TEATRO › NORMA ALEANDRO Y “CINCO MUJERES PARA UN MISMO VESTIDO”
La actriz y directora es responsable de la puesta de esta obra de Alan Ball, en la que cinco damas de honor se refugian en una habitación, huyendo de una boda ridícula. “Ball desentraña formas de ser y sentir en la gente común”, analiza Aleandro.
› Por Hilda Cabrera
Cuando es libre de seleccionar obras, la actriz y directora Norma Aleandro las prefiere cómicas. Esta vez la elección partió de los productores de Cinco mujeres para un mismo vestido, pieza que dirige y estrena mañana en el Teatro Maipo, y que al promediar este año montará en Madrid con elenco español. La puesta requiere una dinámica especial para retratar una circunstancia insólita. Cinco mujeres, “damas de honor” de una boda que se les antoja ridícula, buscan refugio en una habitación para no trabar relación con los invitados. Las razones, importantes o nimias, serán develadas durante la charla. El desencanto es notorio, también la burla. Festejan la broma hecha al novio que en la obligada genuflexión de la ceremonia religiosa mostró, sin quererlo, pintada en las suelas de sus zapatos la palabra “socorro”. ¿Cómo aportar imaginación creadora a esta comedia del estadounidense Alan Ball? En principio, sondeando en los caracteres de unos personajes que comparten un nivel económico y una cultura: “Gente que se mueve junta por el mundo, desde la primaria en adelante”, define Aleandro.
–Los temas de la vejez, el cáncer, la droga y el sida aparecen como obsesiones en estos personajes de Ball. ¿Cree que son cuestiones específicamente estadounidenses?
–No. Son comunes entre nosotros, como la problemática del sida entre los más jóvenes. Fumar marihuana en una reunión es casi una costumbre. Si no fuera así no hubiéramos podido trasladar la obra a nuestro Buenos Aires. El texto se conecta muy bien con cierta forma de vida que se da en la ciudad y en grupos de mujeres que, como éstas, hablan de sus cosas con gran libertad.
–Aunque simulando...
–Es gente común: ninguna demasiado brillante, ni profunda en cuanto a planteos. En algunos momentos señalan la deshonestidad de ciertos invitados a la boda y critican, pero no desde un plano sociológico sino como lo podría hacer cualquiera. No hay citas inteligentes ni reflexiones profundas. Ball desentraña formas de ser y sentir a medida que transcurre la acción. La situación de estas “damas de honor” es muy particular y el sinceramiento se va dando naturalmente, sin que se lo propongan, por el hecho de estar juntas y conocerse de toda la vida.
–¿Considera este desarrollo de la acción como característico de la comedia estadounidense?
–No exactamente. Ball tiene rasgos que me recuerdan comedias al estilo de Mesas separadas, del inglés Noël Coward. El autor no pretende “cambiar el mundo” sino mostrar a “gente viviendo”. No existe la pretensión de intercambiar concepciones filosóficas ni teorías políticas.
–¿Quizá por eso entre los autores argentinos es menos habitual la comedia? En no pocos se descubre la intención de modificar conductas sociales, aunque sea mínimamente.
–No. Yo no pondría esas palabras en mi boca. Nuestra dramaturgia es bastante variopinta. Oscar Viale (Chúmbale, Camino negro) era un autor que escribía sobre situaciones dramáticas con un humor y una gracia y espontaneidad muy grandes. La comedia es un género dificilísimo, porque camina por una senda resbaladiza. En general, se transforma en obra de costumbres al mostrar formas de vida. Cinco mujeres... es una de éstas, como El prisionero de la 2ª Avenida, del norteamericano Neil Simon, donde de pronto la situación explota. Simon y Ball tienen una buena manera de presentar los problemas dentro de un género que fácilmente se va hacia el drama o la sátira.
–¿Un ejemplo sería No toquen a la nena, de Juan José Jusid, con guión de Viale y Jorge Goldenberg?
–En esa película se toma el camino de la sátira.
–Ha realizado puestas de obras muy diferentes, desde La venganza de Don Mendo, y piezas como Medea, Lo que vio el mayordomo, Hombre y superhombre, De rigurosa etiqueta (sobre un libro propio) hasta el montaje de un solo para el bailarín Julio Bocca y el de la ópera La Cenerentola, de Rossini. ¿Cuál es su método en la dirección?
–Nunca me planteo una obra de la misma manera, ni para dirigir ni para actuar. En general, leo en profundidad hasta entender por dónde el autor quiso contar lo que cuenta. Una vez que creo tener más o menos clara la melodía que el autor tocó, me dedico a buscar a los actores y actrices adecuados. Esto es semejante a lo que hace un director de orquesta cuando elige a los ejecutantes de cada instrumento. Porque no es el director el que hace que la obra salga bien sino los actores. El director ayuda a que eso suceda; pero si los actores no son buenos, lo que se ve en el escenario es espantoso. Un buen director no hace una buena función.
–¿Siempre elige a los intérpretes?
–En general me han dado el sí, incluso en los teatros oficiales.
–¿Qué pasa cuando se dirige a sí misma o comparte esa función, como en Mi querido mentiroso junto a Sergio Renán?
–Eso es muy fácil. Es una obra de dos personajes, y los dos somos actores y directores. Nos ponemos de acuerdo. En el teatro off se ve mucho este tipo de trabajo. La puesta va surgiendo de la dramaturgia conjunta de actores y director. Con esta pieza hicimos tres temporadas en España y dos aquí. Como actriz, viajo a España por dos o tres meses. Más no podría. Extraño a todos, a mi marido, a mis hijos, mis nietos y mis amigos. Soy totalmente dependiente de los afectos, y esa dependencia no me pesa. Los afectos dan alegría de vivir. Cuando una los tiene, lo bueno es más bueno y lo malo menos malo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux