TEATRO › HéCTOR MANRIQUE Y SU PUESTA DE FINAL DE PARTIDA
El director venezolano, que encabeza el Grupo Actoral 80, ofrece en la sala Celcit una pieza de Samuel Beckett que funciona como metáfora de la existencia del hombre, signada por la soledad, la imposibilidad y el vacío.
› Por Cecilia Hopkins
Publicada en 1957, Final de partida es la segunda pieza de Samuel Beckett, escrita luego de Esperando a Godot. Si bien algunos estudiosos de su obra afirman que fue inspirada por los relatos bíblicos correspondientes al Diluvio Universal y el Arca de Noé, todos coinciden en que la obra constituye una metáfora sobre la existencia del hombre, signada por la soledad, el vacío y la imposibilidad. Aun con su ironía y humor característicos, el autor irlandés describe un mundo insoportable: encerrado en un espacio asfixiante, un ciego paralítico espera la muerte acompañado por un sirviente y sus padres, ocultos dentro de dos tachos de desperdicios. La obra, que fue objeto de varias puestas en Buenos Aires, podrá verse hoy en el Celcit (Moreno 431) según el montaje del venezolano Héctor Manrique, director del Grupo Actoral 80, fundado en Caracas por Juan Carlos Gené durante su exilio en ese país. El elenco está integrado por Juan Vicente Pérez, Daniel Rodríguez, Juvel Vielma y Melissa Wolf.
Nacido en Madrid pero criado en Venezuela, Manrique desarrolla desde hace años una vasta actividad como actor, director y productor de teatro. Lo sorprendente es que, además de autores como Beckett, ha realizado puestas de obras tales como No seré feliz pero tengo marido, Monólogos de la vagina, Brujas y Confesiones de mujeres de 30. De adolescente, cuando decidió dedicarse a la actuación, fue a pedir consejo al dramaturgo José Ignacio Cabrujas, quien le dijo: “Busca a Juan Carlos Gené, que es él que de verdad sabe de esta vaina”.
–Usted es nacido en Madrid, ¿cuándo llegó a Venezuela?
–A los tres meses de nacido. En ese momento mi padre era diputado del Partido Comunista de Venezuela y estaba encargado de las relaciones internacionales del partido, lo que consistía fundamentalmente en encontrar recursos para comprar armas para la incipiente y rocambolesca guerrilla que en esos tiempos intentaba aflorar en Venezuela. Mi madre, que sí es española, viajó a Madrid a encontrarse con mi padre y de paso dar a luz. La historia termina con el regreso de mi padre a Venezuela a los tres meses de yo haber nacido, cuando lo detienen y pasa cinco años preso.
–¿Fue con Gené que se formó profesionalmente?
–Sí. Ingresé a un taller convocado por el Celcit de Venezuela en el año 1982 que Gené llevaba adelante junto a un extraordinario plantel de profesores (Enrique Porte y Verónica Oddó, entre otros). Dos años más tarde ese taller termina convirtiéndose en lo que es hoy en día el Grupo Actoral 80.
–¿Cuándo estrenó su primera obra con el grupo?
–Fue en 1983, en una pieza del argentino Ricardo Lombardi, quien era miembro del grupo. Y dos años después, al regresar de una gira por Argentina en donde yo interpretaba el papel de Mario, el cartero enamorado en la obra Ardiente paciencia, de Antonio Skármeta, fui invitado por Gené y el resto de los miembros a pertenecer al grupo.
–¿Es cierto que lo apodan “el zar del teatro”? ¿Por qué razón?
–Es una expresión que suele usar un solo periodista para referirse a mí. Y creo que es por la gran actividad realizada por todo un equipo de trabajo y no solamente por mí. Ese trabajo ha dado como resultado que haya momentos en que hemos tenido varios montajes en cartelera al mismo tiempo.
–Ha dirigido una amplia gama de espectáculos, desde los llamados “comerciales” hasta piezas como Copenhague. ¿Este es su primer Beckett?
–Es mi segundo Beckett. El primero fue Esperando a Godot, pieza que estrenamos en el GA-80 en el año ’96. Fue un montaje que nos llenó de muchas satisfacciones, ganó numerosos premios e hicimos con él varias giras internacionales. La razón principal de volver a Be-ckett es porque adentrarse en él es siempre una aventura creativa muy retadora. Es impresionante la nitidez con que Final de partida, escrita hace más de cincuenta años, nos refleja como una sociedad depredadora. En este momento cuando estamos hablando de la verdadera posibilidad de destrucción del planeta y viendo cómo se derriten los polos por el calentamiento global, tenemos una obra con cuatro tipos que nos dicen: “Señores, somos responsables de lo que nos pase si no somos capaces de hacer algo para cambiarlo”.
–¿Cómo es Final de partida en su montaje?
–La mía es una lectura vertiginosa, violenta, cruel. De una gran exigencia física y creativa para los actores. El actor es el eje del montaje. Si bien hemos intentado escarbar en el sentido del humor de la obra, la desesperanza está muy acentuada. Hay un texto de Esperando a Godot, que rondó en mí durante todo el proceso de montaje: “El aire está lleno de nuestros gritos, pero la costumbre ensordece”.
–¿Cómo es vivir en Caracas?
–Paro los que tenemos más de 40 años viviendo en Caracas, vivir en esta ciudad hoy es vivir en la nostalgia de lo que fue. Es una ciudad que se ha ido empobreciendo a pasos agigantados. Hay un ejemplo muy claro: hace diez años en Caracas había más de treinta espacios de representación teatral –y ya eran muy pocos–, hoy en día no se llega a diez. Lo que habla de la deshumanización de la ciudad. Una ciudad sin teatros es una ciudad enferma. Lamentablemente, vivir en Caracas se ha ido convirtiendo en una experiencia extrema. No hay día en que uno no se entere de un robo o un asesinato o el secuestro de una persona conocida.
–¿Qué opinión le merece el gobierno de Venezuela?
–El gobierno que ha ido reduciendo los espacios de libertades públicas. Te recuerdo el cierre de Radio Caracas Televisión y ahora hay un constante acoso a Globovisión. Y lo más doloroso es la fractura del tejido social del país. Estamos viviendo en un país dividido, con familias divididas. Son dos pedazos de país que caminan constantemente al enfrentamiento y si no logramos encontrarnos nos esperan momentos muy oscuros y dolorosos.
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