Lunes, 11 de enero de 2010 | Hoy
TEATRO › JULIETA DíAZ, PROTAGONISTA DEL AñO QUE VIENE A LA MISMA HORA
Trabajó en Teatro por la Identidad, hizo de Norma Arrostito, es una de las figuras de Valientes y ahora, en su primera temporada en la costa, se sube al escenario en el nuevo espectáculo de Adrián Suar. Habla de su relación con el público y de los efectos que provoca la tele.
Por Facundo García
Desde Mar del Plata
La primera impresión es que se trata de uno de sus personajes. A medio camino entre la fragilidad y el carácter fuerte, Julieta Díaz conversa mientras la siguen como pececitos todos los ojos del bar. Es la primera vez que hace temporada en la costa, y ya incorporó los tics del artista veraniego. La sonrisa frente a la señora que “la mira todos los días”, la buena onda con el nenito lleno de arena que trae una servilleta para el autógrafo, y la capacidad de almorzar metiendo el tarascón entre las preguntas del periodista están ahí para demostrarlo. No obstante, basta verla un rato en El año que viene a la misma hora –la obra que se presenta de viernes a domingo a las 21 en el Teatro Roxy (San Luis 1750)– para confirmar que la morocha es más que una estrella estival. Junto a Adrián Suar da consistencia a un espectáculo que mantiene a rajatabla los preceptos de la comedia romántica y se erige sin grandes pretensiones como una de las opciones más potables de la cartelera teatral en vacaciones. Además, Julieta es –o al menos parece– muy transparente. A pesar de su bajo perfil, hace poco se puso la camiseta en una campaña de apoyo a los juicios contra los represores. Y eso, en un ambiente tan derechoso como el de las celebridades, vale mucho.
Enero la encuentra, no obstante, metida en una trama de amor que vuelve a iniciarse noche tras noche: Doris (Díaz) y Juan (Suar) se conocen de casualidad en una cabaña de Chapadmalal a mediados de los setenta. Cada uno tiene su familia y ocupaciones, pero la pareja se siente tan bien que acuerda encontrarse de ahí en más en el mismo lugar y la misma fecha. El pacto dura tres décadas; y ese intercambio espaciado de intimidades, sexo y afecto permite mantener la magia.
–Estamos a metros de la playa y más de uno estará atravesando situaciones similares a la que experimentan estos personajes al principio. ¿Se inspiró en alguna experiencia personal? ¿Cree que son posibles esos vínculos?
–¿Vos me estás preguntando si he sido infiel, como Doris y Juan en sus respectivos matrimonios?
–No. Le pregunto si cree en las relaciones así, tan esporádicas.
–Hum... a ver, contame una tuya y te contesto.
–Mejor no. Me va a hacer poner colorado.
–¡Epa, se te invirtió el papel, eh! Bueno, entonces sigo. Lo que pasa es que estos dos personajes se sienten bien con sus familias, no creen que deban alterar eso. Están enamorados entre sí, y a la vez hay un montón de otros aspectos que los separan. No son meros amantes. En realidad, la pregunta de la obra es un poco qué son. En cuanto a mí, siempre he sido fiel.
Aquellos que no sean acérrimos de Suar quizá se resistan a los giros francellescos de la primera mitad del show. Pero hay variables que pulen esas asperezas. En primer lugar, es innegable que “El Chueco” es un detallista dentro de lo suyo, y ha sabido hacerse un público que lo quiere. De hecho, durante el show la gente se ríe y llora con una prodigalidad sorprendente, lo que colabora para generar un inmejorable clima de sala. A eso hay que sumar el texto de Bernard Slade, cuya efectividad ya ha sido probada en la pantalla grande –en 1978 hubo un film que dirigió Robert Mulligan– y sobre las tablas, con una versión que en su momento concretaron Thelma Biral y Rodolfo Bebán. El factor clave, con todo, es la base dramática que aporta Díaz. Sobre ese pilar pendulan las emociones y se catapultan las risas.
–Ha integrado varios elencos de Pol-Ka. ¿Le costó “trabajar con el jefe”?
–Adrián nunca dejó de ser actor y eso se nota. Entonces de los nervios de las primeras lecturas el inconveniente pasó a ser que me tentaba seguido porque él me resulta sumamente gracioso. Hay, por otra parte, una cuestión química que se da o no se da. En cualquier laburo donde actúes con un compañero sentís si se va generando ese código. Y es medio inexplicable, pero a veces está y a veces no. Esta vez sí.
En cada fin de escena, se proyectan imágenes de lo que ocurrió en Argentina desde aquel primer encuentro entre Juan y Doris. Entonces se siente ruido de nalgas acomodándose en las butacas. Cuando se ve una fotografía de Menem, por ejemplo –y por más que el personaje de Suar declara que el patilludo le da “mala espina”– hay un sector de la platea que todavía aplaude. La figura de Cristina, en cambio, se mantiene ante un silencio tenso. El recurso funciona, salvo por el hecho de que la dupla de ficción parece progresar cuando el país pasa por sus peores instancias.
–Usted interpretó a personajes que van desde Norma Arrostito a Claudia Maradona. Participó en Teatro por la Identidad, Soy gitano, Mujeres asesinas y 099 Central, entre otros. Ahora Valientes la volcó una vez más a la masividad a través de Alma, la heroína de la tira. Pero aquí se la ve encarnando a un personaje que va envejeciendo, y eso es nuevo en su carrera. ¿Cómo se hace para convertirse en una mujer de setenta cuando sólo se tienen treinta y pocos?
–Nunca había hecho una composición así. Es difícil, porque una no puede ponerse una peluca y listo. Sería una chantada. Y poner el acento en uno u otro detalle para demostrar que el tiempo pasó tampoco es una decisión sencilla. A resolver eso me ayudó el director Marcos Carnevale, que eligió resaltar uno o dos trazos que funcionan bien. Encima, hoy una mujer de cincuenta puede seguir siendo una diosa; representar el paso del tiempo se ha vuelto más complejo.
–Mire. Ahí viene más gente que la quiere saludar. ¿Qué es lo que buscan en usted?
–Yo siento que una de las cosas más gratificantes de 2009 fue que empecé a generar risas y simpatía, más allá de los seres oscuros que había hecho en otro tiempo. En cuanto a los “admiradores”, hay dos tipos. Están los que quieren que les des un autógrafo porque ése es el documento que prueba que te vieron. Y están los otros, que siguen el programa, se preocupan por tu personaje y sueñan con que vos sos realmente así. Pasa con las señoras grandes, que se comportan como si fueran tus tías. Siento que tengo miles de tías, y me gusta. Las entiendo, porque a mí me pasa algo así con la serie Brothers and Sisters. Mirá que yo laburo en el rubro, y sin embargo me re-enganché con los personajes, quiero saber cómo resuelven sus conflictos, cómo se pelean, cómo se amigan. Si llego a ver a uno de esos actores por la calle seguro que lo encaro y le digo “ay, me encanta tu programa, lo veo siempre”. La tele es un poco eso.
–¿Va a hacer más tele el año que viene?
–¡No!
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