Sáb 28.01.2006
espectaculos

TEATRO › LYDIA LAMAISON SOLO PIENSA EN SEGUIR TRABAJANDO

El secreto mejor guardado

A los 91 años, protagoniza en el Teatro de la Comedia la obra Parecen ángeles. Pero como le sobran ganas y vitalidad, además grabará la novela Collar de esmeraldas, para Canal 13.

› Por E. R.

En su caso, probablemente como en ningún otro dentro del mundo del espectáculo argentino, resulta imposible establecer con cierto grado de certeza quién le dio más a quién: si ella a la actuación o la actuación a ella. De manera similar al eterno dilema del huevo o la gallina, cuesta entender en su figura si el teatro, la televisión y el cine fueron causa o consecuencia de que a los 91 años Lydia Lamaison esté lúcida y trabajando sin parar. Rozando los 70 años de trayectoria, la abuela de cuanto galán haya surgido en el mundo de la TV en las últimas tres décadas no se da por vencida ni se resigna a no trabajar. De hecho, este año la actriz tendrá jornada de doble turno: durante el día grabará la novela Collar de esmeraldas para Canal 13, a la noche protagonizará en el Teatro de la Comedia (como este fin de semana, los viernes, sábados y domingos) Parecen ángeles. ¿Cuál es el secreto que la mantiene en forma y vital aún a su edad? “Nada raro”, dice. “Tengo el privilegio de gozar de buena salud. No sé lo que es un médico y mucho menos una operación”, detalla, dibujando su característica sonrisa en su refinado rostro.

Si su edad y sus casi siete décadas de carrera –debutó en teatro en 1938, en una versión de Cándida, de Bernard Shaw– no bastaran para justificar la envidiable vitalidad física y mental que exhibe, antes de comenzar la entrevista la actriz confiesa que llegó un rato antes al teatro para supervisar “que la escenografía y las luces están como deben estar”. “Lo que pasa es que a mí me gusta mucho dirigir. No puedo con mi genio, aunque tengo mucho respeto por el director”, aclara, más como un cumplido que como una realidad que lleva adelante en la práctica. El director en cuestión es Carlos Evaristo, el mismo que dirigió a la actriz en 2003 con la obra que ahora reponen, acompañados en las tablas por Graciela Pal, Ximena Fassi y Pablo González. “Parecen ángeles tiene mucho humor en momentos dramáticos, lo que tiñe a la obra de un desahogo necesario, tanto para el público como para el actor”, detalla.

–¿Por qué decidió volver al teatro con la reposición de Parecen ángeles?

–Yo soy muy amiga de Jorge Medina, el autor. Y un día charlando se me ocurrió proponerle que volviéramos a hacerla, debido a que en su temporada de estreno no la explotamos lo suficiente. Sólo la hicimos algunos meses del 2003 en el Regina, después fuimos a Mar del Plata y cuando volvimos no se pudo hacer por diferentes compromisos. Es una obra muy accesible al público y que tiene la virtud de ofrecer muchos entretelones: el que quiere ver un poco más allá de lo que la obra es, puede hacerlo sin sentirse falto de material. La obra es un canto a la vida, y mi personaje un canto a la libertad: es una vieja independiente que no quiere ser una carga para nadie. No desea ser una vieja molesta, por lo que toma una decisión importante pero cuestionable para vivir lo que resta de su vida. Esa determinación revolucionará su círculo íntimo, especialmente a su hija y su nieta. Es una historia de afectos entrañables, de amores desencontrados y de esperanza de vida.

–¿Se identifica con el personaje de Aurora, una señora independiente que no quiere ser una carga para sus familiares?

–Yo soy muy independiente. Pasan los años y cada vez soy más libre e independiente. Amo mi libertad. Desde que enviudé hace años, vivo sola y no necesito de nadie. Soy una persona bastante solitaria: tengo pocos amigos. Pero esto no significa que arriba del escenario haga de mí. Aurora, el personaje, tiene como toda vieja ciertos prejuicios que yo no tengo. Yo soy una persona muy abierta y libre. Mientras vea que estoy en sintonía con lo que pase alrededor, no voy a resignar mi lugar en el mundo.

–Ni el lugar ganado en la TV, el teatro o el cine...

–De ninguna manera. Actuar ya es algo natural para mí. De todas formas, debo reconocer que lo mío no es un milagro, es una gran salud. Teniendo salud uno puede moverse, charlar, trabajar y disfrutar la vida con lucidez. Soy una privilegiada: a los 91 años puedo trabajar de lo que me gusta y andar por el mundo como si fuese una adolescente.

–¿Pero la vejez no le afectó en nada su cotidianidad?

–Siempre fui una persona introvertida. No tengo 20 años, pero sí el espíritu y la vitalidad que todos tenemos a esa edad. Por lo general, los mayores necesitan mucho de una compañía. Tienen miedo de estar solos y que les pase algo. Yo no le tengo miedo a nada. No pienso que me puede pasar algo, o me puede faltar tal cosa... Mi vida estuvo dedicada a la actuación. Y le doy gracias a Dios por haberme dado esta vocación: no hay cosa más linda del mundo que poder transmitir emociones a través del arte. Sentir y comprobar en el escenario que la emoción que uno tiene dentro le llega al espectador es algo satisfactorio, como ninguna otra cosa.

–¿Sigue disfrutando la actuación o continúa trabajando por necesidad?

–A la hora de actuar me siento espléndida. Pero debo reconocer que mi placer en escena se debe a mi salud y a mi actividad. Las personas activas siempre se mantienen mucho mejor que aquellas que son demasiado pasivas. Estar en actividad te hace sentir viva. No hay duda de ello. Yo me rodeo de mucha gente joven, que me da casi mágicamente un impulso energético increíble. A diferencia de lo que muchos opinan, yo siento que los mayores somos los que debemos adaptarnos a los jóvenes; no al revés. Aunque algunas cosas no entendamos de los jóvenes, somos nosotros los que tenemos que actualizarnos para mantener la vitalidad. Los jóvenes tienen mucho ímpetu, son gente muy decidida y tienen mucha independencia a la hora de tomar decisiones.

–Sin embargo, hay muchos actores jóvenes que dicen no aguantar el ritmo de hacer televisión y teatro al mismo tiempo, como va a hacer usted este año.

–Es que así como tienen esas cosas buenas, los jóvenes tienen de malo que son de quejarse mucho. Yo, a mis 91 años, nunca me siento cansada ni desganada. ¿Cómo voy a estar cansada si hago lo que me gusta? Actuar es un placer al que no quiero renunciar. En todo caso, será mi salud y Dios los que algún día me quiten de las tablas. Pero no vale la pena pensar en eso. Como siempre digo: no hay que estancarse en el pasado ni intentar planificar lo que sucederá en el futuro. No hay mejor estado de existencia que vivir el presente.

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