Mar 07.04.2009
espectaculos

TEATRO › UNA MIRADA ACTUAL SOBRE EL MATADERO, EN CLAVE MUSICAL

Una exploración sobre la violencia

Marcelo Delgado y Emilio García Wehbi se inspiraron para su última creación en uno de los textos fundantes de la literatura argentina que inspiró a escritores como Osvaldo Lamborghini, Jorge Luis Borges y Julio Cortázar.

› Por Carolina Prieto

El Centro Cultural Ricardo Rojas celebra sus prolíficos veinticinco años de vida con una serie de propuestas especiales. A mediados de abril llega la primera, El Matadero. Un Comentario, obra dramático-musical de Marcelo Delgado y Emilio García Wehbi, creada a partir de uno de los textos fundantes de la literatura argentina que inspiró a escritores como Osvaldo Lamborghini, Borges, Bioy Casares y Cortázar y a artistas visuales como Enrique Breccia y Carlos Alonso. Relato breve, irónico y emblema del romanticismo rioplatense, El Matadero, de Esteban Echeverría, regresa en formato de ópera de cámara para dos protagonistas, una bailarina y un coro de seis voces, manteniendo su núcleo de sangre y muerte, metáfora de la opresión rosista y del enfrentamiento entre unitarios y federales, pero con un tratamiento contemporáneo que abre sentidos sobre la violencia más allá de su signo. Este es el tercer trabajo conjunto de Delgado (destacado compositor) y Wehbi (miembro fundador de El Periférico de Objetos y director con una extensa trayectoria), tras las puestas de Sin voces y Anna O., en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. El debut será el 17 de abril a las 21 en la Sala Batato Barea del centro (Corrientes 2038).

“Al recibir la propuesta del Rojas con la única sugerencia de mantener algún nexo con la literatura argentina, enseguida pensé en El Matadero, una historia corta y con muchas puntas interesantes para desarrollar. Empecé a trabajar la partitura a partir de la idea básica de no usar instrumentos, sino sólo voces, y que éstas sean masculinas. Y trasladar así la antinomia del texto original civilización o barbarie –que tal como la planteamos en la puesta no es tal– a dos tipos de voces muy diferenciadas. Por un lado, una voz cultivada de contratenor (masculina, pero cuya tesitura corresponde a la voz de soprano o de contralto, que son registros femeninos), y, por otro lado, una voz de arrabal, bien de barrio; además de un sexteto vocal masculino que funciona como un coro, emparentado con el de la tragedia griega, pero sin dar preceptos morales, y que juega en forma ambivalente tanto con la figura del unitario como con la del mazorquero”, explica Delgado.

–¿Cómo encararon la dramaturgia?

Emilio García Wehbi: –Pensar El Matadero como una puja de machos, de voces masculinas en pugna, me pareció una idea conceptualmente perfecta. Desde esa masculinidad y desde la idea de que es la Argentina lo que está en disputa, y que lo que se faena es el cuerpo de una vaca, surgió la idea de poner en escena un cuerpo femenino que podría portar un significante más amplio. Y a partir de ahí empecé a trabajar con la idea de superposiciones de voces: un mundo europeo y un mundo bárbaro. Las voces de una nación hechas de capas provenientes de diferentes registros, fuentes y referencias. Así empecé a construir un texto casi hecho de citas de la literatura, de la cultura popular, de la historia, de documentos sobre cría y faena de ganado. Entre muchas otras, hay referencias a autores como Lautréamont y Kafka que comentan el texto de Echeverría y que dan cuenta de ciertos aspectos de la historicidad argentina. El resultado es una superposición de voces y de estilos, un cocoliche literario. Fue desafiante porque me interesó trabajar con el material original, reflexionar sobre él y a la vez producir una lectura nueva. Y en el intento de entender de qué habla hoy El Matadero, apareció la necesidad de una reescritura, pero sin que nuestra mirada empañe la del autor, más allá de algunas salvedades. Echeverría, por ejemplo, sólo ironiza sobre la figura de Matasiete, el federal; nosotros también lo hacemos con el unitario.

Marcelo Delgado: –Es más, en el texto original el unitario aparece casi al final y acá está todo el tiempo en escena, interviniendo sobre su propia historia y sobre lo que dice el mazorquero. Mas que civilización o barbarie sería civilización y barbarie, la convivencia de ambas.

–¿Cómo es la estructura del espectáculo?

M.D.: –Incluimos un poema, La Refalosa, de Hilario Ascasubi, de la misma época, en el que un mazorquero describe cómo matan a los unitarios. Este texto funciona como prólogo y como epílogo de la obra. En el medio hay ocho escenas que remiten a tópicos que aparecen en la nouvelle de Echeverría. Y esa superposición de estilos que plantea Emilio se corresponde con algo que yo vengo trabajando desde hace tiempo: el contrabando de elementos musicales de un campo al otro, de la música popular a la música académica y viceversa. Yo mismo tengo una formación académica, pero trabajo mucho con géneros populares. Así como el unitario (nuestro Cajetilla) tiene una voz ligada a la tradición del canto refinado de los salones y Matasiete (el mazorquero) se expresa con un registro popular, gutural y desgarrado, el coro funciona alternativamente en la línea culta de la tradición europea o como una maquinaria capaz de producir sonoridades más viscerales, como un bestiario sonoro no vinculado con la tradición europea. De modo que esas fronteras que aparecen fijas y delimitadas en los protagonistas, en el coro se esfuman. El sexteto asume los dos tipos de voces.

–¿Cómo concibieron el espacio escénico?

E.G.W.: –El espacio del matadero remite a un campo de concentración, a un lugar donde se ejerce violencia sobre el cuerpo del otro. Más que cerrar el sentido, lo abre, remitiendo a toda forma de violencia en la que el otro es un enemigo al que hay que aniquilar. Además, en determinado momento, el público se verá involucrado en la escena y también decidimos expandir el texto. Lo que cantan aparecerá proyectado en las paredes funcionando como subtitulado y, en ciertos momentos, de manera independiente. Las voces no cantan lo que aparece escrito y el público tendrá que construir el relato.

Para García Wehbi, la ópera fue en sus inicios un lenguaje desconcertante. “Debuté como régisseur en el ’99, con Sin Voces. Tenía una sensación rara. Me preguntaba: ‘¿Por qué cantan y no dicen el texto?’. Pero cuando cantaban todo cobraba un sentido distinto, y creo que eso hace de la ópera un género peculiar. Además, no es lo mismo trabajar con actores que con cantantes. Estos tienen una potencialidad tremenda, que es la voz y, a la vez, ciertas limitaciones en otras áreas de la interpretación. Pero se trata de convertir en potencia sus capacidades”, asegura. Desde el 7 de abril, este drama impulsado por el Cajetilla, el mazorquero y el toro-vaca acompañados por una especie de coro griego, expondrá su intensidad sin el soporte que suele brindar la orquesta. Las voces serán las principales armas para crear todo el clima de la obra. Las funciones serán los sábados 18 y 25 de abril y los sábados de mayo a las 21, con un elenco compuesto por Federico Figueroa, Pablo Travaglino, Alejandra Ceriani, Adrián Barbieri, Martín Díaz, Pol González, David Neto, Juan Francisco Ramírez y Alejandro Spies. Con música creada y dirigida por Delgado, libreto y régie de García Wehbi, completan el equipo Maricel Alvarez a cargo de la coreografía, Alejandro Leroux en el diseño de luces y Norberto Laino en la escenografía.

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