TEATRO › MARIO DELGADO VAZQUEZ, DIRECTOR DEL GRUPO PERUANO CUATROTABLAS
El grupo limeño realiza por estos días una breve temporada en el Teatro Cervantes con la pieza Arguedas, los ríos profundos, exploración del universo literario de un autor al que consideran más influyente que el Inca Garcilaso.
› Por Cecilia Hopkins
“Para nosotros lo único permanente es el cambio”, define Mario Delgado Vázquez, director del grupo peruano Cuatrotablas, en su primera visita a Buenos Aires. Formado en 1971, el conjunto limeño está haciendo una breve temporada en el Teatro Cervantes con su montaje Arguedas, los ríos profundos. Los actores son cuatro (Fernando Fernández, Flor Castillo Alama, José Miguel de Zela y Juan Maldonado), pero podrían haber sido tres o uno solo; la metodología de trabajo del grupo consiste en que cada intérprete conozca el rol de los demás tanto como el suyo propio, de modo que, llegado el caso, la obra podría transformarse en un unipersonal. También cambian para Cuatrotablas las condiciones espaciales de la representación: desde su estreno, en 2006, el grupo ha realizado este montaje tanto para 3000 personas, a cielo abierto, como para 14 espectadores, en su propia sala. “Tenemos unas cuatro versiones, éste es un espectáculo plástico que va mutando todo el tiempo”, afirma el director en diálogo con PáginaI12.
Asistido en su labor dramatúrgica por el especialista Fernando Olea, el director se centró en los primeros tres capítulos de Los ríos profundos, la segunda novela que José María Arguedas escribió en 1958, con la idea de concretar con el resto de la obra una trilogía que se llamará “El suicidio de un país”. Durante la obra, con el libreto en la mano y a un costado del escenario, Delgado Vázquez dice el texto junto a los actores, a veces musitándolo y otras, como si tuviese la intención de formar un canon: “Asumo el rol del autor, de Arguedas, pero también el mío, como creador del espectáculo”, aclara. La idea de estar junto a los actores aun cuando no establece conexión con ellos tiene que ver, según explica el director, con el hecho de mediar en la transmisión de las imágenes del escritor a los intérpretes. El espectáculo fue concebido, según Olea, a modo de “concierto de jazz y calidoscopio, porque reúne la novela, algunos fragmentos de las cartas, los diarios y uno de los discursos de Arguedas (‘no soy un aculturado’) pronunciado cuando recibió el Premio Inca Garcilaso”.
Cuatrotablas ya formó a siete generaciones de actores peruanos. Desde sus comienzos fue contestatario pero independiente a ultranza: “Ibamos con todos los que nos llevaban hacia un público popular, fuesen maoístas, trotskistas o comunistas”, enumera el director. “Pero también íbamos con los burgueses si nos llevaban a sus lugares: creíamos en el arte por el arte y eso nos ocasionó muchas críticas, de la derecha a la izquierda. Pero así nos reafirmábamos nosotros”, sostiene. Acostumbrados a generar su teatro desde la experimentación grupal, Cuatrotablas comenzó hace varios años a indagar sobre la obra de Arguedas, icono de la identidad peruana. Considerada “un poderoso drama ético y cultural”, Los ríos profundos es una ficción autobiográfica que narra la vida de Ernesto, un niño que, como el propio autor, se crió entre indios, mestizos y señores blancos, en “una sociedad bilingüe, dividida por ancestrales barreras étnicas y de clase”. En viaje junto a su padre, Ernesto mantiene un intenso vínculo con el paisaje que le revela su peregrinar por el Perú profundo.
–¿Quién es y qué representa Ernesto?
–El niño Ernesto (un alter ego del propio Arguedas) tiene una ternura infinita y una mirada un poco loca. Vive intensamente, imagina, siente a su país y se conmueve en profundidad. Nosotros, como grupo, nos sensibilizamos como él, nos ernestizamos.
–¿Cómo es el país oficial?
–Es el que se resiste a asumir al nuevo Perú. El que estaba representado por la costa que no quiere mirar la sierra. Eso ya se acabó. Aunque es cierto que a veces el viejo país está en la cabeza de la gente. Hoy Perú es un país nuevo que está en crecimiento: se está haciendo un esfuerzo enorme de conducción para no volver nunca más atrás.
–¿Tienen confianza en sus políticos?
–Creo que los políticos son el mal necesario. La idea de gobierno, por definición, parece que es siempre mala, a no ser que sea el gobierno del pueblo, de todos para todos. En términos de comportamiento o actitudes, Alan García ha tomado decisiones atroces. Pero en términos de economía y desarrollo está permitiendo que el Perú fluya. Lo importante es que los de abajo no perdamos la esperanza por ese país más grande de lo que puede representar un presidente.
–¿Qué representa Arguedas hoy?
–En términos de identidad, fue más que César Vallejo o el Inca Garcilaso. Se ha hablado mucho sobre sus dramas psíquicos o sexuales, de sus lesiones emocionales profundas. Arguedas fue criado por su madrastra, en la cocina, junto a los indios y hablando quechua. Luego descubre que su padre es blanco y de ojos azules y es por eso que entiende haber vivido dos mundos en una época en la que el blanco era un soberbio y el indio estaba totalmente abandonado. Hoy las cosas están cambiando, se van integrando ambas culturas. Hoy, si alguien insulta a los indios desde el Congreso se levanta todo el país, es un escándalo. Arguedas habla de la violencia, la ternura y la dulzura de este mundo vivido por él.
–¿Porqué llamarán a la trilogía “El suicidio de un país”?
–Cuando tomamos a Arguedas lo hicimos por el mismo hecho de que se suicidó. En Perú hemos perdido todas las guerras, tenemos el drama de Atahualpa y todos adentro tenemos al Inca, como padre ausente. Se ha dicho que somos huérfanos de Estado por la falta de protección que sufrimos a nivel cultural. El espectáculo hace referencia a un cierto espíritu tanático que tiene el Perú del que ya deberíamos liberarnos. Venimos de un paisaje muy oscuro. Pero al inmolarse, Arguedas se transforma en el símbolo máximo, porque con él muere el viejo país.
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