TEATRO › INCRIMINADOS, ADAPTACION DE UN TEXTO DE PETER HANDKE, DIRIGIDA POR LEONOR MANSO
La puesta, sólidamente construida, posee un tono intimista que no entorpece su proyección hacia otras áreas. Los protagonistas elaboran un discurso fragmentado e impresionista en torno de las emociones primarias, con la niñez como núcleo.
› Por Hilda Cabrera
Elenco: Maia Mónaco y Martín Pavlovsky
Voz de niña: Chloe Talavera Togander.
Escenografía: Leonor Manso.
Iluminación: Pedro Zambrelli.
Música y diseño sonoro: Bárbara Togander.
Asistencia artística y corporal: César Fois.
Traducción: Ruth Fenling y Nicolás Costa.
Adaptación: Leonor Manso y César Fois.
Contrabajo: Luciano Dyzenchauz.
Violín: Demian Luaces.
Dirección: Leonor Manso.
Producción ejecutiva: Carolina Cacciabue.
Lugar: Sala Solidaridad del C.C. de la Cooperación, Av. Corrientes 1543
(5077-8077), los viernes y sábados a las 22. Localidades: 50 pesos.
En audaz introspección, Ella y El van a la búsqueda de un tiempo y de unas circunstancias sobre las que no dan detalle. Embarcados en esta dinámica, sugieren pertenecer a un mundo sin fronteras. Quizá por eso elaboran un discurso fragmentado e impresionista en torno de las emociones primarias. La infancia acaba siendo el núcleo a partir del cual la mujer y el hombre protagonistas de Incriminados se interrogan con ánimo cambiante sobre el hecho de existir. En escena, se los ve en actitud expectante, como a individuos que, avanzando por calles desiertas, delatan su orfandad. Crean un clima de pesquisa ejercitándose en el rescate de sensaciones pasadas, mientras enuncian frases que, aun cuando resultan tangenciales, poseen la contundencia del testimonio, tanto por su referencia a vivencias personales como a otras nacidas de un entorno imaginario que se percibe socialmente complejo.
La propuesta es la de un viaje sin intervalos donde, desde la dirección, Leonor Manso desarticulas formas de narración sujetas a reglas al convertir los monólogos en diálogos a través de las composiciones gestuales y coreográficas de Maia Mónaco y Martín Pavlovsky. Estos artistas trascienden los aspectos más primitivos y cotidianos de Ella y El sin apelar a recursos convencionales. Por el contrario, ganan originalidad, sobre todo cuando esos seres que interpretan toman conciencia de “la diferencia entre ser y haber sido”.
La adaptación de Selbstbezichtigung, de Manso y César Fois, se abre aquí a nuevas sensibilidades al incorporar fragmentos de Canción de la niñez (Lied vom Kindsein), también de Peter Handke, versos que en la voz de la niña Chloe Talavera Togander adquieren una dimensión más conectada con la esencia del ser, con su centro (una forma de autoconstruirse), que con los barroquismos del pensamiento. Este hecho se observa, e inquieta, en los interrogantes: “¿Por qué estoy aquí y por qué no allá?/ ¿Cuándo empezó el tiempo y dónde/ termina el espacio?”
Ella y El aprenden, rechazan, se equivocan e incluso reconocen ser portadores de palabras sin sentido, que ellos fusionan irónicamente con una realidad, consecuencia tal vez de “ilusiones consensuadas”. En este trabajo, esas acciones no implican abandonar la indagación sobre lo propio ni restarle valor a la confesión, sea ésta dramática o socarrona. En este aspecto, Manso, junto a los excelentes Mónaco y Pavlovsky, ha logrado escenas en las que el humor atenúa las oscuridades del autoexamen, pero no impide el desgarro: no sofoca el grito ante el dolor físico o ante la evidencia del derrumbe de la propia vida. Sólidamente construida, Incriminados posee un tono intimista que no entorpece su proyección hacia otras áreas. Y es justamente en ese ir y venir de lo propio a lo ajeno donde se advierte la importancia del elemento lúdico, esa “anestesia momentánea del corazón” que abre camino a la “pura inteligencia” para crear humor crítico.
Otro aspecto interesante es la puesta en primer plano de aquello que desvela al adulto y nace con el niño. Manso lo obtiene al reunir en una misma trama los dos textos de Handke (Selbstbezichtigung y Lied...). Un ejemplo, entre otros, se halla en Canción...: “¿Existe de verdad el mal/ y gente que en verdad es mala?/ ¿Cómo es posible que yo, el que yo soy,/ no fuera antes de existir?”. Estos interrogantes anticipan un final que es también punto de partida de otro viaje, de episodios que brotan, se cruzan y desaparecen sin ser cancelados, quizá por falta de certezas o por haber anclado en la línea divisoria entre la vida y la muerte, como lo insinúa la reflexión del adulto/niño que descree de su realidad: “¿Acaso la vida bajo el sol es tan sólo/ un sueño?/ lo que veo, oigo y huelo, / ¿No es tan sólo la apariencia de un mundo frente a un mundo?”.
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