Lun 13.10.2008
espectaculos

TEATRO › ENTREVISTA AL ACTOR Y DIRECTOR JUAN MARGALLO

Visitas a la tolerancia y el humor

El español, referente de la escena independiente bajo el franquismo, presenta hoy dos obras en Buenos Aires, junto con su grupo Uróc Teatro: El señor Ibrahim y las flores del Corán y ¿Qué es la vida?.

› Por Hilda Cabrera

“El señor Ibrahim es bondadoso y se ríe un poquito de todo, hasta de él. Su relación de maestro con el pupilo Momó me ha removido cosas muy profundas.” El actor y director español Juan Margallo habla de su personaje, un tendero musulmán en el París de los años ’60, sabio en el encuentro con un muchacho judío de nombre Momó. Se trata de una historia en la que dominan la tolerancia y el humor. El extremeño Margallo (nació en Cáceres), un referente del teatro independiente español bajo el franquismo, fundador de los grupos Tábano, El Búho, El Gayo Vallecano, y desde 1985 del Uróc Teatro, junto a su esposa, Petra Martínez, presenta hoy una única función de El señor Ibrahim y las flores del Corán, adaptación de un relato del filósofo y escritor francés Eric-Emmanuel Schmitt, realizada por el dramaturgo y director Ernesto Caballero. Esta obra –que sube a escena a las 21, en el teatro La Comedia– no es la única que trae el Uróc, luego de las funciones realizadas en Rosario. Es así que también hoy, a las 16, se ofrecerá ¿Qué es la vida?, espectáculo para niños, dirigido por Olga Margallo, hija del actor. Componer a Ibrahim significó para Margallo asumir temores, recordar a uno de sus más queridos maestros, el estadounidense William Layton, y seguir aplicando las enseñanzas de este artista en el Madrid de los ’60: “Jamás decía ‘esto se hace así’. William se limitaba a dar herramientas. No quería privarnos de la alegría de descubrir algo por nosotros mismos, porque la alegría que proporciona el descubrimiento es irrepetible”.

–¿Se puede comparar a Ibrahim con los narradores orales de otro tiempo, filósofos en su oficio?

–Ibrahim dice lo que piensa de la vida, del amor entre la gente, de la poesía y la muerte. Este personaje me ha ayudado, porque soy de los que tienen miedo a la muerte. Cuatro años atrás, una nieta que entonces tenía seis me decía “abuelo, te vas a morir”. Y esta obra me dio fuerzas para responderle que mi muerte no sería una tragedia y que ella me recordaría bien. Pensé en lo que le cuenta Ibrahim a Momó sobre el camino que ha hecho el humano desde ser polvo hasta adquirir raciocinio y fe. Le dice que cuando se supera la condición de hombre nos convertimos en ángel. Un presentimiento que aparece en el giro del derviche, con una mano señalando la tierra y la otra, el cielo. Y le enseña el giro a Momó para que, llegado el momento, sienta también él que la tierra gira abajo, el cielo arriba, y que él será uno de los átomos que giran en el vacío, que es el todo.

–Saber morir así parece algo sencillo. ¿Esta versión se basa en la estrenada en Francia?

–No, es distinta de la francesa. Se ha hecho también una película, dirigida por François Dupeyron y actuada por Omar Sharif, donde aparecen exteriores maravillosos. Ernesto (Caballero) ha hecho una adaptación del relato de Schmitt como si fuera un cuento. Los personajes juegan a viajar. Creo que así se puede escuchar mejor el texto.

–¿Cómo fue su experiencia de actor independiente durante el franquismo?

–En realidad, me inicié en el teatro que llamamos profesional, pero siempre con buenos directores, como José Luis Alonso, que había sido nombrado director del Teatro María Guerrero en 1961; con José Tamayo, Miguel Narros, Luis Escobar y José Luis Gómez. Pero mientras hacía papelitos en los grandes teatros, estudiaba con William Layton, de la escuela de Lee Strasberg. Antes había pasado por el Teatro Estudio de Madrid y la Escuela de Arte Dramático. La primera obra que hice de forma independiente fue La historia del zoo, del norteamericano Edward Albee. Estuvimos cerca de un año ensayando, pero la censura no la dejaba pasar.

–¿Qué le prohibían?

–En tiempos de Franco prohibían por cualquier cosa. De esa obra les molestaba que el personaje que yo interpretaba dijera que el dolor y la miseria estaba en la señora que lloraba detrás de su cerrada puerta y de un marica negro que vestía kimono y depilaba sus cejas, y que Dios estaba también en eso. Tuvimos que quitar ese fragmento para poder seguir trabajando.

