TEATRO › HELENA TRITEK Y EL ESTRENO DE CREMONA, DE DISCéPOLO
La directora de Venecia presenta en el Teatro Nacional Cervantes una obra poco frecuentada del grotesco criollo, género en el que confluyen pasiones y miserias, “diferente de esas piezas de sofá –opina– que dominan la cartelera”.
› Por Hilda Cabrera
El talento para descubrir y plasmar experiencias –aquello de “vivir y verse vivir”, como escribió el investigador teatral Luis Ordaz– era otra de las cualidades del autor y director Armando Discépolo, quien supo reflejar a “desheredados, marginales y seres quemados por el tiempo y la vida”, como apunta Helena Tritek, directora de Cremona, un estreno del Teatro Nacional Cervantes. Escrita como obra corta en Italia, así llevada en 1932 al escenario del desaparecido Teatro Apolo, por la compañía de Olinda Bozán, y ampliada en 1968, es una pieza poco frecuentada del grotesco criollo, género en el que confluyen pasiones, delirios, pobreza y otros males sociales, tan diferente –en opinión de Tritek– de las obras que hoy muestra la cartelera: “Esas de sofá y de pareja que son apenas una ventanita de la vida”, señala.
Obra signada por varias postergaciones, esta Cremona –que en adaptación de Roberto Cossa se verá a partir de hoy a las 21– debió superar dilaciones de todo tipo desde aquella ampliación de 1968. Entonces no pudo presentarse en el Cervantes, donde había sido programada, y recién vio la luz en 1971, en el Teatro San Martín, cuando habían transcurrido cuatro meses del fallecimiento de Discépolo. Aquella mala racha perduró en el tiempo, pues tampoco se estrenó en 2007, en el Cervantes, por los conflictos gremiales que paralizaron al teatro durante meses, como puntualiza Tritek, actriz y directora formada en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático y en los talleres de Heddy Crilla y Lee Strasberg. Entre sus trabajos de dirección se encuentran Pessoa a persona; Las pequeñas patriotas; Gambas gauchas; Nenucha, la envenenadora de Montserrat; Venecia, de Jorge Accame; En la columna, de Griselda Gambaro; Cielo rojo, el sueño bolchevique y El diario de Ana Frank, aún en cartel.
–¿Cómo se llegó a este estreno?
–Comenzamos en noviembre de 2006 y tuvimos que cambiar varias veces de elenco por los problemas gremiales que se sucedieron en el Cervantes. Hubo gente que se fue y otra que se acercó. Todo eso me causaba gran tristeza. Debía hacer un esfuerzo adicional para que los actores y actrices no se desanimaran. Pero ahora estoy contenta. Contamos con un elenco numeroso, donde coexisten unas diez escuelas de actuación.
–¿Cuál es su método ante esa diversidad?
–Aunar criterios. En el elenco hay intérpretes como Enrique Liporace o Lucrecia Capello que tienen cada uno el camino bien trazado; también Alberto Anchart, que proviene de la revista y el sainete. A los más jóvenes y a algunos mayores los seleccioné a través de un casting, buscando el físico adecuado al papel y la disposición a expresarse con acento (italiano y español, entre otros), retomando la vieja tradición de los artistas de otra época.
–¿Cómo fue su experiencia con los más jóvenes?
–Muy buena. Les hice escuchar grabaciones, también tangos, y los recitados de Julio Sosa. La música me inspira, como la poesía. Los textos de Armando Discépolo tienen mucho de las dos. Esto es algo que Tito Cossa respetó en la adaptación. Tito es la persona exacta para este trabajo: los cortes que hizo a la obra son los que debían ser. Conservamos el tono machista del original, que por otra parte era común en los varones de los conventillos, y quizás en Discépolo. Nosotros lo transcribimos tal cual, y en serio, pero se dicen cosas que ahora causan risa: lo comprobamos en los ensayos generales con público. Estas reacciones muestran cuánto cambió la mujer y cuánto cambió su lugar en la sociedad.
–Una sociedad que, en su tiempo, Discépolo mostró sin contemplaciones.
–Sí, como en Babilonia, una historia de patrones y criados, o El organito, que escribió con su hermano Enrique Santos (Discepolín), en 1925. Una pieza perfecta. Cremona es posterior, de 1931, otro año de mucha miseria para gran parte de la población.
–De crisis y polarizaciones que se reiteran.
–Ahora tenemos a los cartoneros en una punta y en la otra, a los que viven en countries y barrios cerrados. Pero la gente, creo, tenía entonces idea de que el progreso social era posible. Había ideologías y cuestionamientos sobre la conducta social.
–¿Cree que éstos desaparecieron?
–No totalmente, porque deseamos ser realmente felices. Pero es verdad que no se consiguió dar alimento y educación a todos. Nos acostumbramos a ver a los chicos cartoneros trabajando de noche, hambrientos y sin posibilidad de educarse. Frustraciones y miserias como éstas aparecen en las obras de Discépolo y, por supuesto, en Cremona, que nos hace reír y reflexionar.
–¿Habrá giras, como se dijo?
–Lo único que sé es que la presentaremos por muy poco tiempo en el Cervantes, porque con los conflictos y las postergaciones, la programación quedó muy apretada.
–¿Tampoco se podrá mostrar la obra con la escenografía original de Saulo Benavente?
–La primera idea fue recuperarla a modo de homenaje a Saulo, pero también eso se complicó. Saulo había creado una escenografía barroca, de collage. Era un artista apasionado: pintaba hasta el día del estreno. Lo tuve de profesor en el Conservatorio Nacional, también a Luis Diego Pedreira, escenógrafo y arquitecto. Fueron grandes maestros: nos transmitían entusiasmo, nos llevaban a ver obras, se preocupaban por nuestro aprendizaje. En este montaje, la escenografía es de Alberto Negrín, otro artista apasionado. Su trabajo es renovador.
–¿Cómo fue su paso de la actuación a la dirección?
–Cauteloso. Empecé haciendo pequeños trabajos, experimentos, tratando de proyectar en las obras una mirada femenina. También en Cremona, donde encontré personajes muy machistas.
–¿Prepara nuevas puestas?
–Todavía se está dando El diario de Ana Frank, en el Teatro Regina, pero ya estoy pensando en una obra inspirada en los textos de un poeta español y armando Emily, con Norma Aleandro, un unipersonal sobre la poeta estadounidense Emily Dickinson.
–¿La poesía es un disparador? Una puesta suya sobre Fernando Pessoa (Pessoa a persona) se vio como una fantasmagoría.
–Esa obra se dio en el Galpón del Sur, donde había colocado un gran espejo y aparecía una japonesa que soñaba.
–¿Los personajes de Cremona sueñan o aspiran a algo bien concreto?
–Ellos desean vivir en un mundo mejor. El personaje Cremona, que interpreta Alberto Anchart, cree en las utopías. Fue una lástima que Discépolo no llegara a ver la puesta de Roberto Durán en el Teatro San Martín. La escenografía de Saulo y las actuaciones fueron únicas. En el elenco estaba Osvaldo Terranova, que tenía la fuerza de los grandes intérpretes del teatro popular y que ahora veo en Liporace y Anchart.
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