Vie 13.01.2006
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TEATRO › ENTREVISTA A MONICA VIÑAO, QUE ESTRENA “ANA QUERIDA”

El amor según Anton Chejov

La directora estrena el próximo 21 su tercera obra, una versión del cuento La dama del perrito, de Chejov, en El Camarín de las Musas. La define como “una traducción teatral”.

› Por Cecilia Hopkins

No es la primera vez que la directora Mónica Viñao incursiona en la dramaturgia. Su primer texto fue Des/enlace, su segunda obra, De todas las noches, estrenada a mediados de 2004. Si bien pasaron muchos años entre una y otra, ahora parece que la directora no esperará tanto para dar a conocer nuevos trabajos: su tercera pieza se estrena el sábado 21 en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960). Se trata de Ana querida, una versión del cuento de Anton Chejov La dama del perrito o más bien, como ella misma define, una “traducción teatral” del texto del autor de La gaviota, al que no sumó ninguna palabra que no le perteneciera. Su labor dramatúrgica consistió en redistribuir el discurso del narrador en los soliloquios que interpretan los cuatro personajes. Una pareja que acaba de conocerse durante un breve período en la ciudad de Yalta, y sus respectivos cónyuges que los esperan, uno en Moscú, el otro en San Petersburgo. El elenco estará integrado por Deborah Bianco, Verónica Cosse, César Repetto y Jorge Rod.

Viñao ya había notado que el autor ruso viene provocando un renovado interés en las últimas temporadas. Lo prueban Mi querida, de Griselda Gambaro, sobre un cuento homónimo de Chejov; Un hombre que se ahoga, versión de Daniel Veronese sobre Las tres hermanas; El caso Vania, de Laura Yusem; Argumento para una novela corta, de Enrique Dacal. Si bien Viñao desde siempre supo que alguna vez dirigiría un texto de Chejov, ella cuenta en la entrevista con Página/12 que la elección del cuento tuvo que ver con el hecho de haber sido el primer texto sobre el que debió trabajar cuando comenzaba a asistir al taller de narrativa de Guillermo Saccomanno: “El ejercicio no me había salido bien y debo haber sentido que tenía una cuenta pendiente”, reflexiona ahora.

–¿Un director debe esperar algún momento en particular para abordar a ciertos autores?

–Bueno, en realidad, yo me largué a dirigir con la impunidad del que recién empieza. No me asustaba nada. Hice Shakespeare, Eurípides, Mishima. Después de esa época en la que hice autores clásicos o universales, empecé a trabajar autores argentinos. Por entonces también apareció mi propia escritura. Ahora, después de tantos años de trabajo, veo las cosas de otra manera tal vez porque voy cambiando de prisma. Y entonces volví a los clásicos. Pensé en Ibsen, otra vez en Shakespeare, pero me decidí por Chejov.

–La dama... es un cuento de final abierto. ¿No sintió la necesidad de concederle un cierre?

–No quise encontrarle un desenlace. Me parece que el gran desafío es que la historia no concluye y eso es muy enigmático, muy atractivo, algo que hace muy contemporáneo al cuento. Chejov siempre da la impresión de que cuando uno empieza a leerlo, esa historia ya venía pasando desde tiempo atrás y, cuando termina el texto, que la historia continúa su curso más allá de nuestra lectura. Quise mostrar la magnitud del desequilibrio que ocasiona este encuentro en la vida de ambos personajes y no en cómo se iba a resolver. Quise conservar ese poder de sugerencia, sin ponerle ningún texto mío.

–Es decir que no sintió la necesidad de volver sobre aquel ejercicio del taller de narrativa...

–No, porque a mí me gusta lo que termina con un interrogante. Especialmente porque se trata de teatro, un lugar que para mí tiene que ver con el hecho de abrir una polémica. Me gusta la idea de plantear un diálogo con el espectador y no dar una respuesta cerrada. Y en verdad no es lo más importante en el cuento el saber si ellos siguen juntos o se separan sino hacer foco en el hecho de que un evento puede modificar en un instante la vida de uno, para siempre.

–Con la versión escénica hubo personajes que cobraron mayor relieve.

–Sí. La obra gira alrededor del encuentro de Ana y Gustavo, en Yalta. Luego está el marido de ella, que no sospecha nada de lo que ocurre y la esposa de él, que percibe el enamoramiento de su marido por otra. Respeté los diálogos del cuento, que son muy pocos. Lo demás está armado en base a soliloquios, es decir que los actores hablan sólo consigo mismos sin dirigirse nunca al público.

–Cuando comienza a dirigir un texto propio, ¿hace cambios frecuentes?

–Dirigir un texto me permite acceder a una comprensión diferente a la que tengo desde la lectura. Tengo la posibilidad de ver entre líneas mientras voy viendo cómo funciona, junto con los actores. En este caso, el sentido más profundo del cuento de Chejov me apareció trabajando con ellos. Y sí, hubo cosas que cambié.

–¿Cuál fue la idea que le reveló más claramente el trabajo de dirección?

–Chejov habla de que la verdadera vida de los seres humanos es secreta y está oculta a los ojos de los demás. Lo más verdadero en cada uno es lo que nunca sale a la luz. Y esto trasciende el tema del engaño porque habla de la esencia humana. Me parece que es un tema para reflexionar.

–En Chejov, el amor nunca es fuente de plenitud...

–Chejov hace la distinción entre la sociedad matrimonial y el amor entre un hombre y una mujer. Y plantea siempre que la realidad está llena de cuestiones frustrantes. Sus personajes parecen estar en lugares equivocados y hacer cosas que profundizan su error. Además, como dice Harold Bloom, en Chejov como en Shakespeare, los amantes hablan pero no pueden escucharse, porque tienen discursos cruzados. La insatisfacción es una problemática muy chejoviana y hasta el amor implica sufrimiento: cuando Ana encuentra lo que está buscando, en vez de sentirse plena, sigue insatisfecha por los mismos motivos que antes. De modo que parece que la felicidad es imposible de ser aprehendida.

–Ultimamente, muchos espectáculos, de muy diverso tono, tocan el tema del amor.

–Frente a la falta de credibilidad de otro tipo de discurso, tal vez por eso sea necesario volver al tema del amor, porque es un lugar poético, un espacio necesario para todos los seres humanos. No tengo una visión demasiado optimista del mundo. Tal vez es por eso que el amor me parece un terreno de sosiego. Creo que estamos yendo en dirección equivocada y me da la impresión de que vamos a estrellarnos una y otra vez. Hasta los elementos están exacerbados, y no es que no sabíamos que la naturaleza iba a responder ante el abuso. En los ’70 me sentía más ilusionada que ahora, con este mundo dominado por el capitalismo furioso, por la desigualdad absoluta en cuanto a la distribución de los recursos. Esto sólo puede generar una gran violencia, una situación que se produce, precisamente, por ausencia de amor.

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