TEATRO › HEIDI STEINHARD SE MULTIPLICA EN LA CARTELERA PORTEñA
Hace poco estrenó El sepelio y repuso El trompo metálico, dos obras que escribió y dirige. Desde hoy también actuará en Desde el borde, su última pieza, donde aborda la religión, el coqueteo con la muerte y el valor de la libertad.
› Por Cecilia Hopkins
Después de participar en el montaje de Jorge Lavelli de Mein Kampf, Heidi Steinhard dejó pasar varios años sin actuar. Volvió al teatro en 2007 para darse a conocer como autora y directora con El trompo metálico, obra que hizo más de 200 funciones. En estos días, Steinhard se desdobla por tres, no solamente como autora y directora, sino también como intérprete: luego de estrenar El sepelio en La Carbonera (Balcarce 998) y de reponer El trompo... en el teatro Anfitrión (Venezuela 3340), hoy dará a conocer su nueva pieza Desde el borde, también en Anfitrión, en este caso formando parte del elenco. Escrita en 2007, poco después del estreno de su ópera prima, El sepelio salió de corrido, “porque la tenía masticada”, según afirma Heidi ante Página/12. “O tal vez porque me dio confianza comprobar que la primera obra que había escrito estaba funcionando.” Sea como fuere, el proceso de creación del texto no se detuvo ni siquiera para hacer correcciones.
La pieza hace foco en el maltrecho vínculo que mantienen una madre y sus tres hijos. ¿Otra obra sobre las llamadas familias disfuncionales? “En primer lugar, creo que las familias nunca son funcionales”, aclara la autora. “Y si lo fueran, habría que preguntarse a qué o a quiénes tendrían que serlo.” Para ella, entonces, la familia no es más que una excusa: “Hablo de los vínculos entre los seres humanos y elijo mostrarlos en familia, porque es allí donde esas relaciones se notan más”. Si bien a simple vista el personaje de la madre puede ser caracterizado como el malo de la película, Steinhard puntualiza que, en realidad, todos son responsables por igual de lo que sucede en una casa comandada por una madre que, por desesperación, toma decisiones más que cuestionables. “No es la intención dar a entender que hay que responsabilizar a los padres de todo lo malo que les pasa a los hijos, porque los padres no son la génesis de todos sus sufrimientos. Hay un momento en que los hijos deben tomar sus propias decisiones y torcer su destino hasta donde les sea posible”, dice la dramaturga.
La acción de El sepelio sucede un domingo a la mañana, alrededor de la mesa del desayuno. Zulema, la madre (Cristina Maresca), ha decidido organizar su propio funeral, tras la muerte de una amiga íntima. “Adicta al paradigma religioso que la organiza pero que no la libera”, analiza la autora, la madre cuenta con un hijo adicto a la comida (Diego Rinaldi), otro que no termina de independizarse de ella (Guido Silvestein) y un tercero que ya es padre (Néstor Caniglia) y que está comenzando a vivir las dificultades que esto entraña. “Zulema, como una abeja reina, desechando a los zánganos, quiere un reinado absoluto –analiza Steinhard–, y los hijos, como perfectos zánganos, encuentran en la satisfacción de la reina la razón para vivir”, concluye.
–¿Qué valor asume la familia en El sepelio?
–Quise tomar a la familia como el vocero de una problemática que es inherente al ser humano. Esta obra habla de un vínculo filial basado en un “deber ser” que se pasa de padres a hijos. Del mismo modo el hombre se vincula con el mundo. Esos mandatos colaboran a que se formen unos modelos de relación de los cuales no podemos despegarnos como sociedad.
–¿Le interesa hablar sobre la opresión?
–Las relaciones de dominación se basan en la optimización de la fuerza del propio pensamiento. Así, se trata de ver cómo se le quita al otro la mayor cantidad de cosas en menos tiempo. Esto mismo se da en todos los ámbitos de la vida. Si sucede en el trabajo, uno puede renunciar y buscarse otro. Claro que si esto sucede en la familia, uno no puede hacer lo mismo.
–¿Unos sufren más que otros?
–No. Creo que no hay víctimas ni victimarios, porque sufren tanto el que domina como el que es dominado. La madre genera dolor y es por eso mismo que sufre. Me parece que se muere como se vive.
–Tanto en El trompo... como en esta pieza el tema de la educación está muy presente...
–El modelo de la educación que se basa en el rigor nunca sirvió. Los que tienen la tarea de educar tienen muy poca permeabilidad y no pueden escuchar. La enseñanza debería lograr que la gente disfrute más de la vida y del conocimiento. Pero la escuela enseña a sufrir. Y a comprender que sobrevive el que acumula más conocimiento.
Por su parte, Después del borde es una obra que integra seis monólogos, interpretados por Ana Scháuffele, Sofía Wilhelmi, María Colloca, Silvia Villazur y Maida Andrenacci, dirigidos por la autora, salvo el que ella misma interpreta, a cargo de Miguel Israelievich. “Son personajes que coquetean con la muerte porque paradójicamente tienen una pulsión de muerte vital”, define la autora y directora. La primera de esta serie de mujeres que monologan es una adolescente anoréxica, tal vez el personaje más cercano a la experiencia del espectador: “Investigué en los blogs de las personas con desórdenes alimentarios y me impresionaron sus textos, por su poesía, por el modo romántico con que defienden su derecho a elegir la muerte como salida a su adicción”, relata. También de características románticas es el personaje de Lila, la que desea el suicidio porque su familia la obliga a casarse con quien no quiere. “Este hecho nos hace valorar la libertad que hoy existe para decir que no en un caso como ése... Es un valor construido por la mujer, ya que no creo que haya tantos casos de hombres en esa situación de desventaja”, analiza la autora y directora.
Otro de los monólogos muestra a una mujer enamorada de otra mujer. “Apegada a las posesiones materiales, cuando este amor le llega, cambia todo en su vida”, adelanta la directora. El personaje que reservó para ella misma es el de una mujer que en plena borrachera y metida en una bañera revive la muerte de su padre, le reclama a Dios su ausencia y le echa en cara que todavía no lo resucitó, como le aseguraban que iba a suceder. “Aquí vuelvo otra vez a la religión –subraya la autora–, porque parece que alivia, pero en realidad crea en las personas una tensión enorme: todo lo bueno que les promete va a pasarles después de la muerte.” Después del... parece inaugurar otra etapa en el teatro de Steinhard, bastante menos ligada a la ironía y el humor que las propuestas que la hicieron conocida. Así, la fatalidad, aquello que debe suceder más allá de los planes prefijados por cualquiera, es otro de los asuntos elegidos en este ciclo de narraciones poéticas y desencantadas, en tanto que el incesto aparece en el discurso de una monja. En todos los casos, la autora y directora parece interesada en reafirmar que, para mal de todos, “usamos muy poco la facultad de elegir porque todo está reglamentado y preestablecido”.
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