TEATRO › MIGUEL MOYANO Y LIDIA CATALANO HABLAN DE AFTERPLAY
Los actores protagonizan la obra del irlandés Brien Friel, que les da nueva vida a personajes célebres del dramaturgo ruso Anton Chéjov. Moyano y Catalano explican la lógica de esta pieza, que despierta recuerdos y actualiza sensaciones.
› Por Hilda Cabrera
¿Cómo dar continuidad a personajes de piezas célebres? El dramaturgo irlandés Brien Friel propuso tomar a dos de ellos en Afterplay, convertirlos en ocasionales clientes de un café y ponerlos a dialogar sin que ni uno ni otro sepan nada de la vida anterior de cada cual. Metidos en esa circunstancia, uno dirá que es violinista en la Orquesta de la Opera de Moscú y otro, una mujer, mostrará su desconcierto de propietaria de una finca que heredó y a quien aconsejaron forestar para saldar deudas. “Estos personajes no son míos solamente. Soy algo menos que un progenitor, pero sé que soy algo más que un padre adoptivo”, escribió Friel a propósito de su obra, asumiendo la responsabilidad que conlleva dar nueva vida a unos seres nacidos de la pluma del dramaturgo ruso Anton Chéjov.
Ubicarlos en un tiempo futuro al de aquella creación supone comprometerse a que “permanezcan verídicos” respecto de “dónde y a qué vinieron”. De ahí que Andrei Prozorov (personaje de Tres hermanas) conserve en Aferplay algo del “muchacho confundido, huérfano de madre, criado en un remoto pueblo de provincia por un padre dominante y tres inquietas hermanas”, y Sonia (de Tío Vania) guarde un amor no correspondido por Mijaíl Astrov, médico y gran bebedor. Esta pieza de Friel –de quien se estrenó en Buenos Aires en la década del ’90 Bailando en Lughnasa (Danza de verano, en la versión local) y Molly Sweeney (retitulada Ver y no ver)– exige intérpretes sólidos, como Lidia Catalano y Miguel Moyano. Ellos “prolongarán la existencia” de Sonia y Andrei en la puesta que se ve en Andamio 90, con dirección de Marcelo Moncarz (Tres viejas plumas, Verona, Tres hermanas). La ambientación es sencilla: en la despoblada fonda o modesto bar de Moscú de comienzos de los años ’20 bastan una mesa, dos sillas y un perchero. En diálogo con Página/12, Moyano y Catalano se refieren a esa economía de elementos, al trabajo que los reunió en diferentes puestas –varias de éstas integrando el Grupo Repertorio que dirigió el maestro Agustín Alezzo– y al particular lenguaje de Afterplay, pieza provocadora en tanto despierta recuerdos y sensaciones de naturaleza chejoviana.
–Lo llamativo de este diálogo de solitarios es que llegan a la verdad desde el engaño.
Lidia Catalano: –Ellos mienten para gustar. Quieren aparecer ante el otro como creen que el otro desearía que fueran.
Miguel Moyano: –Y para que eso ocurra empiezan ocultando sus fracasos.
–¿También ustedes fantasean con el destino de los personajes?
L. C.: –A veces una quisiera saber qué pasará después. En Afterplay es interesante ver cómo los personajes pasan de la fábula a la falsedad y la mentira. Juegan constantemente con eso, sobre todo Andrei.
–Pero la mentira no los divierte, al contrario, les pesa.
M. M.: –Sí, porque necesitan ser francos. De lo contrario no podrían establecer ningún vínculo.
L. C.: –Que lo desean, porque eso los ayudaría a sobrevivir. Ella lo dice en la obra: “Esta no es la mejor manera de andar por la vida. Pero es una forma”. Acompañar a Mijaíl y luchar por su finca son maneras.
M. M.: –En cambio Andrei aceptará lo que se le vaya presentando.
L. C.: –Pero algo hace: abre su corazón a Sonia para que lo entienda. Friel tiene la obsesión de hurgar en la conciencia y en la identidad que proviene de la memoria. Esto se ve en otra obra suya, Danza de verano, que dirigió Agustín Alezzo. Lo que importa es qué despiertan en el presente las invenciones y los hechos de la memoria.
–Invenciones que pueden convertirse en humoradas si no fuera porque ellos atraviesan una situación de pérdida.
L. C.: –A pesar de la crisis personal, el humor se mantiene, surge del texto, de la sorpresa, y de forma relajada, porque –como dice el director Marcelo Moncarz– la presencia de Andrei relaja a Sonia, refugiada en ese café en un momento de cambio. La primera conversación con Andrei es sobre las paspaduras y los sabañones que produce el frío, y eso la distrae. Nunca antes había hablado con una persona de igual a igual.
M. M.: –Andrei es un hombre débil. Ha sido el niño mimado de sus hermanas, a las que fundió, Es un inútil enamorado de una mujer que lo abandonó junto a sus hijos y a la que sigue considerando su esposa.
L. C.: –El viene de Taganrog y ella de su finca, y se conocen en un lugar especial. En un viaje a Rusia conocí esos cafés enormes. Pensemos que en ese encuentro melancólico y mágico intentan sostenerse a través de un diálogo que Friel maneja con gran cuidado.
–¿Eligen qué interpretar?
M. M.: – Mi último trabajo fue en Cremona, de Armando Discépolo, en el Teatro Cervantes. Se puede seleccionar.
L. C.: –Estuve en Otros tiempos de vivir (textos de Thornton Wilder), dirigida por Alezzo, y eso fue volver a los textos y a la rigurosidad en el decir, algo que aprendimos de la maestra Hedy Crilla.
M. M.: – Y de Alezzo, y de lo que fuimos buscando por nuestros propios medios. Siempre elegí qué hacer. Cuando las cosas venían mal, trabajaba en lo que podía. Durante veinticinco años pinté marquesinas y carteles para cines. Tengo formación en Bellas Artes. Estudié en Tucumán, donde hice teatro independiente. Después me fui a Córdoba, hice mucho radioteatro y giras por todo el país.
L. C.: –También yo egresé de Bellas Artes, y sigo pintando. Miguel diseñó el cochecito que era símbolo del Grupo Repertorio y yo dibujé las letras.
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