TEATRO › ENTREVISTA CON URIEL GUASTAVINO Y ADRIANA GENTA
El director del grupo En Zona Roja convocó a la actriz y dramaturga uruguaya para hacer Desterrados, un espectáculo que desenmascara desde la creación escénica las campañas que criminalizan al indocumentado.
› Por Hilda Cabrera
Desterrados es una de esas obras que requieren tiempo de maduración. En junio de 2006, el grupo En Zona Roja comenzó a reunir materiales que informaban sobre la situación real de emigrados y deportados y los atropellos que se les inflige en países europeos y americanos. Uriel Guastavino, actor y director del equipo que fundó en 1998 –y estrenó El campo, de Griselda Gambaro; Vendaval, de Laura Cuffini, e Yvonne, princesa de Borgoña, de Witold Gombrowicz–, invitó para este trabajo a la dramaturga y actriz uruguaya Adriana Genta, autora, entre otras piezas, de Estrella Negra y La pecadora. Habanera para piano. El resultado es un espectáculo que intercambia realidad y ficción y desenmascara desde la creación escénica las campañas que criminalizan al indocumentado e influyen fuertemente en el imaginario social, incluido el de ciertos sectores de Argentina, “país que tiene sus propios pobres, sus desterrados interiores, sus cartoneros”, como sostiene Guastavino. Entre los hechos puntuales mencionados en esta puesta –que puede verse los sábados en El Excéntrico de la 18º, de Lerma 420– se encuentra el incendio de un complejo de celdas destinadas a inmigrantes indocumentados y traficantes de drogas en el aeropuerto Schiphol, de Amsterdam, donde murieron once extranjeros. Según se alegó entonces, el personal de vigilancia había demorado en abrir las puertas. En Desterrados se presentan dos líneas de acceso a lo que se quiere contar: una arranca del relato de una mujer que expone en un congreso y otra, de las historias que surgen de la interacción de un grupo de emigrados, hombres y mujeres a los que se depositó en un centro de reclusión. El espectador podrá evaluar así un trabajo de acciones cruzadas al que se han incorporado “noticias, opiniones y reflexiones, todas de fuentes comprobables”, como apuntan Genta y Guastavino, en diálogo con PáginaI12.
–La impresión es que se trata de un centro ubicado en un país del Tercer Mundo. A los personajes se les ha colocado un microchip que los identifica ante una máquina, único elemento que los relaciona con lo institucional. ¿Es una ilusión pensar que habrá alguien que los defienda?
Adriana Genta: Tanto en el Primer Mundo como en el Tercer Mundo, existe gente sensible que defiende los derechos humanos, voces que salen en defensa de situaciones injustas, pero estas voces chocan contra las políticas cada vez más duras de los países que apoyan el cierre de fronteras. El Parlamento Europeo aprobó en junio la llamada Directiva Retorno, que pone en un mismo nivel a inmigrantes ilegales y criminales al considerar que una falta administrativa (como no tener los papeles en regla) es un delito que debe pagarse con la cárcel.
Uriel Guastavino: –Por esta Directiva, un ilegal debe permanecer 18 meses en prisión antes de ser deportado. Esto no tiene otro sentido que el escarmiento. Los ilegales están incluso mucho más aislados que un preso común, porque no reciben visitas a las que le puedan contar qué pasa en esos centros.
–¿Por qué creen que no ha habido protestas mucho más firmes a nivel mundial?
U. G.: –Porque la mayoría de los países están en la misma: ya cubrieron su cuota de mano de obra barata y ahora les toca expulsar. En Estados Unidos se da el caso de permitir que los padres sigan trabajando, pero deportan a los hijos, porque éstos generan gasto social.
A. G.: –Setenta mil chicos y adolescentes indocumentados mexicanos fueron deportados en el 2003.
U. G.: –La excusa es que el ciudadano del país al que ingresan tiene derecho a defender su trabajo, su raza, su historia, y a marcar las diferencias.
–También ustedes debieron emigrar. ¿Fue una experiencia traumática?
