Vie 04.09.2009
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TEATRO › JORGE GOMEZ HABLA DE SU PIEZA MEMORIAS DEL AGUA

Un futuro que provoca sed

“La falta de agua es, además de una tragedia, un tema político”, afirma el autor, director e intérprete de una obra que plantea un futuro distópico, en el cual las reservas de agua han desaparecido y una multinacional experimenta con el cuerpo humano.

En Memorias del agua, comedia dramática escrita, dirigida e interpretada por Jorge Gómez, que se presenta los viernes a las 21 en el Teatro De La Fábula (Agüero 444), lo que se da como cierto es un universo distópico: las reservas de agua han desaparecido por la desidia del hombre y el apocalipsis ha dejado un baldío inmenso tras las puertas. Hacia adentro, la corporación internacional Waters United ha montado una selva de tubos de ensayo, bidones y máquinas, con el fin de purificar los líquidos emanados por la única fuente posible, el propio hombre. En los laboratorios, mangueras y venas confluyen en cyborgs esclavizados que corren sobre cintas de gimnasio para sudar lo que la empresa venderá, lo que la población comprará y beberá por la supervivencia. El caos ecológico impone un nuevo contrato social que, no obstante, aún replica las relaciones de poder entre dominantes y dominados, finalmente nudos de la misma caña.

“Tenía cierto temor al observar que la falta de agua es un tema que ya está hoy, pero que quizá no está advertido en toda su magnitud, porque todavía abrimos la canilla y sale agua”, explica el autor a Página/12. En seguida, anota dos influencias: por un lado, el libro Las guerras por el agua, de Elsa Bruzzone, y el documental Sed, invasión gota a gota, de Mausi Martínez; por el otro, su querida Avellaneda: “Todos los días cruzo el Puente Pueyrredón y veo el estado del Riachuelo, que es una fuente de aspiraciones nauseabundas. Y tenía ganas de trabajar con algo de eso, pero no sabía cómo sin caer en lo clásico. Una vez que me atrapa un tema para laburar, me gusta bordearlo con otra cosa que tenga un sustento en la realidad”, explica Gómez, que además es periodista y profesor de Historia.

–Por el nombre, se podría pensar que la obra reflexiona sobre un problema ecológico latente, pero en realidad el eje está puesto en los vínculos...

–Sí. Hace dos años me puse a investigar, di con el libro de Bru-zzone y fue un “click”. Me di cuenta de que la falta de agua es, además de una tragedia, un tema político. Es cierto que tiene que ver con lo cotidiano, que sería no dejar que chorree el agua de la canilla, pero básicamente hay una decisión política para que la falta sea una realidad. Por ejemplo, el Acuífero Guaraní es una de las reservas subterráneas más importantes y la comparten Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay. Actualmente, hay cierta intención de las grandes potencias, Estados Unidos entre ellas, de ubicar estratégicamente tropas alrededor del acuífero bajo otras excusas. Afortunadamente, hoy abrimos la canilla y el agua sale, pero si dentro de veinte años eso no ocurre...

–Ese sería el análisis macro, pero ¿qué sucede con el de las relaciones de poder entre los personajes y la figura de la sociedad?

–Quise hacer centro en la figura de lo humano, en el hombre que corre como un engranaje de un sistema social y económico que, a su vez, lo descarta. Lo que importa es que el individuo funcione. Si no, habrá otro, como sucede en los McDonald’s. La obra es una metáfora del hombre trabajando como una máquina.

–Como profesor de Historia, está ejercitado en la mirada retrospectiva. De hecho, la mayoría de sus obras tienen un trasfondo político, social o económico basado en épocas anteriores. Por ejemplo, Biblioclastas, su puesta anterior, aborda la quema de libros durante la última dictadura militar. ¿Cómo fue, esta vez, mirar hacia el futuro?

–Jugué con las concepciones y me planteé cómo debía imaginarme el futuro: si más expresionista, digital o analógico. Acá el laboratorio está en América latina. Hay una parte en la que uno de los personajes dice que el agua judía es muy agria y que no hay genética como la latinoamericana. Eso se emparienta con lo que sucedió tras la llegada de los españoles, con lo que el capitalismo extrajo de estas tierras y de las poblaciones originarias para utilizar en la metrópolis. Otra analogía se podría establecer entre el laboratorio y los campos de concentración de la dictadura. De alguna forma, uno no deja de mirar hacia atrás.

–“Memoria del agua” es un concepto que explica las supuestas propiedades curativas del agua como terapia holística. En Internet se pueden encontrar varias páginas que le rinden culto. ¿La elección del nombre de la obra tiene algo que ver con esto?

–En principio, el nombre de la obra sería Memorias del futuro, porque era jugar con la idea de algo que no pasó pero se está recordando. Estaba, también, cierta advertencia sobre hasta dónde puede llegar el ser humano. Pero les hice leer el guión a varias personas y me sugirieron Memorias del agua. Después, una persona me lo relacionó con la filosofía. Es un título más apropiado que Memorias del futuro, que por ahí era más poético. Pero me gusta cómo quedó porque el teatro tiende a ser demasiado críptico: da vueltas sobre sí mismo y nadie entiende un zorongo. A mí me interesa que el que vea la obra la entienda, más allá de que uno no vaya a hacer docencia.

Entrevista: Facundo Gari.

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