Vie 05.09.2008
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TEATRO › LOS MACOCOS Y DON JUAN DE ACA (EL PRIMER VIVO), DIRIGIDA POR JULIAN HOWARD

“Don Juan la va de vivo, pero en realidad es un salamín”

Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf analizan la nueva etapa del grupo, que en esta puesta trabaja con tres actrices y músicos en escena, e imagina a Don Juan en una Buenos Aires que está a punto de cambiar para siempre.

› Por Vanina Redondi

Desde hace 23 años, Los Macocos vienen vistiendo y desvistiendo a personajes tan célebres, extraños o cotidianos como una abuela dispuesta a todo por defender su televisión por cable, un señor Perrupato que mira sin ver, una princesa oriental que vive un enredo de amor y aventuras o una familia de teatristas que arrastra su fracaso a lo largo de las décadas y los estilos. Para narrar sus historias aprovecharon cuanto género teatral les ofrecía la tradición local o extranjera: clown, farsa, absurdo, comedia del arte, teatro dentro del teatro, circo y unos cuantos más. La clave detrás de todos estos estilos fueron, desde el principio, el humor y la comedia. Este año encuentra a Daniel Casablanca, Martín Salazar y Gabriel Wolf en un momento muy especial. Su compañero Marcelo Xicarts decidió abandonar al grupo hace un tiempo, y su director desde 1990 Javier Rama falleció a fines de 2007 por un cáncer de páncreas. En su nueva obra, que se estrena hoy en el Teatro Nacional Cervantes, se reencontraron con Julian Howard, profesor y amigo que tomó la batuta para dar forma al antiguo mito del eterno seductor. Don Juan de acá (El primer vivo), escrita por Los Macocos y Eduardo Fabregat –periodista de PáginaI12–, retoma a este personaje de la literatura, el teatro y la ópera, pero lo ubica en el Río de la Plata de 1810. Este español llega en las vísperas de la Revolución de Mayo y se encuentra con un grupo de idealistas que tenían muchos fines nobles, pero muy poca de la mentada viveza criolla: el recién llegado hará su aporte para dejar su marca indeleble en el ser nacional.

–¿Por qué decidieron trabajar con el mito de Don Juan?

D. C.: –(Piensa y se ríe.) ¿Por qué Don Juaaaaaan?

G. W.: –En realidad es un proyecto de Tincho (Martín Salazar). La idea le estuvo dando vueltas en la cabeza por un buen rato, así que ya la tenía bastante mangiada cuando la presentó al grupo. A no-sotros también nos cerró el planteo de encarar a un clásico en esta nueva etapa. Además, hubo un interés recíproco con la gente del Teatro Cervantes. Después de presentar allí el año pasado La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, nos propusieron armar otra obra y optamos por ésta.

–¿Desde el principio pensaron que su Don Juan iba a ser “El primer vivo” del Río de la Plata?

D. C.: –No, todo eso es posterior. Cuando Martín trajo la idea nos pusimos a trabajar.

G. W.: –En general, es un método de Macocos –y de muchos otros grupos–- que uno de los integrantes exponga su tema y después el resto de los actores lo siga elaborando.

D. C.: –Ese puntapié inicial nos tiene que empezar a sonar. Al principio un clásico es muy ajeno, pero nos vamos adueñando de a poco. Creo que el objetivo es macoquizar la obra, para que repercuta en todos nosotros cuando estamos actuando. En Don Juan de acá, cuando empezamos a pensar vimos que estaba bueno ubicarlo en el Río de la Plata, en los momentos previos a la Revolución de Mayo. El aspecto que nos resultó más interesante, y el que más nos resonaba, rondaba la cuestión de que él era un vivo.

G. W.: –Un burlador.

D. C.: –Nos pareció que ese Don Juan que huía y caía acá era un poco el ingrediente que le faltaba al ser nacional. Jugamos con eso porque nos pareció divertido.

–A diferencia de otras puestas, en esta obra tienen varios artistas invitados.

