TEATRO › AGUSTíN ALEZZO Y EL ESTRENO DE EL RUFIáN EN LA ESCALERA
Así define el director, reconocido con el premio María Guerrero a la trayectoria, al texto de Joe Orton que puede verse en su sala El Duende, mientras prepara para agosto la puesta de Contrapunto, con Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia.
› Por Cecilia Hopkins
En la ceremonia de entrega de los premios María Guerrero, Agustín Alezzo recibió el galardón a la trayectoria. Con más de 80 puestas en su haber y con más de cuatro décadas al frente de sus cursos de actuación, el director no piensa renunciar al trabajo. En su sala El Duende, de Córdoba al 2700, se ofrecen dos de sus puestas: Cena entre amigos, de Donald Margulies, y la recientemente estrenada El rufián en la escalera, del iracundo dramaturgo inglés Joe Orton (ver recuadro). Recién para agosto, Alezzo tiene previsto el estreno de Contrapunto, de Anthony Shaffer, con Pepe Soriano y Leonardo Sbaraglia, montaje que el equipo comenzó a ensayar hace tres semanas.
Pero a pesar de haber comenzado un nuevo proyecto, el director no olvida ni descuida las puestas que ya tiene en cartel: continúa admirado por el trabajo que realiza Beatriz Spelzini en Rose, de Martin Sherman (labor por la cual recibió el María Guerrero a la mejor actuación femenina de la anterior temporada) y habla de Cena... como de “un milagro a sala llena”; observa atentamente las reacciones de los espectadores durante las funciones de El rufián....
En tiempos en que la sala Planeta existía y era dirigida por Carlos Gandolfo, Alezzo realizó la puesta en escena de Botín, del mismo Orton. “Siempre recordé con mucho afecto aquel espectáculo y fue por eso que siempre pensé hacer otra obra de Orton”, afirma en la entrevista con Página/12. “Es un autor que no tiene muchos textos y, como preferí no hacer Atendiendo al Sr. Sloane, elegí El rufián..., aclara. El elenco está integrado por dos actores que han sido alumnos suyos –tanto Cristina Dramasino como Federico Paz asistieron a sus clases– si bien Nicolás Dominici es quien se formó desde el inicio con Alezzo. En un barrio periférico, una pareja compuesta por una ex prostituta y un matón a sueldo recibe la recurrente visita del rufián de marras, un muchacho que vive la angustia de la muerte de su hermano en singulares circunstancias, a quien espera homenajear en insensato acto suicida.
“Todo el problema de la sociedad occidental de hoy es que no hay nada digno de ocultar”, escribió Orton en su diario, promediando los años ’60. Un lúcido intérprete de su vida y obra, Juan José Sebreli (ver recuadro) puso a la obra de este británico nacido en 1933 y muerto en 1967 a manos de su amante, que lo ultimó a martillazos, en su contexto cultural: el primer hippismo y el rock, el ácido lisérgico y la liberación sexual, todo esto, obviamente, ocurrido cuando no se pensaba en la crisis económica y en la aparición de una enfermedad como el sida. Completan el perfil del dramaturgo la biografía de José Lair, titulada Susurros en tus oídos, llamada igual que la película dirigida por Stephen Frears: la figura de Orton surge como la del proscripto rebelde que prefiere los encuentros anónimos en la penumbra de los baños públicos de los suburbios a la vida social común y corriente. No obstante las apariencias, Orton escribió en su diario: “No estaba tan seguro de mí mismo como me hubiera gustado y por eso adoptaba una actitud descarada y simulaba ser mucho más duro de lo que era en realidad. Afrontaba las situaciones con una gratitud cínica e irónica porque así conseguía que no fueran tan dolorosas”.
–En esta obra, ¿no aparece prefigurado el personaje del Sr. Sloane?
–Yo creo que son dos personajes diferentes. Sloane es un vividor, mientras que éste es un enamorado suicida. Aunque tal vez al comienzo uno podría pensar que tienen algunas características en común: son jóvenes, violentos, bellos y con intenciones de sacar partido de eso. Pero esta obra es la historia de un suicidio, muy particular.
