TEATRO › MANUEL FERREIRA Y LAS IDEAS DETRáS DE GENTE COMO UNO
La obra, que se verá desde mañana en diversos espacios no tradicionales, ensaya una reflexión sobre el papel de la clase media en la crisis. El director reflexiona sobre el estado de la cultura en la Italia de Berlusconi.
› Por Hilda Cabrera
“Nosotros inventamos una manera de estar fuera del sistema teatral, porque a veces la cultura es hostil a sí misma. Los que están en el sistema no te escuchan y uno no puede esperar.” Manuel Ferreira, porteño de Talcahuano y Corrientes, partió en 1991 con una beca a Milán y se fue quedando, hasta que seis años atrás se asoció a un grupo de artistas italianos integrando la Compañía Alma Rosé. La estrategia que dice haber inventado se relaciona con la diversidad de lugares en los que presenta sus trabajos: teatros, fábricas, escuelas, universidades, cárceles, museos... Luego de una investigación en Argentina, y de las respuestas a sus cuestionarios hechos a conocidos y amigos, armó un espectáculo que ya estrenó en Italia y ahora quiere mostrar en Buenos Aires y provincias. El título es Gente como uno, su particular mirada sobre esa clase media argentina que salió a la calle durante el estallido de diciembre de 2001. Aquella fecha coincidió con una de sus visitas al país, y de ese impacto nació Gente.... Este actor y director –que se inició en la escuela de Alejandra Boero– recuerda hoy a sus compañeros de aquellos años, a Eduardo Rivas y Luciano Suardi, entre otros, y su participación en la renovadora Romeo y Julieta expulsados del Paraíso, de Claudio Nadie. “Las giras son una necesidad en Italia –dice–, donde no hay público suficiente para las obras y el teatro oficial sufre el recorte de su presupuesto. Los distintos gobiernos se encaminaron hacia los cortes en cultura, lo que no significa que estén ahorrando dinero”, puntualiza Ferreira en diálogo con PáginaI12.
–En Gente como uno el acento está puesto en la clase media argentina. ¿Interesa esto en Italia?
–Confieso que me asustaba estrenar un espectáculo sobre la crisis de 2001, pero me decidí porque la intención de la compañía es hablar de la memoria del presente, un tema universal. El quiebre de 2001 puede darse en cualquier sociedad, y en toda persona que sufre las consecuencias de un Estado que no ofrece garantías. En Europa la gente siente mucho temor ante esa pérdida de garantías.
–¿Aunque se trate de sociedades con experiencias e historias diferentes?
-El miedo es el mismo, porque el sistema es el mismo. La gente vive en un estado de contradicción permanente, atrapada en el consumo, que no critico, porque también yo consumo. Pero eso no quiere decir que olvide cuál era mi actitud y la de mis amigos en mis visitas previas a la Argentina. Ellos me agasajaban y me invitaban a una quinta como si nada estuviera ocurriendo. Cuando estalló la crisis, me pregunté qué había mirado yo hasta entonces. ¿Había puesto atención en lo que se estaba perdiendo, en las privatizaciones y el cierre de fábricas, por ejemplo? En Italia, el ciudadano tiene, digamos, un colchón más grande en cualquier caída, pero el susto existe y le interesa lo sucedido en Argentina, porque la ve como a la América en la que es posible el progreso.
–¿Aun con el reclamo de los bonistas?
–Sí, porque no les robaron los ciudadanos argentinos sino los bancos. Esto lo digo en Gente..., donde toco también el asunto de las fábricas recuperadas. Ante esa escena, el público se relaja, pero en cuanto lo relaciono con el cierre, cada vez más numeroso, de las fábricas italianas la atmósfera se tensa.
–¿O sea que el estallido de 2001 es también un alerta para el Primer Mundo?
–Argentina fue, en mi opinión, el mejor alumno del neoliberalismo, y cuando cae, como cayó entonces, impresiona. Lo sabemos porque nuestro público tiene la oportunidad de participar, y hasta de llevar más público cuando se entusiasma, por ejemplo cuando nos convoca un consorcio de edificios en Milán. Estos consorcios son en realidad cooperativas, una modalidad de la década de 1960. En esas presentaciones, el lugar y el público son verdaderos protagonistas, y muestran interés por esos temas.
–¿Cuáles son sus lugares en Argentina?
