TEATRO › MIRTA BUSNELLI Y UN EQUIPO FRANCO-ARGENTINO EN UNA PIEZA LIVIANA Y DESGARRADORA
Tras una primera mitad de año en la que brilló con su personaje en Los exitosos Pell$, la actriz se embarcó en un proyecto “tan bien armado que me resultó rarísimo”. El resultado fue Hasta que la muerte nos separe, de Rémis de Vos.
› Por Carolina Prieto
Disfruta del trabajo en equipo, del encuentro con artistas con una mirada personal, del aporte desde distintas áreas creativas. Sus criaturas son siempre intensas, desfachatadas, escapan de los tonos medios y son capaces de fundir el humor con la tragedia. Basta recordar su último trabajo teatral como la madre desorbitada de Los padres terribles, de Jean Cocteau, en un vínculo atormentado con su hijo (Nahuel Pérez Biscayart), o la que compuso en La niñera (televisión) y en Las mantenidas sin sueños (cine). Mirta Busnelli conserva el sentido del juego y del riesgo, atenta a no repetirse, a no caer en fórmulas transitadas, y a generar nuevas ficciones pesar de que el papel de madre es frecuente en su carrera. Tras el final de Los exitosos Pell$ (que le valió un Martín Fierro a la mejor actriz de reparto en comedia), la actriz estrenó en El Camarín de las Musas una obra intimista de un autor francés inédito en el país, Hasta que la muerte nos separe, de Rémis de Vos, junto a un joven equipo franco-argentino. Y está de lo más entusiasta, zambullida en una segunda mitad de año algo más tranquila, después del ritmo sostenido de meses de grabaciones.
“Fue un gran trabajo de parte de todos: actores, directores, técnicos. Los exitosos Pell$ estaba hecho como un unitario en tiempo de tira diaria. Todos aportaron mucho; nos gustaba quedarnos para ver qué hacía el otro”, cuenta la morocha de ojos claros y risa estrepitosa que encarnó a Marcela Sánchez (la contrafigura del personaje de Hugo Arana), una mujer inescrupulosa, dispuesta a todo para triunfar. Años de experiencia le permitieron poner ciertas condiciones –“grabar tres veces por semana para poder descansar martes y jueves, algo que no siempre las producciones pueden aceptar porque ellos también trabajan contra reloj”– y componer una criatura depravada aunque con cierta complejidad. “El personaje de Arana era un canalla sin contradicciones. El mío, si bien hacía cualquier cosa para lograr su objetivo, se resquebraja, se quiebra y termina en un mejor camino al enamorarse del padre de Sol (Carla Peterson). Es que el amor es redentor”, opina.
El proyecto teatral llegó de modo inesperado. Una carpeta detalladísima vía mail de la actriz franco-argentina Céline Bodis (interesada en difundir en Buenos Aires autores franceses contemporáneos como Joël Pommerat, cuya obra ¿Qué hicimos? estrenó en 2005) explicando todas las condiciones, incluidas fecha de estreno y de ensayos. “Todo parecía estar tan bien armado que me resultó rarísimo. Encima ella se volvía enseguida a Francia y teníamos muy poco tiempo para encontrarnos”, cuenta. “Acá no estamos acostumbrados a esta modalidad, primero te llaman por teléfono.” Desconfiaba plenamente, pero fue Ana Pauls, su hija, quien la hizo desechar prejuicios y confiar en que podía tratarse de una propuesta seria. Entonces conoció a Bodis, viajó a Francia, se juntó con el director Paul Desveaux (37 años y ascendente carrera) y, durante el mes de agosto, ya todos instalados en Buenos Aires, ensayaron hasta ocho horas diarias. La acompañan en la ficción Javier Lorenzo (de quien se enamoró cuando lo vio actuar en Nocturno hindú, versión teatral de Gabriela Itzcovivh del texto de Antonio Tabucchi) y Bodis. El reencuentro entre la madre, el hijo y la ex novia tiene lugar después de casi diez años en la casa materna, tras la muerte de la abuela. Una madre y un hijo que casi no se dirigían la palabra, una ex que sigue bajo el ala paterna, con una vida sin grandes cambios. Y el regreso del hijo (el único que habría modificado su historia), en un intento por articular alguna palabra para salvar la relación.