D. C.: –Creo que la elección de trabajar con un clásico y de invitar a otros actores tiene que ver con todo lo que nos pasó el año pasado, que fue durísimo. Juntarnos con artistas amigos, así que contamos con personas conocidas en todo el equipo, desde el staff técnico hasta los que nos acompañan en escena. El director, Julian Howard, es maestro nuestro, trabajar con él fue genial. Todo se dio muy fluidamente. Estamos contentos con el proceso creativo, que fue muy tranquilo y placentero, y me parece que el resultado tuvo que ver con eso. Nos divertimos mucho, incluso en las primeras funciones. La obra se estrenó en gira por el interior, y para nosotros eso está bueno porque nos permite calentar el espectáculo. En la comedia siempre conviene hacerlo. Además, los shows de Los Macocos son siempre de largo aliento.

–Sus presentaciones suelen cambiar con el tiempo. ¿Eso se debe a la respuesta del público o a nuevas creaciones suyas?

G. W.: –Las dos cosas influyen.

D. C.: –Claro, así es la comedia. Los chistes van mutando. Por ejemplo, si en un momento dado se agregan muchas bromas pero queremos que el espectáculo dure lo mismo, entonces hay que sacar las partes viejas que no están funcionando y agregar las nuevas en su lugar. Además, hay que hacer la experiencia acá en Buenos Aires.

G. W.: –Con el público macocal.

D. C.: –La idiosincrasia del sentido del humor es diferente en Jujuy, Formosa, Rosario o Capital. Por otro lado, también tiene mucho que ver con el horario, porque no es lo mismo la gente que se acerca a la trasnoche y la que viene a las 9. El público de un sábado, por ejemplo, es el teatrero, pero el del domingo es familiar y el del jueves suele incluir a los chicos jóvenes con poca plata. Es decir, la audiencia cambia mucho y nos damos cuenta en seguida porque su respuesta a nuestro trabajo es directa e instantánea.

–Al tener mucha experiencia como actores, ¿pueden modificar su trabajo durante el show, en respuesta a las características del público?

D. C.: –Cuando uno conoce muy bien el espectáculo ya puede empezar a tener esa muñeca. Al tercer chiste quizá nos damos cuenta de que hay que empezar a hacerlos de otra manera. Si hay bebés, por ejemplo, los chistes groseros salen.

G. W.: –Bueno, más o menos. Igual los bebés no entienden.

D. C.: –Es verdad. Podemos decir culo que no pasa nada... pero mejor si lo cambiamos por culito. No es lo mismo un espectáculo que estrenamos que otro como La fabulosa historia de los inolvidables Marrapodi, que ya tiene diez años, muchas temporadas y varias giras. Igualmente, yo creo que con el tiempo los espectáculos no se pinchan, sino que engordan o se enriquecen.

–¿Qué respuesta encontró este Don Juan en el interior?

D. C.: –Hasta ahora tuvimos una respuesta bárbara. Quizá tenga que ver con algo que hicimos sin querer, que fue ubicarlo en un lugar muy representativo para cualquiera. En algún momento de la infancia nos vestimos con ropa de la época o vimos a alguien actuando de pregonero.

G. W.: –La obra empieza con los tres macocos representando a pregoneros de la colonia.

D. C.: –Claro. La voz de sala, esa que siempre se escucha al principio de los espectáculos, viene en realidad de los pregoneros. Decimos, por ejemplo, “Apaaaaaaaguen los celulaaaaaares”. Además, la obra termina con una milonga que incluye los acordes del himno. Creo que esos detalles remiten a la infancia de los argentinos. Nos emocionan a nosotros mismos mientras lo actuamos.

Don Juan macoquizado

El mito de Don Juan viene de siglos atrás. Su historia fue tomada por muchos artistas, que lo representaron como un pecador irredento, un aristócrata egoísta, un personaje con una salud mental lamentable, un revolucionario rebelde, un representante de Satanás, un narcisista o un hombre con una sexualidad un tanto equívoca. Incluso Mozart dedicó su ópera Don Giovanni a este mito tan misteriosamente popular. Uno de los primeros dramaturgos que plasmó esta leyenda en el papel fue Tirso de Molina, en El burlador de Sevilla y convidado de piedra. Los Macocos tomaron este texto como punto de partida, pero también aprovecharon las obras de Molière, Vacarezza y José Zorrilla, entre muchos otros, para crear su propia versión del famoso seductor. El resultado fue un Don Juan muy particular, que crearon entre todos pero cayó en manos de Martín Salazar.

