TEATRO › HELDENPLATZ, DE THOMAS BERNHARD
La notable puesta de Emilio García Wehbi, en la Sala Casacuberta del Teatro San Martín, parte del suicidio de un judío en Austria para examinar pasado y presente de los regímenes autoritarios.
› Por Hilda Cabrera
Practicar la autopsia de un país aún vivo sólo genera hostilidad en el ciudadano común y censura en el poder político, pero aun así el austríaco Thomas Bernhard, novelista, dramaturgo, poeta y músico (pesimista histórico para algunos), intentó llevarla a cabo con su país, desenmascarando a aquellos que a su entender eran la vergüenza de Austria. La historia que cuenta en Heldenplatz se inicia en los momentos que siguen a un funeral, a la traumática muerte del judío Josef Schuster, quien se arrojó al vacío desde su piso, cercano a la vienesa Plaza de los Héroes, lugar de grandezas y miserias. Tomó esta decisión a cincuenta años del jubileo al Führer en esa misma plaza, y de la adhesión de Austria al Tercer Reich, en marzo de 1938. El hecho de quitarse la vida en otro marzo, pero de 1988, respondía a la certeza de que el nazismo seguía vivo en las distintas estructuras del poder y en un amplio sector de la sociedad austríaca. En esta obra –estrenada en Viena tres meses antes de la muerte de Bernhard–, la acción se desarrolla en la casa del fallecido Josef, en las horas siguientes a su entierro, cuando es recordado por su familia y una pareja amiga.
Con variantes, este recurso, característico en Bernhard, es reactualizado ahora por el director Emilio García Wehbi en una puesta de gran formato; por el diseño escenográfico, la incorporación de un video y la interpretación en vivo de la música, que sirve para separar escenas, insinuar atmósferas y quebrar intrigas. En el rescate del pasado se destaca el temple de la señora Zittel, el ama de llaves que parece saberlo todo sobre el muerto. Interpretada con variedad de registros por Rita Cortese –artista que compuso otros interesantes roles en obras de Bernhard, Antes del retiro y Almuerzo en casa de Ludwig W.–, la mujer entrecruza pensamientos propios y del difunto con desgarrada naturalidad, quizá porque ella ha sido la Pigmalión del judío Josef, el profesor que emigró en 1938 y a su regreso no toleró el fermento nazi. Por boca de Zittel se sabe que el enterrado abominaba de la complicidad de “la gente normal” y no fue complaciente con él ni con los otros. Quizá sólo su hermano Robert se salvaba de sus críticas, un personaje lúcido y desencantado que ya no quiere dar batalla, interpretado aquí con libertad de estilos por Pompeyo Audivert.
Tareas semejantes a ésta –la de rearmar la vida de un muerto– no son raras en los textos de Bernhard, entre otros se observa en su novela Corrección, donde el narrador se propone ordenar lo escrito por su amigo Roithamer, quien, como Josef, aunque por otras razones, se ha suicidado. En este relato, corregir y ordenar es una empresa inútil, como lo es quizás el desacralizador recuerdo de los allegados a Josef.
Otro tema básico en Heldenplatz es la complicidad social, asunto que no ha dado tregua a varios autores en lengua alemana, incluso bastante después de la caída del Tercer Reich. En la misma década de Heldenplatz, el pacifista Heinrich Böll escribió Mujeres ante un paisaje fluvial, una reveladora novela ambientada en su Bonn natal, donde un grupo de mujeres no necesariamente nazis carga el peso de haber compartido su vida con nazis. Claro que a diferencia de Böll y de otros intelectuales y artistas, Bernhard no ahorró palabras. Lo patentizan algunos tramos del montaje de García Wehbi, aun cuando no aparezcan aquí los denuestos con nombre propio que este autor empleó en Tala, relato de 1984. El hecho de que en Heldenplatz los personajes opinen sobre el suicidado implica retratarse a sí mismos, y al mismo tiempo dar al espectador la chance de evaluar cada enfoque, sabiendo que ninguno de éstos son objetivos. Porque en este trabajo no hay sólo demonios ni sólo ángeles, sino situaciones generadas por un estado de brutalidad en el que todo individuo puede llegar a ser víctima y victimario. Un estado que favorece “el sueño de la razón que produce monstruos”, tal como se lee en el programa de mano de la puesta en el TSM, que reproduce uno de los grabados de la serie Los caprichos, de Goya. De todo esto se desprende una advertencia respecto del fascismo, latente en todo tiempo y lugar.
Esta deslocalización de la puesta de García Wehbi se manifiesta claramente en el monólogo de la señora Schuster, viuda del difunto (un trabajo de Azucena Lavin, de un humor negro muy actual), y en el de Anna (una de las hijas de los Schuster, interpretada por Maricel Alvarez). La criada Herta (Paula Ituriza) aporta juego a esta historia al mimetizarse con la señora Zittel y reflejar a través de una actitud temerosa las intolerancias cotidianas. La escenografía de Norberto Laino, iluminada por Alejandro Le Roux, hace pensar en un apocalipsis no superado, en tanto la música de Marcelo Delgado oficia de bálsamo y permite al personaje Lúkas, el silencioso hijo de Josef (papel a cargo del pianista José Ignacio Tambutti), liberar emociones verdaderas.
9-HELDENPLATZ
(Plaza de los Héroes)
De Thomas Bernhard (1931-1989)
(Traducción del español Miguel Sáenz)
Elenco: Azucena Lavin, José Ignacio Tambutti, Rita Cortese, Paula Ituriza, Maricel Alvarez, Pompeyo Audivert, Juliana Muras, Tina Serrano y Horacio Marassi.
Pianista: José Ignacio Tambutti.
Escenografía: Norberto Laino.
Iluminación: Alejandro Le Roux.
Vestuario: Mirta Liñeiro.
Edición de video y sonorización: Marcelo Martínez.
Música: Marcelo Delgado.
Dirección: Emilio García Wehbi.
Lugar: Sala Casacuberta del TSM, Corrientes 1530, de miércoles a sábado a las 20. Duración: 90 minutos.
Reservas: 0-800-333-5254.
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