“No es muy atractivo hacer una madre opresora como las que ya hice. Lo que importa es poner en escena la delicadeza y la complejidad de la relación, esa fragilidad que hace que todo se pueda romper con un gesto. Como cuando no sabés cómo tratar al otro, porque con el mismo acto podés amarlo o clavarle un puñal”, destaca Busnelli. ¿Cómo es esta nueva madre? “Ni siquiera sabe qué fuerzas la mueven. Es brutal con su hijo y consigo misma. Tiene una soledad refractaria, que hace que los demás se alejen”, agrega. Desveaux fundó hace más de diez años su propia compañía, L’ héliotrope, en la que los actores reciben un entrenamiento coreográfico. Además de la danza, sus puestas suelen articular otros lenguajes como la música y el cine, sin por eso desmerecer el trabajo actoral que es su principal preocupación. Este francés rechaza una concepción psicologista de los personajes; se vuelca a la superposición de distintas capas narrativas para conformar ficciones. “La obra da la sensación de un tiempo casi real, podría ser una jornada en la vida de estos tres seres. Nos interesa el equilibrio entre lo cotidiano y lo irreal. Desde lo escenográfico hay algunos objetos relacionados con la vida diaria (una mesa, una heladera, un sillón) pero, a la vez, es un espacio vacío, y de un verde bastante raro que remite a las viejas películas del cine alemán. Casi un ámbito cotidiano pero corrido, poético, que genera cierto extrañamiento”, adelanta. Hace años trabaja con el músico Vincent Artaud, cruzando música y texto y buceando en las posibilidades de la música, de “hacerse cargo de algo que la escena no puede contar y aportar una nueva dimensión”. Al respecto, Artaud, que también viajó a Buenos Aires para este trabajo, señala: “Trabajé con instrumentos muy cotidianos como la guitarra, pero con un sonido no del todo familiar”.
–¿Cómo eligieron el texto?
Celine Bodis:–Después de hacer el texto de Pommerat, quería seguir con la idea de traer autores franceses inéditos y coproducir. Como trabajo hace años con Paul y él suele leer mucho material nuevo, le pedí que me recomendara algo. Y cuando leí la obra fue como una evidencia. Me pareció perfecta para hacerla en Buenos Aires: sólo tres actores, y una historia que parece liviana pero que es profunda. Hay una muerte en la primera escena y después asoman temas como las relaciones familiares, el paso del tiempo, el amor. Quería volver a trabajar con Paul porque sabía que él no iba a tomar un camino por el lado del naturalismo, ni iba a limitarse a la anécdota de los personajes.
Paul Desveaux: –El autor escribe sobre gente común y tiene un humor medio trash que crea un contrapunto interesante. Esta obra tiene un humor que funciona cuando los actores no pretenden ser graciosos ni lograr un efecto cómico. Ahí es cuando conmueven, cuando aparece la torpeza de este trío. Finalmente, creo que es una pieza sobre la perdición.
–¿Mejora la relación madre-hijo después del encuentro?
P. D:–Rechazamos la idea de un happy end. Lo que si hay es un cambio, no sé si para bien o para mal. En todo caso, una aceptación.
–¿Cómo fue trabajar con un director extranjero?
Javier Lorenzo: –En los ensayos él hace mucho hincapié en la conciencia del hecho teatral, en la relación entre los actores y con el público, en el cuerpo. Me hace acordar a Bartís, con quien me formé. A pesar de la sorpresa que significó este encuentro, me encontré con algo bastante familiar. Bartís, Ciro Zorzoli, Paul Desveaux son directores con propuestas muy personales.
M. B: –Paul le da mucho valor al trabajo del actor y es lo que a mí me interesa, para generar entre todos algo nuevo, que nos sorprenda a nosotros mismos.
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