TEATRO › ALEJANDRO VIOLA REPASA HISTORIA Y PRESENTE DE LOS AMADOS
Karabalí, ensueño Lecuona, el espectáculo que presentan en el Margarita Xirgu, propone un viaje de alto impacto musical y visual. “Hay mucho trabajo, hay mucho ensayo, trabajo de investigación, laburo con las voces”, explica su creador.
Si algún científico diera pruebas ineludibles de la existencia de mundos paralelos, sería, sin dudas, el tema que abarcaría casi la totalidad de la extensión del suplemento Futuro, así como las tapas de varias publicaciones de ese orden y de otros tantos también. El caso es que hay un espectáculo que probaría la veracidad del postulado “existen otras dimensiones”. En la cotidianidad porteña, Alejandro Viola tiene 43 años, vive en San Telmo, es actor, director teatral, licenciado en Comunicación Social y está felizmente casado hace diecisiete años con Silvia. En el altermundo, el Chino Amado tiene vaya uno a saber cuántos años, es ave de paso en hoteles de diversos puertos, cantante estrella de Los Amados y fiel a un harén de groupies cachondas que le regalan no su ropa interior, como a Sandro de América, sino un manojo de suspiros ratoneros. Lo cierto es que los viernes, sábados y domingos en el Teatro Margarita Xirgu, en Chacabuco 875, algo extraño sucede.
Aunque los expertos no hayan podido dar una explicación razonable acerca del fenómeno, sea por el polvo mágico que baña los escenarios o por el repetido escalofrío que produce el imponente telón escarlata, cuando el reloj indica las 21, y durante hora y media, las vidas de Alejandro y el Chino coinciden sobre las tablas en Karabalí, ensueño Lecuona y, por gentileza de quien pone el lomo, el segundo es quien canta. Y no está solo en la empresa. Como buen showman, se trae a la tropa nómada consigo y otras ocho personas de este mundo le rentan el esqueleto a Los Amados: Lisandro Filks al contrabajista y polémico Tito Richard Junquera; Analía Rosenberg a la excelente y pequeña pianista Raquelita Jarsinsky; Oscar Durán al sutil violero guyano Don Cristino Alberó; Hernán Sánchez al trompetista guatemalteco Angel; Fernando Costa al doble de riesgo y percusionista Pochoclo Santamaría, los hermanos David y Rubén Rodríguez a los identiquísimos mellizos cantantes Black y Mambo Méndez; y Daniela Horovitz a la diva y voz invitada Rosa Bernal. Ellos, envueltos en sus clásicos sacos de seda rosa floreados, bigotes caminito de hormigas, lamidas de vaca, rulitos y jopos engominados y zapatos lustrosos. Ellas, con vestidos estrambóticos de cola de sirena y repulgues de mosquitero, flores y moños sobre el pelo y zapatitos de charol rojos.
Kitsch es la inevitable definición de quien los conoce. Y, ciertamente, algo de eso hay. “Los Amados brinda un espectáculo con música latina, con una puesta teatral y una estética propias, que tiene que ver con los ’50, ’60 y ’70. Aunque, de repente, salen unas chacareras o baja una bola de espejos. Cuando se agotan las explicaciones, al final uno termina diciendo ‘para entender, tenés que vernos’”, invita Viola durante la charla con Página/12. Veinte años (“Ni una chispa en la galaxia, ni un suspiro en la eternidad”, pregona el Chino al comienzo de la obra) pasaron ya de la primera vez que el grupo se subió a cantarle boleros y serenatas al amor, y qué mejor manera de celebrarlo que con una selección homenaje de dieciocho canciones del maestro cubano Ernesto Lecuona, reversionadas según el recetario del grupo músico-teatral.
Los Amados nació casi de casualidad, luego de la propuesta de una conocida que invitó a tres amigos a que “hagan algo para reír” durante una fiesta de cumpleaños. “Yo no sabía ni un bolero. Los canturreaba, sí. ‘Bésame, bésame mucho... ¡Che, no sé cómo sigue, no me acuerdo! ¿Cómo es?’”, reseña Viola, que en ese entonces promediaba la licenciatura y trabajaba en una agencia de publicidad, junto a los dos integrantes originarios de la agrupación. Los años pasaron, las giras a España e Italia, las visitas a Susana Giménez, Xuxa y Mirtha Legrand; el plantel fue cambiando de caras y la puesta se fue puliendo, gracias a los aportes del único integrante de aquel trío que persistió con el proyecto. “Tuve que estudiar e investigar. Tenía veintitantos y había sido un eterno estudiante, así que no me costó”, admite.