–La Universidad de las Madres, el Hospital Borda, teatros como El Galpón de Catalinas... Vinimos para cumplir un programa. Quiero aclarar que no hago lo que comúnmente se denomina teatro político. Para mí todo teatro es político y social. Lo digo por aquellos que gustan etiquetar, actitud habitual en Italia, como aquí, creo, la tendencia a rechazar todo espectáculo que parezca una crónica.
–¿La visita de diciembre de 2001 fue casual?
–Vine para Teatro X la Identidad, porque conozco a la actriz Valentina Bassi y a otras personas que están en eso. Llegué el 19 de diciembre, y en esos días estuve con las Abuelas de Plaza de Mayo. Me conmovió ver que ellas, como las Madres y los hijos de víctimas y desaparecidos por la dictadura militar, estaban entre los pocos que mantenían el ánimo y la fuerza. Me conmueven estas Madres y Abuelas que dieron vuelta el cliché de la señora que sufre, que, creo, es una figura que toda Europa quiere ver. Porque, vamos a ser sinceros, Europa ha convertido a los desaparecidos y el baile del tango en asuntos de los que vale la pena hablar.
–¿Sucede algo similar con el temor a desaparecer como clase media?
–En Europa se ponen muy tensos con eso. Es increíble, pero el tema se convirtió en un fenómeno comercial. Un ejemplo: ahora recibo por Gente... más ayuda de organismos no teatrales. Llevamos un registro documental de los circuitos que hemos hecho en Italia, y esto también entusiasmó. En Buenos Aires, le propuse realizar un documental a la directora Sandra Gugliotta, que fue compañera de estudios y es amiga desde hace mucho tiempo, porque mi sueño es tender un puente con Argentina, que tiene un público extraordinario, fiel al teatro, al cine...
–¿Se llevó alguna sorpresa en las giras?
–Aprendimos cuándo es necesario llevar un espectáculo y cuándo no. Hemos hecho funciones en cárceles, y siempre bien, salvo una última vez: presentábamos un trabajo sobre Auschwitz y a los organizadores se les ocurrió llevar a las detenidas en la hora libre, en la que pueden fumar y charlar. Eso no sirve. Es muy importante el grado de disposición del huésped, porque de lo contrario el espectáculo se transforma en un capricho nuestro. También está el caso de que nos inviten porque está de moda hablar sobre el horror y la miseria.
–¿Lo ve como una actitud que lava conciencias?
–Es lo que pienso. Me impresiona tanto como ver a un gran modista haciendo un desfile en una villa. Algunos elencos organizan una función en una estación de trenes abandonada o en un comedor de pobres y después no vuelven nunca más.
–¿Cómo se organiza Alma Rosé en este punto?
–Nuestro trabajo es de persona a persona. Gente... es parte de un proyecto que denominamos “Memoria del presente”, en el que estoy junto a Annabella Di Costanzo y Elena Lolli, las dos de nacionalidad italiana. El año pasado estuve en Argentina conociendo gente para interesarla en la propuesta, porque para mí era necesario traer esta obra después de probarla en Italia, donde día a día se privatiza con más liviandad y donde los presidentes son o se convierten en empresarios.
–¿Se acabó el proyecto país?
–Mi impresión es que se acabó el aspecto social de la política. Ahora la pregunta que se hacen los que están en el poder es si un proyecto deja o no deja dinero. En Italia se está discutiendo en estos momentos la construcción de una red ferroviaria para un tren veloz que partiría de Francia y tendría como terminal la ciudad de Milán, elegida para la Expo Universal de 2015. Ese tren contaminaría las montañas con amianto, pero eso no importa si trae dinero. Aclaro que no estoy en contra de que el dinero circule, sino de la falta de un proyecto que contemple los problemas que arrastra este tipo de emprendimiento.
–¿Cuánto influye en su teatro el hecho de ser argentino?
–Uno no se olvida nunca de lo que es, y eso me lo decían mis padres, que eran gallegos. Ahora lo entiendo. Es una elección personal dejar el país, pero hay que saber que el costo afectivo es muy alto. Mi mujer es italiana, tengo un bebé y me gustaría que cuando crezca conozca la Argentina. No quiero “llorar la Argentina”, pero confieso que me tira.
–¿Qué le dice la frase “gente como uno”?
–Pensaba poner otro título al espectáculo: El mejor alumno. Preferí el de Gente... porque en Italia ese “uno” equivale a nosotros, a gente encaminada hacia el bien. Cuando me inscribí en la escuela de teatro, mi mamá me dijo que ésa no era gente como nosotros, y cuando ella pudo comprarse un tapado de piel –y con eso pasó de ser inmigrante gallega a señora– me pareció que era más gente como uno.
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