Domingo, 10 de octubre de 2010 | Hoy
TEATRO › AVENIDA Q, ADAPTACION DEL MUSICAL DE BROADWAY EN EL COMPLEJO LA PLAZA
El espectáculo propone una desopilante historia que habla de frustraciones, pornografía, racismo, miedos y fracasos, paradójicamente contada por tiernos personajes de peluche y con canciones tan pegadizas como las infantiles.
Por Alina Mazzaferro
De Robert López,
Jeff Marx y Jeff Whitty
Dirección, traducción y adaptación: Natalia del Castillo y Santiago Fernández.
Dirección musical: Federico Vilas.
Coreografía: Alejandro Lavallén.
Dirección vocal: Katie Viqueira.
Dirección actoral: Omar Kühn.
Dirección y entrenamiento de títeres: Rosa Leo y Jorge Crapanzano.
Sala Pablo Neruda del Complejo La Plaza (Corrientes 1660).
Miércoles y jueves a las 20.15, viernes y sábados a las 21 y domingos a las 20.
En el Paseo La Plaza y en las calles ya puede verse la gigantografía: se trata de Avenida Q, el musical de Broadway en el que los protagonistas son los “monsters”, unos títeres muy simpáticos que recuerdan a los entrañables Muppets. Claro que el anuncio avisa: la obra no es para chicos. Más bien, todo lo contrario. Estos muñecos poco tienen que ver con los que alguna vez participaron de una televisión didáctica en la célebre Plaza Sésamo. Porque Avenida Q es una desopilante historia que habla de frustraciones, homosexualidad, sexo, pornografía, racismo, miedos y fracasos, paradójicamente contada por tiernos personajes de peluche y con canciones tan pegadizas como las infantiles.
La obra empieza con una verdad que parece ser más argentina que estadounidense: un joven con título en mano, recién recibido, no sabe dónde meterse el diploma. Mientras espera encontrar su meta, un camino para orientar su futuro, se instala en un barrio decadente (si el más top es el de la avenida “A”, éste es el de la “Q”), con una serie de vecinos que abrazan otros problemas. Está el vago que se aloja en lo de un amigo, el gay que no se anima a salir del closet, el huraño adicto a la pornografía, la joven que sueña con una escuela para los más discriminados (en este caso, los “monsters”), el mal actor que no la pegará nunca y que sin embargo no busca otro trabajo, la japonesa que llegó a América para terminar trabajando en un supermercado chino a pesar de estar diplomada en psicología. “Qué mierda ser yo”, cantan todos al unísono, hasta que aparece el más frustrado de todos: Gary Coleman, el adorable negrito de Blanco y Negro, estafado por sus propios padres, olvidado por Hollywood, que habiendo alcanzado su meta tan pronto sólo espera “un largo camino hacia la muerte”, asegura.
La fauna de títeres se completa con dos ositos, muy parecidos a los adorables cariñositos, que sin embargo representan todo lo contrario a la “buena conciencia” e incentivarán a los personajes a sacar lo peor de sí mismos. Así, Avenida Q expone todas las miserias humanas. “Todos somos algo racistas”, cantan, cuando los blancos se ríen de los negros, los negros de los judíos, los humanos de los monsters, los occidentales de los orientales y todos de los paraguayos, bolivianos y demás latinoamericanos. También aparecen algunas de las más grandes paradojas sociales, como el gay que es conservador en lo político y las relaciones de poder invertidas, en las que el hombre es el sometido y destinatario de los maltratos de una dominatriz. Durante todo el primer acto, la obra presenta problemas sociales concretos y avanza de lo real a lo de-sopilante: hombres que aúllan “sin porno no hay Internet”, una diva que pavonea sus tetas de peluche y sacude su pelo artificial. Y finalmente, el clímax de la obra: la escena en que los “monsters” tienen sexo frenéticamente en todas las posiciones imaginables remata un primer acto que desata las más grandes carcajadas y que no podrá ser superado. Al lado de esto, la segunda parte luce un poco descolorida, con un poco menos de cinismo, un par de reconciliaciones amorosas y algunas buenas acciones que les dan la espalda a los consejos de los malvados cariñositos.
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