U. G.: –Mis padres tuvieron que exiliarse en 1978. Viví catorce años en Suecia. Era otra Europa: había una visión más amplia sobre la emigración. La socialdemocracia era fuerte en varios países. A toda mi familia le dieron la ciudadanía sueca y puedo decir que no viví la experiencia del exilio como traumática. El gran cambio se produjo en los ’90. Los países europeos comenzaron a bajar la cuota de refugiados. Mi madre, que sigue en Suecia, tiene a su cargo un chico iraquí de 17 años que escapó de la guerra y quisieron deportarlo con la excusa de que no había probado que corría riesgo de vida en su país.
A. G.: –Dejé Uruguay en 1974 y nunca me sentí discriminada en Argentina, pero pienso en mi familia de inmigrantes italianos y siento dolor ante el comportamiento de algunos europeos.
–¿Qué tipo de testimonios recogieron para Desterrados?
U. G.: –Hablamos con gente que había sido deportada, investigamos en documentos, y varios amigos de una compañía de teatro de Cataluña nos ayudaron con algunas entrevistas en Europa. Un muchacho boliviano que fue deportado dos veces de Estados Unidos me contó su calvario. En uno de sus intentos por llegar, viajó como pudo durante siete meses. Le pasó de todo. Unos mafiosos mexicanos que controlaban el tráfico lo abandonaron en una zona desértica. Cuando lo encerraron en Estados Unidos compartió la celda con otros extranjeros que iban a ser deportados y con norteamericanos, pero de raza negra, acusados de traficar con drogas. Recién después de seis meses de estar en prisión, y sin que durante ese tiempo le dijeran qué harían con él, lo deportaron.
–O sea que el sacrificio no sirvió: cayó en una trampa, como los personajes de Desterrados.
A. G.: –La trampa se da cuando la ley que rige no reconoce la existencia de un derecho superior, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Reconoce el derecho a la comida, el vestido, la vida digna, y a transitar y elegir libremente un lugar donde habitar. Cuando lo que hace la ley es instrumentar el no reconocimiento de estos derechos aparece la trampa. Esto es lo que pone en evidencia Desterrados, porque todo lo que sucede está dentro de la legalidad, pero conduce a la muerte.
–¿Por qué eligieron como lugar un parvulario?
U. G.: –En las islas Canarias los ilegales son llevados a fábricas vacías o hangares desocupados del aeropuerto. Una noticia del mes de julio anunciaba que en el sur de España se había utilizado una escuela que estaba cerrada por ser época de vacaciones.
A. G.: –La habían llenado de africanos. Lo nuestro puede parecer un delirio escénico, pero es un hecho de la realidad. Esta ocupación de espacios que normalmente tienen otra función prueba la transformación social hacia lo monstruoso.
–¿Una involución que alarma?
U. G.: –No, al contrario, se está legalizando lo monstruoso. Cuando se aplique masivamente la pena de 18 meses a los indocumentados tendrán que construir más cárceles.
–Parece difícil. Eso implicaría un gasto social mayor.
A. G.: –Por ahora, la decisión es impedir la entrada, pero el emigrado se juega igual. Puede que pasen dos de cien, como en las avalanchas que se producen en Ceuta.
U. G.: –Ya lo había anticipado en 1974 Houari Boumediene, ex presidente de Argelia, refiriéndose al año 2000. Es urgente implementar un sistema que haga posible la subsistencia, de lo contrario no se podrán contener las migraciones hacia los países ricos. La realidad de los africanos que en las fronteras se revientan contra las vallas de alambres de púas es una muestra más de lo que produce un capitalismo que ya no sabe dónde buscar mayor rentabilidad y que cuando no la encuentra elige depurar.
Q En Desterrados, de Adriana Genta, actúan Ramiro Giménez, Sebastián Marino, Mariela Mirochnik, Julieta Otero, Gerardo Serre, Victoria Solarz y Diego Armentano. Dirige Uriel Guastavino en El Excéntrico de la 18º, Lerma 420. Funciones: sábados, a las 21. Entradas: 20 pesos y 15 pesos (estudiantes y jubilados). Reservas: 4772-6092.
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