía y allí iniciamos este jueguito. Entonces no imaginábamos lo que nos sucedió después. No pensábamos en giras. Teníamos ambiciones, como todos, pero estábamos convencidos de que no eran más que sueños, alucinaciones. Toda nuestra energía estaba puesta en hacer el teatro que deseábamos.
Enrique Bustos: –Cuando entré a la compañía ya estaba formada. Siendo el más pequeño, me fascinaba verlos. Como soy del mismo pueblo entendía el lenguaje, y vi que era mi oportunidad. Pasado el tiempo, pude participar, y La Zaranda se convirtió en mi escuela y mi trabajo.
P. de L. Z.: –Y en tu centro de clausura, porque cuando preparamos una obra nos metemos en un galpón a trabajar, aislados del mundo para que nos hablen el silencio y la soledad más profunda. Nuestro teatro no nace de una idea sino de un sentimiento. Y encontrar ese sentimiento es a veces doloroso, porque la obra, como tal, viene o no. Es algo parecido a enamorarse: uno no elige de quién o de qué enamorarse. Tampoco tenemos un método definitivo: cada espectáculo responde a una situación anímica distinta.
–¿El sentimiento que domina a estos personajes en harapos es siempre la esperanza?
E. C.: –Sí, pero no la de un momento, sino la que se mantiene más allá de lo temporal y material, de lo ordinario y lo cotidiano. La que nos lleva al encuentro de lo que somos: para bien o para mal. Se relaciona con la plenitud. San Agustín decía que el humano busca la felicidad aunque no la haya conocido en el mundo.
–¿A qué se debe la mención en el programa de mano de unos versos de San Juan de la Cruz?
E. C.: –Esos versos expresan bien lo oculto de una búsqueda que por distintas razones es sepultada: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre: aunque es de noche!”.
–¿Influye en el trabajo la reacción de públicos tan diversos como los que ustedes conocen en sus giras?
P. de L. Z.: –Cuando comienza la función, uno se olvida del país en el que está. Luego, al salir a la calle, siente que no es lo mismo estar en Argentina, Guatemala o Estados Unidos.
E. C.: –Esto pasa porque vamos al encuentro de las personas y no de los paisajes. Después de tantas giras, éstos dejan de ser llamativos. No nos quejamos: hemos recibido cariño en todas partes, y eso nos da fuerzas. Recién mismo llegamos de Uruguay, donde hacía doce años que no presentábamos un espectáculo. Estuvimos en un teatro hermoso: el Teatro Solís, de Montevideo.
–¿Saludarán al final, acá, en el Cervantes?
E. B.: –No lo hacemos porque nos gusta que la gente se quede con el recuerdo de lo que ha pasado sobre el escenario.
–¿La alegoría del carrusel en algunas obras era una forma de saludar?
G. C.: –Puede ser. Pero los que giraban en el carrusel eran los personajes y no los actores.
–¿Tienden a quitarse rápido el personaje?
G. C.: –Si no fuera así, saldríamos acabados.
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