–¿Cómo caracterizaría a los otros dos personajes?
–Ella es una mujer que se ha dedicado por años a la prostitución. Vive llena de terrores y sobrevive intentando salvarse como mejor puede. Su pareja es un individuo de la peor estofa. Anda en negocios turbios, puede hacer trabajos por encargo, asesinatos, estafas, robos. Siempre está metido en cosas sucias. Es irlandés y católico y, por eso mismo, es un hipócrita.
–¿En ese personaje concentra el autor su espíritu crítico?
–Es a través de ese personaje que Orton desnuda a la sociedad en una forma salvaje. Muestra la doble vida que lleva. “Aquí el sexo es peor que en Gomorra”, dice, pero se sabe que él también es parte de ese mismo ambiente aunque no lo admita. Es un hombre despreciable desde todo punto de vista.
–¿Dónde están las claves de la teatralidad de Orton?
–En sus diálogos, porque cada texto es contundente. Orton va al asunto sin vueltas, en todas las situaciones. Plantea unos personajes que parecen ser de una manera pero que de pronto se revelan de otra forma. Y esto captura al espectador hasta el final.
–¿Es una obra sobre la soledad?
–Podemos decir que sí. El chico hace todo lo que hace porque no puede soportar la vida sin su hermano, por quien siente una pasión extraña. Todos son personajes marginales que hablan un lenguaje brutal. Orton toma siempre lo más bajo de las capas sociales, pero no por su pobreza sino por cuestiones morales. Sus personajes hablan de valores pero ellos mismos no los observan nunca.
–No tienen culpa ni conciencia de clase...
–No, claro que no. El interés de Orton es criticar la hipocresía de la sociedad, sus falsos valores. Dirige sus dardos a la clase monárquica, a la clase alta. Escribe para molestar y escandalizar.
–Tal vez hoy sus obras no tengan ese mismo efecto...
–Sin embargo, cuando miro a la platea, veo que los espectadores se sienten molestos con algunas situaciones. Hoy la gente está muy asustada por la inseguridad. Por eso mismo, inquieta mucho la escena en que la mujer está sola y el chico le pone el pie en la puerta para meterse en la casa. También pasa eso con la escena de acercamiento entre los dos hombres.
–¿Cuál fue la dificultad mayor que encontró al dirigir esta obra?
–Fue difícil encontrarle el tono justo para no caer en una cosa ridícula o grotesca. O inverosímil. No es fácil lograr que la escena no resulte asqueante. Es una obra que hay que tocar con manos de seda para encontrarle el punto justo y mantener un delicado equilibrio.
–¿Le cuesta encontrar textos de autores argentinos interesantes para poner en escena?
–A mí me hubiera gustado poner alguna obra de Discépolo o de Juan Carlos Gené, un autor que me encanta. Pero todavía no se dio.
–¿Por qué eligió la obra de Shaffer?
–Fue una idea de Pepe Soriano. Siempre quise trabajar con él. Somos amigos desde hace años, coincidimos en infinitas cosas. Habíamos trabajado como actores en Adriano Séptimo, dirigidos por Gandolfo, a fines de los ’60. Pepe es una maravilla de actor, uno de los grandes. Y a Leo lo conozco desde sus 16 años.
–¿Ese es el nombre de la obra original?
–Nosotros la llamaremos Contrapunto, porque Sleuth es una palabra muy difícil de traducir. Fue llevada al cine dos veces: se llamó primero La huella y la hicieron Laurence Olivier y Michael Caine y hace unos años se llamó Juego macabro, con guión de Harold Pinter, también con Michael Caine y Jude Law. Es un trhiller que habla sobre la posesión de una mujer. Es el encuentro entre un marido y el amante de su mujer.
–Un encuentro muy british, sin dudas...
–Exactamente, es una obra muy inglesa. Tiene una ironía muy fina a la que estoy muy acostumbrado porque hice muchas obras inglesas. Con la mejor de las sonrisas un personaje le dice al otro unas cosas tremendas. Y esto deriva en un juego que es mejor no revelar. Está lleno de sorpresas. Es un espectáculo de difícil manejo, lleno de efectos.
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