–Largó la agencia y se metió a full con Los Amados. ¿Qué lo motivó a apostarle al proyecto?
–En ese entonces había mucha necesidad de imágenes en el escenario, porque en los ’80 llegaban ideas e imágenes nuevas de diseño desde Barcelona y Londres, todo al estilo Peter Gabriel. Llegaban las películas de Almodóvar, esa estética kitsch con un mensaje, y surgían muchas tendencias nuevas. Eso hizo que empezara a pensarlo más en serio. Lo que iba estudiando en la universidad sobre comunicación, lo iba incorporando al grupo y al personaje. Quería que fuese un poeta, un romántico, un conductor de televisión trucho, un periodista y, al mismo tiempo, que pudiera cantar, hablar con las damas y leer poemas. Así fue evolucionando y al público le fue gustando.
–¿Qué recuerdos le quedan de los primeros shows?
–Eran buenísimos. Eran en Babilonia, La Trastienda, Morocco, El Dorado, Cemento, el Parakultural, lugares donde te encontrabas con gente como Humberto Tortonese, Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta y Damián Dreizik, que hacían cosas que te encantaban. En ese entonces no ganábamos un mango, era por actuar. De repente nos empezaron a llamar de otro tipo de lugares, porque el bolero se transformó en algo gracioso y, a la vez, glamoroso. Llegamos a tocar hasta en un museo.
–¿Cómo fueron elaborando las historias de los personajes?
–De acuerdo con lo que ofrecía cada uno, porque había que tener en cuenta que los que conforman Los Amados no eran actores, eran músicos. Tenía que aceptar la propuesta de ellos hasta donde llegara. Y ellos, bancar mis pedidos de cosas del estilo: “Ponete la gomina así, acá adelante” (se aplasta el flequillo). Y podían decirme que no...
–¿Tuvo que renegar demasiado para convencer a alguno de hacerse el peinado?
–No, porque nos divertíamos. Incluso, a Lisandro (que además de actuar es el director musical de la obra) le inventé un personaje y se lo bancó. Cuando lo conocí era cantante de rock and roll, seductor, remerita, chicas y todo eso. Y cuando lo fui a ver pensé: “¡Cuando sepa lo que va a tener que hacer!”. Pero estaba muy entusiasmado porque además de música había estudiado teatro. Con él pude hacer el contrapunto con el Chino Amado, que es muy verborrágico, romántico, delicado, frente a Tito que dice lo que se le viene a la mente.
–¿Los Amados es una banda dentro de un espectáculo o es el show en sí misma?
–Siempre estuvo la cuestión de “el bolero en serio y ustedes” y yo decía: “¿Perdón?”. Esta es una banda que toca el género lo mejor que puede. Le agregamos, a eso, la puesta en escena. Hay mucho trabajo, hay mucho ensayo, trabajo de investigación, laburo con las voces, todo muy grosso. Hacemos el género, no nos burlamos del bolero. Que nuestros personajes estén vestidos de esa forma provoca una fantasía, una lejanía, un soñemos una época, pero la banda es la banda y suena como una banda. No es un grupo de humor.
–Karabalí... coincide con los 20 años del grupo. ¿La obra viene a ser una síntesis de lo que ya se vio?
–No, para nada. Hubiera sido muy fácil tomar lo que ya hicimos y sacar un Grandes éxitos de Los Amados. Conservamos algunos guiños hacia el público, pero añadimos algo distinto al comienzo, algo de afro mezclado con boleros. Mucha gente espera que salgamos de traje, pero lo que hicimos también es un homenaje a la época y a Lecuona. El traje de seda viene después. La propuesta es “siéntense a ver una película que no se sabe para dónde va”.
–En una ocasión tuvo problemas con un espectador, cuando bailó con su mujer. ¿Cosas que pasan?
–Fue un desubicado que no había entendido el humor. ¡A quién me puedo levantar con ese jopo y el bigotito pintado!
–Cartas le llegan...
–Sí... En realidad, el Chino Amado tiene mucho levante. Uno lo ve así vestido y piensa que no se levanta a nadie. No me tiran bombachas, pero las señoras de mi edad, cuarentonas, cincuentonas, me han esperado para invitarme a salir. Estoy muy enamorado de mi mujer, pero alguna ha conseguido mi teléfono y se puso densa. Uno no sabe cómo manejar esas cosas, pero supongo que son parte de esto.
Entrevista: Facundo Gari.
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