TEATRO › DIEGO CAZABAT, DIRECTOR DE LA CONSPIRACIóN DE LOS OBJETOS
En la sala Astrolabio, el grupo Periplo pone en escena a un conjunto de músicos que pretenden ejecutar sus destinos a través de las partituras: “Es un universo en el que los hombres heredaron una historia, pero dejaron de hacer historia”.
› Por Cecilia Hopkins
En La conspiración de los objetos, reciente estreno del grupo Periplo que dirige Diego Cazabat, tres personajes tocan unas partituras que han heredado desde tiempo inmemorial, rodeados de objetos que determinan sus conductas. El humor, como es habitual en las obras de esta compañía que ya cumplió 13 años de existencia, no está ausente: en esta suerte de “concierto escénico”, la torpeza de estas criaturas proviene del esfuerzo que ponen en no apartarse un ápice de los mandatos recibidos, como si la realidad no estuviese en condiciones de reservar cambios ni sorpresas. Aun cuando los gana la extrañeza, estos personajes no se animan a romper con las circunstancias impuestas y parecen representar a un mundo sin voluntad: “Si la humanidad está o no en el mismo punto, no lo sé”, reflexiona el director en la entrevista con PáginaI12. “Hacia algún lugar estaremos yendo, pero es evidente que este presente está inmerso en un modelo que no fue pensado por nosotros mismos o, lo que es peor, ‘no está siendo pensado’ por nosotros”. Interpretada por Andrea Ojeda, Julieta Fassone y Hugo de Bernardi (que desde sus personajes tocan en vivo la música original de la obra para violín, bandoneón y percusión), la obra puede verse los sábados a las 22 en El Astrolabio Teatro, la sala del grupo, que acaba de mudarse a Terrero 1456, en el barrio de La Paternal.
–¿La conspiración de los objetos es la narración de un maleficio y de una confabulación?
–Es un maleficio que cae sobre los que confabulan, sobre tres seres que van por los caminos ya legitimados. Sus acciones, sus palabras y la música que tocan ya están definidos en las partituras de sus atriles. Todo es dicho y hecho en nombre propio, aunque siempre está presente la contradicción, la sensación de lo ajeno, de lo impuesto. Esta torsión produce un efecto paródico.
–Entonces, la vida que transcurre a través de lo establecido es considerada un maleficio...
–Sí, y la confabulación sería la aceptación, el acuerdo tácito de ir por los lugares ya definidos. Maleficio y confabulación se presentan en nuestra obra como una unidad. ¿Qué pasa con el universo subjetivo, particular, original de cada uno? Esa es una pregunta que atraviesa todo el espectáculo.
–¿Cuál es la relación de estos hombres con la historia?
–El espectáculo presenta un universo agotado que no encuentra salida dentro de sus márgenes. En ese universo los hombres heredaron una historia, pero dejaron de hacer historia. Están ahí a costa de mutilar la experiencia, la posibilidad de hacer historia. Sin espíritu crítico están perdidos en un mundo ya hecho y asumido como verdad y que impide buscar otros caminos. Podrán sentir placer, pero en realidad son repetidores de verdades.
–¿Dónde se inscriben en este esquema los movimientos de conquista que han movilizado a la humanidad?
–En la lucha contra intereses que son inherentes a la concepción del mundo en el que vivimos. Claro que estos movimientos existen y son ejemplos parciales de que los cambios de raíz son posibles. Con todo, no parece que nos estamos encaminando hacia un mundo más justo. También podemos ver cómo algunos movimientos son absorbidos y asimilados al interior de un orden ya establecido, paradójicamente, el mismo contra el cual luchaban. En esos casos, los movimientos se vuelven funcionales, su impulso y dirección inicial se desarticulan.
–¿Qué ocurre con los avances tecnológicos, con las políticas económicas y sociales?
–Me parece que ni lo tecnológico, ni las políticas económicas están pensados en función de las necesidades reales. Esto es evidente en las guerras, las hambrunas, los genocidios elaborados, las enfermedades de la pobreza, la destrucción del planeta y la creciente explotación. En nuestra forma de vida hay una trama circunstancial que invita, con pequeñas recompensas y nuestra complicidad, a dejar de mirar, a dejar enormes cantidades de realidad afuera. Sin embargo, hay contradicciones que dinamizan otras fuerzas que ofrecen alguna posibilidad de tomar el mundo para concretar una experiencia de apropiación real.
–¿Qué lecturas colaboraron en la construcción de este espectáculo?
–En el proceso de ensayos entramos en diálogo con muchos autores. De Rimbaud está presente su visión fantasmagórica de la realidad; de Rilke, esa mirada dilatada de la realidad humana, la nostalgia, el recuerdo y los sueños ocultos. Hubo otros autores a los que también les debemos mucho, como Giorgio Agamben, autor de Profanaciones, o Aldo Pelegrini, especialmente por su antología de los poetas surrealistas y su prólogo a Van Gogh, el suicidado por la sociedad.
–¿Fue el surrealismo un punto de partida para la concepción de la obra?
–Desde el inicio de este trabajo buscamos configurar un lenguaje y una dramaturgia afín a la lógica del sueño. Este tratamiento tiene contacto con el surrealismo, en el sentido de proponer la realidad como una imagen ilusoria, realidad que al ser cuestionada se transforma en sospechosa. Así aparece un universo que puede observarse desde afuera revelando su mecanismo: los hilos de la realidad oculta o negada, que en los sueños aparecen en formas que a veces estimamos caprichosas.
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