TEATRO › ENTREVISTA CON LA ACTRIZ NATI MISTRAL, QUE DEBUTA JUNTO A ANALIA GADE
Nati Mistral usa esa expresión para explicar por qué ella no se considera una cantante folklórica española. Ha venido ahora a debutar, junto a Analía Gadé, en Afectos compartidos.
› Por Hilda Cabrera
“Imagínate, en mi época tenías que parecerte a las americanas, y yo con esta pinta nunca hubiera podido”, dice la actriz y cantante española Nati Mistral a propósito del cine de su juventud. Ese recuerdo la lleva a explayarse sobre otra pinta, la de “los argentinos encantadores”. Mistral es una enamorada del teatro y del público locales que –apunta– la recibió generosamente en sus numerosas presentaciones, incluidas las temporadas marplatenses. Trajo periódicamente recitales de canto y poesía, y protagonizó varias obras con elencos argentinos: Anillos para una dama, Divinas palabras, La malquerida, El hombre de La Mancha y ¡Hello, Dolly! Su primer contacto con la Argentina no fue sin embargo a través del teatro sino del cine, convocada para He nacido en Buenos Aires, de Francisco Mugica, donde compuso a una actriz, Lola Membrives, pero sin identificarla, pues “Doña Lola vivía y quizá no hubiera querido verse como personaje”. Regresó ahora para actuar junto a Analía Gadé en Afectos compartidos, pieza de Carlos Furnaro que se ofrece en Multiteatro (Corrientes y Talcahuano), dirigida por el argentino Osvaldo Cattone, radicado en Perú.
“La obra tiene el ritmo de un partido de ping pong, y no es vulgar, no es zafia”, comenta la artista. Nunca antes trabajó junto a la argentina Gadé, a pesar de que las dos viven en Madrid. “Ella ha hecho comedias y yo no, salvo esta Afectos... No compartimos el cine, porque no tengo su estilo, tampoco el de una Zully Moreno o una Mirtha Legrand. El mío es más tempestuoso, más cerca de una Ana Magnani. Los directores italianos de la época eran más listos. Los españoles preferían a las tipo americanas o las folklóricas como Carmen Sevilla o Lola Flores. No había guiones para las que estábamos afuera de esos moldes”, resume.
En teatro nunca fue una desocupada. Viene de cumplir una temporada con La gracia que no quiso darme el cielo, espectáculo en homenaje a Cervantes, y de haber participado en enjundiosos montajes: La Celestina, de Fernando de Rojas; La Dorotea, de Lope de Vega; La malquerida, de Jacinto Benavente; e Inés desabrochada, de Antonio Gala. Justamente, un libro de este novelista, poeta y dramaturgo, titulado Ahora hablaré de mí, acompañó a Mistral durante la entrevista con Página/12. Lo acababa de comprar en una librería de Corrientes. La actriz y cantante admira a Gala: “Tiene gran talento, pero es muy engreído. El lo sabe y lo confiesa. Ha escrito unas columnas bien fuertes en los periódicos de Madrid: La Tronera, en El Mundo, y en El País, Charlas con Troilo, su perro. Si amas a los perros, lo entiendes mejor. Yo acabo de perder a mi perrita, ¡mi niña! Al lado de mi casa hay un convento de monjas seglares. Un día, la Madre Superiora me dijo: ‘¡Siempre con la perrita!’. Y yo le contesté: ‘Usted habrá escuchado que los humanos estamos hechos a semejanza de Dios. Pues no es así. Esos son los perros y no los humanos’. La Madre se alteró: ‘¡Ay, Dios mío, qué dice usted!’. Bueno, pongamos que el perro no está hecho a semejanza de Dios, pero es seguro que Dios tiene los ojos de un perro. He escrito un verso a los ojos de mi niña, a esos ojos que me miraban como si dijeran no te entiendo, pero qué quieres. Esa mirada y los niños chicos son maravillosos”.
