TEATRO › VANESA WEINBERG PRESENTA LA OBRA EL BORDE INFINITO
Se trata éste de un espectáculo que cruza el teatro y la danza, con dirección compartida entre la propia actriz y la bailarina y coreógrafa Valeria Kovadloff. En ese mestizaje también se suma el planteo visual de la escenografía de Eliana Heredia.
› Por Cecilia Hopkins
En El borde infinito, la actriz Vanesa Weinberg se propuso “desentrañar el sentido humano de los sueños, de sus accidentes, sus remansos, sus luces y sus sombras”. Se trata éste de un espectáculo que cruza el teatro y la danza, con dirección compartida entre la propia actriz y la bailarina y coreógrafa Valeria Kovadloff. Pero en ese mestizaje también se suma la plástica, dada la importancia del planteo visual de la escenografía de Eliana Heredia. Si lo primero que ve el espectador es un lecho donde la protagonista duerme soñando que su cuerpo se replica (de hecho no está sola, sino que cuenta con la interpretación de Guy Barel) para volver a ser sólo uno, las luces diseñadas por Miguel Solowej descubren de golpe el espacio por completo, y con él, un paisaje de reminiscencias prehistóricas, que envuelve a los personajes y les brinda un marco ideal para desarrollar esta sucesión fragmentaria de cuadros oníricos. La pieza se presenta hoy a las 20.30 en Anfitrión, Venezuela 3340.
“La narración no es lineal, sino circular y enigmática –afirma Weinberg a Página/12–, y es en ese espacio que pertenece a un orden paralelo a ‘la realidad’ donde sucede esta historia de un cuerpo –o dos– que duermen, sueñan y recorren ese ilimitado y múltiple mapa que conforma el universo interior de cada uno, donde la naturaleza se desnaturaliza y todo se distancia de lo conocido, se desborda, se derrite, se transforma”, concluye. A partir de la idea del desdoblamiento, El borde... insinúa que, mientras reposa, el cuerpo ingresa en una dimensión que evoca a la realidad diurna pero desde una extrañante perspectiva.
Formada tanto en teatro como en disciplinas afines al movimiento, hace años que Weinberg había hecho dupla con Valeria Bertucelli, cuando se las conocía como Las Hermanas Nervio. En sus otros trabajos como intérprete, el cuerpo aparece como vital soporte de acciones. Y el humor, como un ingrediente inevitable: “Creo que el humor es inseparable de una forma de mirar, opinar y criticar el mundo, de hacer algo patente”, afirma la actriz, que reconoce en el panorama teatral actual un deseo de continuar con el desarrollo de experimentaciones que impliquen riesgos. “Los organismos oficiales deberían apoyar y subsidiar estos emprendimientos –opina–, pero también los medios deberían destinar un mayor espacio a este tipo de trabajos: el teatro comercial u oficial sigue teniendo prioridad en su divulgación, a pesar de que a nivel expresivo el riesgo que plantean es mucho menor”, subraya.
–El lenguaje de la obra se basa en un cruce entre la danza y el teatro, fundamentalmente. ¿Es la primera vez que trabaja en esta dirección?
–En este trabajo estaba muy clara la intención de borrar fronteras entre una y otra disciplina, casi como si se tratara de una tesis de trabajo. En obras anteriores en las que participé –como La maña, Negra matinée, El aire alrededor y Venecia– esto no estaba de forma tan explícita, pero sí en cierta impronta, que tiene que ver con mi forma de trabajar y mi formación, donde el cuerpo y el lenguaje corporal están muy presentes.
–¿Cómo define el humor sutil que aparece en El borde...?
–Se podría decir que es un humor un tanto patético: vemos a una mujer que reclama amor, que intenta besarse a sí misma sin éxito. Este personaje, que habla como si su pie fuese el tubo del teléfono, tiene algo de Jamás te atendí, una adaptación que habíamos hecho con Las Hermanas Nervio de La voz humana, de Jean Cocteau. Allí, la situación planteada no es graciosa en sí misma, pero si uno la lleva al paroxismo aparece un humor que devela el patetismo que puede desplegar una mujer en su necesidad de ser amada.
–¿Cómo fue trabajada la dramaturgia textual y la dramaturgia física?
–Con la idea del dormir y del soñar comenzamos a improvisar, con muchas consignas desde lo físico. Como soy actriz, comenzaron a desarrollarse situaciones, textos, estados y personajes. Además, en un viaje conocí al gran poeta chileno Claudio Bertoni: sus textos llenos de imágenes y sensaciones me resultaron justos para lo que veníamos trabajando y se transformaron en partituras de movimiento. Así, fuimos armando una pista de trabajo, donde el movimiento y los textos se hacían mutuos aportes.
–En la obra hay un tratamiento importante en lo referente al tiempo y al espacio. ¿Cuál fue la intención de ustedes en relación con este tema?
–La intención era recrear lo que sucede en los sueños, en los que se salta a través del espacio y del tiempo, lo mismo que a través de las leyes de la realidad. Soñar es un hecho realmente asombroso, donde absolutamente todo está dentro de lo posible. En los sueños, el pasado, el presente y el futuro se suceden en un solo instante eterno. Por eso es imposible contar un sueño, ya que recurrimos a lo que manejamos, que es la sucesividad, cuando, en realidad, los sueños son múltiples y simultáneos.
–¿Cómo está planteada la relación hombre-mujer?
–Como una relación necesaria, deseada, compleja. Como algo bello: dos cuerpos que se entrelazan, se mezclan, se completan. Una unidad que, sin embargo, puede quebrarse si deja de existir el entendimiento buscado.
–¿A qué bordes infinitos está aludiendo el título de la obra?
–El título está pensado en un doble sentido: por un lado se refiere a los bordes del soñar y el estar despierto y, por el otro, se refiere al tratamiento estético elegido: ¿cuáles son los bordes que separan la danza del teatro?
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