Miércoles, 11 de agosto de 2010 | Hoy
TEATRO › ANDRéS BAZZALO Y HéCTOR BIDONDE HABLAN DE EL AHORCADO, HISTORIA DE UNA PASIóN
La obra fantasea sobre los últimos días de Leandro Alén, quien fue fusilado por mazorquero frente a su hijo, luego fundador del radicalismo. Director y protagonista dicen que el caso fue el primer antecedente de la “obediencia debida”.
Por Cecilia Hopkins
Escrita por Stella Camilletti, El ahorcado, historia de una pasión hace foco sobre un momento puntual de la historia argentina. Sin embargo, a través del protagonista y su época, la autora propicia en el espectador un pensamiento prospectivo sobre otros momentos del país. Distinguida por Griselda Gambaro, Mauricio Kartun y Ricardo Monti con el segundo premio del Concurso Nacional de Obras de teatro por el Bicentenario organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación, la obra sucede en 1853, en la celda donde está preso Leandro Alén, un pulpero del barrio de Balvanera convertido en uno de los jefes de la Mazorca. Son horas decisivas para él, porque está esperando la palabra del tribunal que lo está juzgando por los crímenes que cometió o permitió que otros cometieran. El año anterior, las fuerzas del coronel Hilario Lagos habían sitiado la ciudad y para entonces Rosas ya había marchado al exilio. Lo mismo habían hecho muchos de los que militaron en aquellas fuerzas de choque de la Sociedad Popular Restauradora. La historia cuenta que el día que ejecutaron a este hombre, que quiso defenderse ante el tribunal afirmando que había obedecido órdenes de sus superiores, estaba presente su hijo Leandro, de 11 años (el futuro fundador de la Unión Cívica Radical cambiaría la última letra del apellido, para diferenciarse del padre). El día que Alén fue fusilado y luego colgado en la desaparecida plaza de La Concepción, también estaba allí su hija Marcelina, embarazada del que sería Hipólito Yrigoyen. Dirigida por Andrés Bazzalo, la obra puede verse en la sala Orestes Caviglia del teatro Cervantes, interpretada por Héctor Bidonde, Cutuli, Heidi Fauth y Fernando Martín, junto con los músicos Juan Manuel Costa y Guido Solari.
Montada sobre una estructura giratoria, la celda puede verse desde todos los ángulos de la sala, como si quisiera acompañar con ese movimiento circular el monólogo alucinado de Alén. Interpretado por Bidonde, el matón en desgracia dialoga o sueña que dialoga con el que fuera uno de los bufones de Rosas. El contrahecho a cargo de Cutuli instala un contrapunto fantasmal con el protagonista. Bordeando la ensoñación de la vigilia, la figura de Marcelina (Heidi Fauth) surge en el pensamiento del padre, a veces convertida en la hija del Restaurador. Bazzalo y Bidonde coinciden ante Página/12 en afirmar que El ahorcado... habla de “las contradicciones de nuestros procesos históricos, plenos de lealtades, oportunismos y traiciones”.
–¿Cuáles son las implicancias históricas de esta obra?
Andrés Bazzalo: –En principio parece que éste es el primer antecedente de lo que llamamos obediencia debida: luego de la batalla de Caseros, en 1852, muchos de los integrantes de la Mazorca fueron enjuiciados y ejecutados al año siguiente. El abogado defensor Manuel Ugarte responsabilizó de todo lo sucedido a Rosas, alegando que nadie se hubiese animado a desobedecer una orden suya. Sin embargo, esto no fue escuchado.
Héctor Bidonde: –Por supuesto que está presente el tema de la obediencia debida, pero a mí me recuerda otro hecho de la historia reciente: cuando la dirección de Montoneros dejó a la base, cuando se fue al exterior y dejó a los militantes colgados del pincel.
A. B.: –En la obra está presente el tema del endiosamiento a la figura del que dirige, del caudillo. ¿Por qué un hombre se pone de rodillas ante un sistema autoritario? Que sea un hombre leal no lo exime de culpa. Aunque haya matado cumpliendo órdenes de otro, no se lo puede perdonar.
–¿Por qué Marcelina, la hija de Alén, se transforma en las ensoñaciones de su padre?
A. B.: –Es que Alén se mimetiza con la figura de Rosas y tiene una fantasía de incesto con su hija. Entonces, en la obra hay un paralelismo entre Manuelita y Marcelina.
–¿Los datos que maneja la obra son históricos?
A. B.: –La obra está más basada en hechos históricos que ficcionales. Pero fantasea con lo que pudo haber ocurrido la semana que Alén estuvo preso.
–¿Cómo es este personaje?
H. B.: –En cierta forma, es un border al servicio de los mecanismos autoritarios de la época.
A. B.: –Había sido un pulpero con fama de bravucón que se hace mazorquero. La Mazorca la armó doña Encarnación para reposicionar a Rosas, luego fue él quien la institucionalizó. Esa fuerza paralela tenía el propósito de amedrentar a los que no se avenían al régimen; después terminó desmadrándose del todo y sus integrantes cometían robos y toda clase de desmanes. El padre de Juan Moreira también perteneció a esa fuerza de choque.
–¿Por qué hubo sólo dos presos responsables?
A. B.: –Porque cuando cayó Rosas y Lagos sitió Buenos Aires, unos se escaparon y otros cambiaron de bando. En cambio, Cuitiño y Alén se entregaron, confiados. Contrariamente a lo creyeron que iba a sucederles, les hicieron un juicio sumario y fueron pasados por las armas primero y luego colgados, para servir de escarnio.
–Se entregaron porque sintieron que su fidelidad no podía ser castigada...
A. B.: –Esta es una obra que plantea dilemas porque habla sobre posturas éticas. Habla de lo espiralada que es nuestra historia, que repite sucesos que en esencia se parecen sin ser iguales. Y plantea una saga porque la obra, de algún modo, también habla de otros. De Alem, quien impulsó la carrera de Yrigoyen, y se mató para dejarle el campo libre. Pero uno se pregunta si hacía falta ese acto extremo.
H. B.: –La obra habla de la fuerza de los mandatos recibidos. Y también entra el tema del autoritarismo y la democracia. A las mayorías nunca se las consulta, sino que se las maneja siempre. Y esto pasa aun en los partidos de izquierda.
A. B.: –Lo vertical forma parte del pensamiento de todos. Esta es una obra muy contemporánea, que tiene la virtud de despertar el interés en la historia argentina. Inquieta y hace pensar.
H. B.: –Pero no es una obra que pueda ser vista como una obra histórica de charretera. Y en eso tiene mucho que ver la puesta de Andrés, que en tan pocos metros cuadrados logra momentos mágicos.
–¿Es posible la unidad nacional? Esa pregunta también está presente.
H. B.: –No bajo el capitalismo. Pero ya se ha visto que la política de concentración y corrupción es irreversible, a nivel mundial. Si fuera por mí decretaría el socialismo mañana mismo.
A. B.: –Pero eso es imposible...
H. B.: –Ya sé. Como eso no se puede hacer, hay que levantarse todos los días y ponerse a construir sentido sólo por el anhelo de luchar por otra cosa. El arte tiene mucho que decirle a la gente. Hay que luchar por una cultura reflexiva.
* El ahorcado, historia de una pasión. En la sala Orestes Caviglia, del Teatro Cervantes (Libertad 815) de jueves a sábados, a las 21.30, y domingos, a las 21.
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