–Estrenó aquí una obra de Gala, Anillos para una dama. ¿Cómo fue esa experiencia?
–La presentamos en el Teatro Odeón, que no está más, y era hermoso. La dirigía Cecilio Madanes. He trabajado con Osvaldo Terranova, Pepe Cibrián... Después la llevamos al Avenida. ¡Fíjate! He conocido a los mejores. Carlos A. Petit me trajo a El Nacional, creo que fue en 1962, a la revista porteña de Nélida Roca, Adolfo Stray... Yo hacía una presentación antes del final, de la apoteosis o del apocalipsis, como quieras llamar al momento en que las vede-
ttes salen con todas sus plumas. Lo mío con la Argentina es un metejón que no acaba. Dejo todo para venir. Conozco el país de punta a punta, y a Buenos Aires la amo. Pasé épocas felices. Las mejores, en las de los años ’60, la ciudad con sus cafés y su gente tan amable, y las librerías abiertas durante la noche.
–¿Los años ’60 eran también los mejores en España?
–Habían pasado las dos guerras, la nuestra y la mundial. España era el décimo país industrializado del mundo. A mi juicio, comenzaba a florecer, y yo tenía unos cuantos años menos. España salía de la pobreza. Conocí Berlín después de la guerra, armando recitales, porque no hablo alemán, y estuve allí en 1961, cuando se empezó a construir el Muro. He estado en todas partes, también aquí cuando regresó Perón y pasó lo de Ezeiza. Casualidades, porque estaba haciendo una temporada en el Odeón. He viajado por todo el mundo con mis recitales y mis canciones.
–¿Por qué cree que atrae tanto la música española?
–Es muy extrovertida, y los trajes y las mantillas son muy bonitos.
–¿Se considera una artista folklórica?
–No, porque en España se le llama folklórica a las que cantaban o cantan andaluz: Lola Flores, Rocío Jurado, Isabel Pantoja. Yo no tengo ese estilo, ni soy andaluza. No me gusta ser chino falso. Es distinto cantar a más, salir de tu línea a veces. Entonces canto un tango, aunque no es mi base; canciones mexicanas y composiciones de Chabuca Granda, aunque no soy peruana. He cantado en una versión operística de Bodas de sangre, aquí, en el Teatro Colón, con régie de Juan José Castro. Las folklóricas no hubieran podido. Antes había experimentado con otras orquestas y directores. Con el mexicano Eduardo Mata y el español Jesús López Cobos estrenamos El amor brujo, de Manuel de Falla, en Amsterdam, Nueva York y Londres.
–¿Cómo se prepara para los tangos?
–No digo que canto copiando, pero escucho todo el tiempo grabaciones de Carlos Gardel, Amelita Baltar, Susana Rinaldi... Con ellos aprendo por dónde ir.
–¿Pensó escribir un libro de memorias al estilo de Ahora hablaré de mí, de Gala?
–La editorial Planeta me ofreció publicar mis memorias. Eso me obligaría a contar verdades que no se pueden divulgar. ¡Imagina! Conocí a mucha gente. Comencé a los 14 años en el teatro. Mis padres no querían que fuera actriz, aunque pagaban las clases en el Conservatorio. Un día me presenté a un concurso de radio sin que ellos supieran, y gané el premio. A partir de ese instante aceptaron, y pude entrar al Teatro Español, que es como decir aquí al San Martín o el Cervantes. Y sigo trabajando, porque la vida es cada vez más cara, más dura y estúpida, y uno no puede detenerse. Si yo supiera cuándo será el fin de mi vida, diría, ¡bueno, hasta aquí llegué! No tengo hijos, sólo un hermano, pero es como si no existiera. Entonces ando prevenida, y mientras tenga memoria y pueda viajar, encantada de esta vida. Lo que recibo es con felicidad, porque nunca sabes cuándo vendrá el bajón.
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