TEATRO › ENTREVISTA A SERGIO BORIS Y ADRIáN SILVER
Los teatristas analizan el sentido de El perpetuo socorro, la pieza montada en la sala Puerta Roja. “Tomamos el belicismo desde lo épico”, señalan sobre la obra que, utilizando un humor trágico, aborda la historia de las “sobrevivientes” de un colegio de monjas.
› Por Hilda Cabrera
La disyuntiva era denominar a la obra El perpetuo socorro o El pandemónium de la colegiala moderna. Ganó el primer título, que es además el nombre del colegio en el que un grupo de jóvenes se apresta a reanudar una guerra de años. El bando enemigo pertenece a otra institución, también regenteada por monjas tan belicosas como las estudiantes. De la necesidad de entrar en guerra surge “esa épica idiota que arrastra a unas mujeres a llevar adelante esa pasión sin saber exactamente por qué”, apunta Sergio Boris, a cargo de la dramaturgia y dirección de El perpetuo... que va los domingos a las 19, en Puerta Roja (Lavalle 3636). Boris (El sabor de la derrota y La bohemia), también actor (El pan de la locura, El pecado que no se puede nombrar y La pesca) señala algunas de las líneas que atraviesan este trabajo elaborado en forma conjunta por egresados del Instituto Universitario de las Artes (IUNA) y Adrián Silver, quien participa como autor y director asistente. La obra no nació de un relato literario previo, sino de una conjunción de procedimientos teatrales (texto, diseño de iluminación y del espacio, música y ritmo), todos al servicio de la actuación. La historia que cuenta es la de las “sobrevivientes” de una escuela que ha tomado el nombre de una popular advocación de pobres y afligidos. Estas jóvenes alimentan deseos de venganza contra sus equivalentes del colegio de Las Adoratrices. A modo de contrapunto se desarrolla un romance entre una de las muchachas y un ex profesor de Teología, ajeno a la revancha. En diálogo con PáginaI12, Boris y Silver se explayan sobre aspectos de esta puesta, donde –dicen– “se revive un mito que relaciona el belicismo con la actitud de las monjas de los colegios católicos de los barrios del sur de la ciudad que incentivaban los campeonatos olímpicos”. Este supuesto decidió “la creación escénica de un universo paralelo, algo así como una zona liberada en el barrio de Barracas, donde se dirimen asuntos conectados con la situación legal de esos colegios y con una concepción maniquea entre la teoría de la liberación y el catolicismo ortodoxo”.
–¿Intentaron establecer algún paralelo con la actual violencia escolar?
Sergio Boris: –No. Tampoco quisimos darle carácter simbólico, aunque hemos visto que en los diarios comenzaron a aparecer más notas sobre la interna eclesiástica, por ejemplo, o las peleas entre chicas como peleas de cuerpos muy patéticos. Esta es una guerra que las jóvenes de El perpetuo... no quieren abandonar, y que Hugo, el personaje enamorado, no entiende.
Adrián Silver: –La línea de contacto con lo que sucede hoy es casual: no tenemos la pretensión de reflejar la realidad.
–¿Conocían por dentro algún colegio religioso?
S.B.: –No, pero comenzamos a ensayar en un salón del convento de Guadalupe, que está en Paraguay al 3900. El espacio nos lo cedió el IUNA. Allí oíamos a los curas hablar con los chicos en las clases de catequesis, y estábamos rodeados de imágenes y pinturas de Cristo... Esta experiencia no se relaciona directamente con el apasionamiento guerrero de estas colegialas, pero ese ambiente impregnó nuestro trabajo.
–¿O sea que no influyó en los personajes, tan belicosos?
S.B.: –Tomamos el belicismo desde lo épico. Si hay un líder (que aquí es una mujer) es porque lo relacionamos con los fenómenos colectivos, con la decisión de querer otra cosa para la vida. Las compañeras de estas chicas murieron por una causa que, es cierto, no se sabe cuál es, pero se conecta de alguna manera con la rebeldía colectiva. En la preparación de este material volvimos sobre películas testimoniales, como Trelew, de Mariana Arruti.
A.S.: –Y otras diferentes, de gran espectáculo, como Patrulla infernal, de Stanley Kubrick. Las veíamos junto al elenco.
S.B.: –Como También los enanos nacen pequeños, de Werner Herzog, y La caída, con Bruno Ganz haciendo el papel de Adolf Hitler. De algunos textos de Vitold Gombrowicz tomamos el tema de la inmadurez, incluso pensábamos llamar a la obra “El pandemónium de la colegiala moderna”, una frase de Gombrowicz, pero después nos pareció demasiado rebuscada para nuestro trabajo.
–¿Dirían que es una creación colectiva?
S.B.: –Hay mucha participación, porque nuestro planteo no es generar personajes funcionales a una idea previa sino personajes como fuerzas que nacen de los mismos actores, que se interrelacionan y alcanzan cierto desarrollo durante la acción.
A.S.: –Digamos que la obra tampoco termina aquí. Venimos trabajando en esto desde hace más de un año y por los procedimientos que utilizamos aún le seguimos buscando identidad. Es lo que hacemos con todas nuestras puestas, a las que se suma gente como Gabriela Fernández, que hizo la escenografía y el vestuario, y participó en El sabor de la derrota y La bohemia; o Carmen Baliero (El pecado que no se puede nombrar, de Ricardo Bartís) que se ocupa de las canciones y la música.
–¿Qué los decidió por esta guerra de colegios?
S.B.: –Nos conmovía la pasión colectiva por la lucha, aun cuando no siempre se tengan en claro las razones de fondo. De alguna manera, esta pasión nuestra, de personas dedicadas a la actividad teatral, es también la búsqueda de algo que no sabemos qué es.
–¿Sacaron alguna conclusión?
A.S.: –No, pero seguimos creyendo en la obra. Sacar una conclusión nos cortaría. Preferimos mantenernos lejos de toda certeza.
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