–Persistió de todas maneras, porque fundó varios grupos. Además de Tábano, El Búho y El Gayo Vallecano.

–Una de las obras que hicimos con Tábano produjo gran escándalo. Los Guerrilleros de Cristo Rey, un grupo de extrema derecha, se nos apareció en el teatro.

–¿Era también una obra extranjera?

–No, un musical nuestro, Castañuela 70, donde bromeábamos sobre la comedia musical a la española. La obra no era muy buena, pero salíamos con vaqueros y descalzos, y eso también molestaba. Era el tiempo del Living Theatre, de Julian Beck y Judith Malina; de las teorías de Antonin Artaud, la improvisación colectiva, las técnicas del happening aplicadas en la calle. Castañuela 70 era una obra sobre cosas de las que uno no podía reírse en aquel momento.

–¿El público reaccionaba?

–La censura cortaba, pero el público entendía más de lo que decíamos. Era nuestro cómplice. En ese musical bajábamos un telón, como ésos pintados de las ferias donde uno pone la cabeza para sacarse una foto como si fuera un personaje. Habíamos dibujado un cura, una monja, un futbolista y una folklórica. En aquella época nos censuraban el texto y la puesta, así que venían también a ver los ensayos finales. Nos dijeron que así no podía ir. Les contestamos que lo quitaríamos, pero tachando al cura y a la monja como se tachaban las pintadas subversivas. Eso era peor, claro, porque cuando bajábamos el telón el público se daba cuenta y gritaba “¡censura! ¡censura!”. Otra vez nos prohibieron un texto sobre los acuerdos hispano–norteamericanos, e hicimos una broma musical que llamamos La caída del imperio romano, donde el emperador era Francisco Franco. Esto parece una tontería, pero entonces había que atreverse. Cuando en las canciones prohibidas cantábamos como tontos, ¡la, la, la!, el público se levantaba, golpeaba las sillas con el puño y exigía libertad.

–¿Lo encerraron alguna vez?

–Escapé siempre. A mi mujer, Petra Martínez, sí la detuvieron. Todos los días había manifestaciones. De pronto salía uno a la calle, palmeaba, y la gente se tiraba a juntarse y a gritar, y cuando venía la policía, corría. Un día a Petra se le ocurrió meterse en el bar de enfrente del teatro. Yo pude entrar en el teatro, conocía al empresario y le dije que era uno de los músicos. Claro, se llevaron a todos los que estaban en la cafetería. Detuvieron hasta a una boda que iba por la calle.

–Es un chiste.

–No. Era así. En los últimos años de Franco te podían detener, pero ya no era lo mismo que en los ’40 y ’50. Recuerdo la huelga del espectáculo que hicimos en contra el sindicato vertical, que era del gobierno. Yo estaba en la comisión. La huelga duró ocho días y detuvieron hasta a las estrellas. Tuvimos que pagar cerca de tres millones de pesetas para sacar a la gente de la cárcel.

–¿Ha tenido contacto con el teatro latinoamericano?

–Sí, sabía también del teatro independiente y de la censura en la Argentina. He sido muy amigo de Osvaldo Dragún y he viajado mucho por toda América latina entre 1986 y 1992 por mi trabajo como director del Festival de Teatro Iberoamericano de Cádiz. Antes, en los años ‘70, cuando fuimos invitados con Castañuelas... al Festival de Manizales, vivimos la experiencia de no ser censurados. ¡Se podía cantar La Internacional sobre el escenario! Al regresar a España, disolvimos Tábano: nuestra sensación era la de no estar haciendo un teatro popular ni combativo. Eso nos duró dos meses, después nos juntamos para otro grupo, El Búho, con el que pusimos sólo Woyzeck, de Georg Büchner. Más tarde estrenamos La sangre y la ceniza, una obra del ‘77 de Alfonso Sastre. Ese año fundamos El Gayo Vallecano en Vallecas, un barrio popular de Madrid. Lo llamamos así por un equipo de fútbol, el Rayo Vallecano. Lo mantuvimos hasta el ‘84. Al año siguiente creamos el grupo Uróc Teatro con mi mujer, Petra Martínez, en el que estamos ahora.

–Y con otra obra urticante.

–Sí, con Adosados, donde hablamos de todo, de los regímenes de comida, del enojo de los obispos por la materia Educación para la Ciudadanía y los Derechos Humanos que permite sustituir a la de religión en los bachilleratos, de la inmigración, de las pateras... Hacemos de una pareja reaccionaria que dice no serlo y exageramos con humor para provocar.

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