Lunes, 26 de abril de 2010 | Hoy
TEATRO › EL ANATOMISTA, DIRIGIDA POR JOSé MARíA MUSCARI, EN EL TEATRO REGINA TSU
El director de Fuego entre mujeres llevó al escenario la –en su momento– polémica novela de Federico Andahazi. Con sus recursos habituales consigue de a ratos el efecto deseado, y logra establecer complicidad con un público variado de señoras elegantes y jóvenes punks.
Por Facundo Gari
Si para Amalia Lacroze de Fortabat la novela El anatomista, de Federico Andahazi, en 1996 “no contribuía a exaltar los valores más elevados del espíritu humano”, catorce años después la obra teatral epónima en versión de Luciano Cazaux y dirigida por José María Muscari probablemente haría que la empresaria de Loma Negra abandonase el teatro Regina Tsu indignada. Porque lo que la puesta teatral “exalta” es lo que de repulsivo le habría sugerido el libro ganador del Primer Premio de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (aunque al autor el galardón le fuera negado), pero con los desnudos y toqueteos en vivo. Ya la sinopsis de la obra encuentra a un escandaloso Mateo Colón (Alejandro Awada) sumido ante un tribunal de la Inquisición cuando su más celebre descubrimiento, volcado en las hojas de De re anatomica, toma estado público: su “América, dulce tierra hallada” no se encuentra en el hemisferio occidental (como con la que su tocayo se topó) sino entre las piernas de las mujeres. Es el clítoris, órgano bautizado por el anatomista como “Amor veneris”, el generador del amor en ellas, pues se afirmaba que el alma era un atributo exclusivamente masculino y que sólo podía ser transmitida por el “semen metafísico”.
Embaucado por la belleza de una prostituta llamada Mona Sofía (Sofía Gala Castiglione) y presionado por el hermetismo del decano de la Universidad de Padua, Alessandro Legnano (Antonio Grimau), Mateo Colón hace de su claustro un laboratorio donde experimenta con cadáveres y combina hierbas y alcoholes para luego untarse el pene y hacer digerir la pomada a las prostitutas de un burdel, entre ellas la joven pupila Beatrice (Alejandra Rubio). Pero esos intentos quedan demorados por un encargo que le dará respuestas inesperadas: el médico debe restaurar a la “monjita” Inés de Torremolinos (Romina Ricci) de su fiebre. Acompañado por un ayudante (Walter Quiroz, que utiliza el nombre del cuervo Leonardino), Colón descubre una protuberancia entre las piernas de esta mujer que se le ocurre frotar con sus dedos. Al cabo de unas semanas de terapia, Inés está curada. Y enamorada. Pero el corazón del médico pertenece a “la más puta de las putas”.
A diferencia de la novela, la pieza de Muscari está centrada en el proceso judicial y utiliza otros pasajes de la narración en una suerte de flashbacks que transportan a un público variado –de señoras de alcurnia y jóvenes punks– primero hacia el encuentro con Mona Sofía en un “baile de besos” en el que Mateo Colón queda preñado de amor. Según sea su participación o exclusión en la escena, los actores sobrantes se introducen como relatores que conducen esos fragmentos, recurso acertado para dinamizar una trama literaria compleja. Quiroz –de buena interpretación– toma la batuta al comienzo y avisa que lo que se presenciará “es un drama”. Y ello no supone que no habrá comicidad sino que subraya un final trágico tal vez demasiado anticipado.
Sobre el humor, su efectividad va en desmedro del erotismo presente en la obra de Andahazi. Los recursos que usualmente el director de 33 años utiliza para entrar en complicidad con el público (que los actores se llamen por su nombre real sobre el escenario, que a coro enfaticen ciertas ideas, que cuenten intimidades cual lo hicieran otros en Escoria, que exijan al operador que baje el volumen de la música) no producen el mismo efecto aquí que en dramaturgias propias. Tampoco ese aire freak tan personal (entre idas y vueltas, los intérpretes comen manzanas y entonan “El Señor de Galilea”). No obstante, ello no implica el derrumbe de la pieza: se va a ver a Muscari porque se tiene conceptuado su sello, desde su célebre En la cama hasta Fuego entre mujeres (que continúa en el Petit Tabarís), aun a pesar de la alternancia entre los circuitos independiente y comercial.
Sí resulta al menos curioso que los desnudos sean sólo patrimonio de las tres actrices. Ninguno de ellos es fundamental en El anatomista teatral, son más bien ingredientes solicitados desde el texto. Pero aun así los hombres no abandonan sus ropas, ni siquiera se exigen en manoseos fugaces como deliciosamente lo hacen, por ejemplo, Ricci y Gala Castiglione, mientras la túnica sacramental de Grimau –que también se destaca– cubre pudorosamente los arpegios de la mano de Quiroz sobre la erección.
Tres perlitas: el vestuario de Renata Schussheim, la música de Gustavo Santaolalla y el audiovisual de Diego Casado Rubio proyectado durante la hora de puesta.
7-EL ANATOMISTA
De Federico Andahazi
Adaptación: Luciano Cazaux.
Intérpretes: Alejandro Awada, Sofía Gala Castiglione, Antonio Grimau, Walter Quiroz, Romina Ricci y Alejandra Rubio.
Vestuario: Renata Schussheim.
Escenografía: Marcelo Valiente.
Iluminación: Gonzalo Córdova.
Realización de video: Diego Casado Rubio.
Música original: Gustavo Santaolalla.
Fotografía: Gianni Mestichelli.
Diseño gráfico: Edgardo Malan.
Asistencia de dirección: Héctor Bordoni.
Dirección: José María Muscari.
Lugar: Regina Tsu (Av. Santa Fe 1235). Funciones de miércoles a sábados a las 21 y domingos a las 20. Localidades desde 70 pesos. Teléfono: 4812–5470.
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