–¿Qué características tiene este Don Juan?

M. S.: –Es un vivo bárbaro, nuestro primer vivo, por eso lo de Don Juan de acá. No es un tipo de plata, pero como está en América puede decir lo que quiere y se hace pasar por millonario. Me parece que al sacarle la pátina de tipo rico le encontramos un aspecto más simpático. La idea es que este hombre que se la da de gran vivo es en realidad un salamín, porque termina muriéndose solo y sin encontrar el amor. Nunca halló a nadie con quien pasarla bien más de una vez, salvo una mujer que en realidad le significa una especie de tortura.

D. C.: –Nosotros achicamos un poco la historia para que el enredo o la comedia fueran más fuertes y exagerados, un poco más clownescos.

M. S.: –Tomamos principalmente el Don Juan de Tirso de Molina porque la leyenda estaba dando vueltas desde hacía tiempo, pero él fue el primero que escribió sobre el personaje.

D. C.: –También nos basamos bastante en Molière, que lo representa en forma de comedia.

M. S.: –Y en la ópera Don Giovanni.

–En el espectáculo se toca música de esta obra de Mozart. Los instrumentos son guitarra, bandoneón y... ¿bombo de cancha?

M. S.: –(Risas.) Sí, pero además hay un teclado. El resultado final de mezclar el teclado, la guitarra, el bandoneón y el bombo de cancha es bastante interesante. Charlando con los músicos, comentábamos que uno de los tantos anacronismos de la obra es que en ciertos momentos los instrumentos generan como unas campanas al estilo Stanley Kubrick, algo que no tiene nada que ver con lo que se está viendo.

D. C.: –Aparecen los setenta en 1810, pero es parte del juego. Llevamos a la Revolución de Mayo cuestiones actuales que no existían en el siglo XIX, y traemos a colación aspectos que siguen siendo iguales desde entonces.

–¿Usan el español antiguo de Tirso de Molina a modo de comedia?

M. S.: –Sí, de hecho recitamos textos de Tirso, adaptados. Otra cosa a tener en cuenta es que la obra transcurre 200 años antes del día de hoy y Tirso la escribió dos siglos antes de la Revolución de Mayo. No queríamos que esta historia transcurriera hoy en día porque se pondría un poco moral, y nos arriesgábamos a que hubiera quilombo.

D. C.: –Como para sacarse el problema de encima.

M. S.: –Si todo pasó hace mucho tiempo el espectáculo se vuelve más liviano. Esta obra, nuestra versión, es muy simple y clara. Pasa lo que pasa y no hay muchas vueltas.

–Sin embargo, en muchas de sus obras pasadas mostraron reflejos de la realidad argentina. ¿Ese aspecto no está incluido en Don Juan de acá?

D. C.: –Yo creo que siempre está presente pero no de manera intencional. Es nuestro lenguaje y por eso se ven referencias o guiños para que el espectador diga: “Así somos”.

–¿Qué géneros teatrales aprovecharon en esta obra?

M. S.: –El género macocal en su estado más puro.

D. C.: –Idioteatro. Mucho juego de clown, stand up, Los Tres Chiflados...

M. S.: –Agarramos clásicos como Don Juan o Mozart. Y Los Tres Chiflados son, para nosotros, un clásico del humor que nos acompaña desde que nacimos.

D. C.: –Hay una rutina concreta en homenaje a ellos.

M. S.: –¿Homenaje o robo? Bueno, es una rutina muy treschifladezca que repetimos varias veces, donde tres hombres se encuentran con tres chicas que son tan tontas como ellos. En obras anteriores trabajamos con actores que no fueran Macocos, pero este espectáculo tiene la particularidad de que las tres actrices hacen humor a la par nuestra.

D. C.: –En algunos momentos... ¡mejor que nosotros!

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