TEATRO › SOñAR EN BOEDO, UNA OPCIóN DIFERENTE EN LA CARTELERA MARPLATENSE
Sin el glamour ni la superproducción de otras propuestas veraniegas, la obra de Alicia Muñoz conecta con el costado sensible del público. Mimí Ardú, Haydée Padilla, Rubén Stella, Esteban Prol e Ignacio Toselli hacen que la familia reflexione sobre sí misma.
› Por Facundo García
En las pensiones de Buenos Aires dicen que para averiguar cómo es un compañero de habitación hay que dejar cinco pesos encima de la mesa de luz y salir haciéndose el distraído. Si uno vuelve horas después y el billete está intacto, lo más probable es que el tipo sea más o menos bueno. Si en cambio no quedan rastros, entonces habrá que andar con cuidado. Sencillo como es, el experimento se basa en una premisa acertada: para conocer a los demás, existen pocos métodos mejores que ver cómo se manejan cuando hay plata de por medio. Soñar en Boedo –la obra dirigida por Julio Baccaro que se presenta los lunes y martes a las 22 en la sala Payró del Auditorium (Bv. Marítimo 2280)– remonta el tema más allá, y pone en escena a una familia con la rutina trastrocada por una herencia. ¿Sobrevivirán el afecto y los valores ante las tentaciones de lo material? Un elenco integrado por Mimí Ardú, Haydée Padilla, Rubén Stella, Esteban Prol e Ignacio Toselli se encargará de deplegar la respuesta con algunas de las mejores actuaciones que pueden verse en este verano marplatense.
“Nosotros no venimos con grandes pretensiones. Simplemente nos esforzamos por elaborar algo genuino. Nos dedicamos a lo nuestro sin desmerecer a nadie, pero proponiendo lo que mejor sabemos hacer. No tenemos ningún factor extra que nos dé publicidad”, define Stella, que abre la charla desde el centro de la ronda. Soñar en Boedo es una suerte de isla en una época en que priman los textos “importados”. La autora de la pieza, Alicia Muñoz –que también estuvo detrás de la recordada Justo en lo mejor de mi vida–, transporta al espectador en un viaje a través de sí mismo. Y así es que el carpintero Julián (Stella) descubre un día que acaba de recibir la fortuna de un tío muerto. Su esposa Pochi (Ardú) siente que ha llegado la oportunidad de vivir como los famosos de las revistas y su hijo Franco (Toselli) ya piensa en qué moto comprar. Del cambio también participan la esclerótica abuela Celia (Padilla) y un canillita amigo de la familia, Tonio (Prol). Ayudados por la escenografía de María Oswald y por un vago clima tanguero, los artistas van calibrándose a medida que la tensión avanza. “Uno confía en estar ofreciendo un recuerdo a los que vienen. Que puedan decir, por ejemplo, ‘hace muchos años fui por primera vez al teatro y todavía recuerdo esa noche porque me pasaron cosas’. Por eso reconforta referirnos a valores que se están perdiendo, como la unión de las familias y la honestidad”, relata Toselli, que brilla entre parejos desempeños.
Es cierto que aquellos que no se sientan atraídos por el “arte con mensaje” no van a hallarse a gusto en la Payró. La puesta, de hecho, cumple con las peores pesadillas del público que se autorreconoce “intelectual”: hay costumbrismo, cierta lectura romántica de la pobreza e incluso tramos semilacrimógenos, como aquél en que la esposa del carpintero le dice un “te quiero” a media voz. Basta, sin embargo, dejarse llevar por la historia para que se desdibujen los pruritos. Y de última, ante un mundo cada vez más apático, hay que tener las dotes actorales muy bien puestas para ponerles fichas a los sentimientos y al roce con un género de fuertes raíces locales como es el grotesco. Ardú afirma: “La función de ayer fue espectacular. La gente aplaudía de pie y luego se acercaron a saludarnos unos papás con sus chicos. Nunca antes habían asistido al teatro, y vinieron porque por lo que pagaban una sola entrada en otras salas, acá entraban todos”. En efecto, la temática, el código y el precio hacen que Soñar en Boedo sea una opción ideal para que la familia dedique una tarde de las vacaciones a reflexionar sobre sí misma. “Al fin y al cabo –aporta Stella–, estas personas que reciben la herencia también se ven ante la necesidad de volver a pensar cuáles son sus vínculos. Hay cierta sintonía con esas instancias de balance.”
Entre los enredos queda, asimismo, un espacio para reivindicar la cultura del trabajo. “La autora se asegura de no desvalorizar al hombre que tiene oficio. Al contrario. El protagonista es un laburante que, en vez de elegir la vergüenza, está orgulloso de poder agarrar una madera y hacer objetos lindos”, agrega Padilla. Las caracterizaciones logran sacar de las profundidades el recuerdo de aquellos abuelos capaces de ver el mundo laboral con conciencia, pero también con alegría. “¿Te acordás de cuando te regalaban esas basuras de plástico y vos preferías los juguetes de madera que yo te armaba?”, le pregunta en determinado momento el carpintero a su hijo. Y el pibe –que ya está grande– le suelta lo que podría entenderse como un grito generacional: “¿Y qué querés que haga ahora, que vuelva a jugar con tus maderitas?”. El cuadro marca otro punto a resaltar: la dupla Toselli-Stella, que ya había mostrado su contundencia hace años en Bailarín compadrito, insiste exitosamente con diálogos que trascienden el artificio para introducirse en el terreno de la realidad.
Alternando risas y llantos –y con la figura de Sandrini como influencia explícita–, termina de armarse el retrato de un conflicto colectivo que no cuesta trasladar al plano político. En efecto, para Stella “Boedo no es más que el paradigma. La acción podría transcurrir en cualquier población similar”. Los personajes son sencillos, casi bocetos, pero el trazo gana sombreado gracias al origen popular de los actores. “Me gustó comprobar que todos hemos pasado por el barrio –se alegra Prol–. Ese común denominador es fundamental. Viniendo de ese origen, es necesario contraponerse a una sociedad que muestra que lo principal es el dinero. La incógnita que planteamos es si hace falta tener guita para soñar.”
Los artistas coinciden en reconocer que el proyecto navega con la triple vela de las actuaciones, la dirección y el texto. Sin caer en exclusivismos, señalan que en esos rubros se utilizó trabajo y creatividad argentinos. No hay allí guiones testeados en Broadway, ni actores que vivan afuera; tampoco mediáticos de la tele o tetas estelares. “El otro día pasó una señora y me dijo: ‘Teatro argentino, por fin’. Y yo me dije: ‘La pucha, entonces hay alguien que valora esto de hacer desde acá y con autores de acá’”, resume Stella.
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