Mar 02.06.2009
espectaculos

TEATRO › CAROLINA ERLICH Y EL VI FESTIVAL DE TíTERES PARA ADULTOS

“Nada de infantil ni de ingenuo”

Así define la organizadora el evento preparado por el grupo El Bavastel, una vidriera para grupos que utilizan técnicas de guante, teatro de objetos, de manos y de sombras. “No había público suficiente y tardamos en ocupar un lugar”, dice.

› Por Hilda Cabrera

¿Qué es una matrioshka y cuál su significado? La convención dice que es una muñeca rusa creada a comienzos del siglo XIX, para algunos símbolo de continuidad a través de la mujer, de sabiduría y larga vida o reproducción femenina al infinito, y para otros de una fertilidad que acaba sólo si con la madera del vientre ahuecado de la última muñeca se talla la figura de un varón. La actriz y titiritera Carolina Erlich cuenta que al proyectar Matrizka, el más reciente espectáculo del grupo El Bavastel, que fundó en 1993 y para el cual produce, quería trabajar con juguetes y que, con cierta melancolía y recordando a la matrioshka (o babushka) con la que su abuela a veces la dejaba jugar, pensó armar un espectáculo para niños. Pero sucedió que al comentar su propósito a Mario Marino –director de Matrizka, en la que Erlich es única manipuladora– el trabajo derivó en obra para adultos: “Mario me dijo que esas muñecas le dan terror, que esto de que de adentro de una mujer sale otra y otra y otra no tiene nada que ver con el mundo infantil ni con la ingenuidad”. El comentario sorprendió e interesó a Erlich al punto de convertir el proyecto inicial en espectáculo para mayores. Así nació la inquietante Matrizka, incorporada al programa del VI Festival de Títeres para adultos que organiza anualmente El Bavastel en coproducción con el Centro Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral (Celcit). Este encuentro incluye una kermesse de apertura (el jueves 11, a partir de las 20.00, en el Centro Cultural Caras y Caretas) con escenas de diferentes trabajos, la inauguración de una muestra de objetos y figuras de papel y un recital del músico y cantante Palo Pandolfo. Participan del festival grupos que utilizan técnicas del títere de guante, el teatro de objetos, de manos y de boca, el teatro de sombras y bunraku. Se realizará además una función de reconocimiento a la trayectoria del maestro titiritero Roberto Docampo, donde se verá Bar Tango, de Miguel Rur. Las funciones se ofrecerán en el Teatro Celcit y el C. C. Caras y Caretas, en tanto la charla abierta con el homenajeado Docampo se hará en el Teatro Tornavías de la Universidad Nacional de San Martín.

Si bien la disciplina titiritesca fue en un comienzo el complemento a la actuación, Erlich –formada en los talleres de Julio Chávez, Lorenzo Quinteros y Cristina Banegas– encontró en el arte de los títeres una forma de vida. Se inscribió en el taller del titiritero Gerardo Nine y se halló “en medio de un torbellino de producciones” que la decidió a profesionalizarse. Fundó El Bavastel con Mara Sperandío (ahora ex Bavastel) y trabajó en las plazas, experimentando con espectáculos para niños: “Nos sorprendíamos de lo que pasaba en cada función –memora la actriz–. Para nosotras fue una manera de insertarnos laboralmente. Después incorporamos más gente al grupo y yo comencé a ocuparme también de la producción. El grupo cumplió ya quince años de vida y lo festejamos como corresponde”.

–¿Tuvieron igual aceptación con los títeres para adultos?

–En 1998 hicimos la primera puesta para adultos. Cuando la estrenamos sonaba raro; además tiraba la fantasía de lo pornográfico. Tuvimos que dar muchos pasos antes de poder ocupar un lugar y que reconozcan nuestras propuestas. Se trabajaba mucho en el país, pero no había público suficiente. Por eso algunas compañías buscaban camino en Europa.

–¿Pasa también hoy?

–En España hay una movida bastante importante. Lo mismo en Francia, porque las comunas apoyan estos trabajos. Con El Bavastel hemos hecho gira de hasta dos meses por varias ciudades españolas. Ahora viajamos menos: la producción del festival nos lleva mucho tiempo.

–¿Cómo eligen las obras?

–El grupo se compone de ocho personas, seis trabajamos en Buenos Aires y en general dos recorren el interior, porque preferimos ver las obras in situ y no decidir sobre los videos. Buscamos no repetir los espectáculos presentados en ediciones anteriores, salvo que se trate de un trabajo que coincida con una creación del artista homenajeado. Cuando organizamos el reconocimiento al maestro Roberto Espina, invitamos al grupo El Chonchón, de Córdoba, para que presentara una obra de este autor. Este año el homenaje es a Roberto Docampo, un realizador de títeres admirado por las generaciones jóvenes. Ellos son nuestros maestros, personajes emblemáticos dentro de la profesión.

–¿Las versiones deben ser autorizadas?

–Sí, los mecanismos y las estipulaciones legales son las mismas que para el teatro de actor. Hay que pedir el permiso en la asociación autoral. Algunos autores son muy sensibles respecto del material y quieren ver la puesta de sus obras antes de los estrenos.

–¿Qué temas le importa desarrollar?

–Algunos dicen que encuentran en mis puestas una preocupación por el paso del tiempo.

–¿Como en Las vueltas de la vida o Vida bífida, donde el personaje Ramírez nace, crece, se reproduce y muere, pero no totalmente, porque se bifurca y accede a una segunda vida?

–Reconozco que hasta ahora no había sido consciente de eso, aunque en la calesita de Las vueltas de la vida, que es teatro para adultos, está muy presente. En general parto de una imagen o de un metejón con alguna cosa. Escribo basándome en los ensayos, observo a mis compañeras trabajar y anoto...

–¿Qué o quién define el desarrollo del espectáculo?

–El títere (o el objeto) propone y el grupo escucha. Esto es lo más interesante del trabajo. Las puestas más ricas se dan en ese juego. En Matrizka quedó clarísimo. Empezamos a hablar de la familia, la maternidad, el orden, de lo que nos alinea o va de mayor a menor y se relaciona con la obediencia, con el mandato de no transgredir. En nuestro trabajo es importante “hacer silencio” para escuchar mejor lo que el material propone.

–¿Prefieren los objetos que enlazan con la infancia?

–En mis obras tomo los que me parecen más acertados para lo que quiero contar. En Caminito de hormigas, un espectáculo infantil, utilizamos utensilios de cocina –un cucharón, una cucharita de café...– porque los chicos pueden reconocerlos inmediatamente.

–¿Influyen en sus obras la narrativa, la poesía, el cine?

–Cada una de esas artes me interesa, pero lo que me fascina es el cine de animación, que es muy pariente de los títeres. He encontrado inspiración mirando dibujitos animados o animación en otras técnicas, y también en la pintura y la danza. La narración estaba mucho más presente en los primeros infantiles del grupo. Entonces partíamos de un cuento conocido o de un relato que había surgido espontáneamente. Caminito de hormigas, por ejemplo, partió del relato que nos hizo una nena en una función. Era un delirio, pero algo de lo que dijo nos gustó. De allí el cuento de Simona, una niña distraída que se va perdiendo en su propio juego. Cuando se trabaja con chicos hay que tener un oído muy fino para escuchar y entender qué esperan. El niño es de una sinceridad total, si algo no le gusta pide irse, o directamente se va.

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