TEATRO › ALEJO BECCAR DIRIGE PEOR QUE ROBAR UN BANCO ES FUNDARLO
“¿Cuántas obras hay con contenido social?”, interroga el dramaturgo, responsable de esta puesta que hace foco en la inseguridad. Y responde: “Los directores están preocupados por estéticas más que por lo que quieren contar”.
Es primicia: caco tomó banco en la zona del Abasto. Entre los rehenes se encuentra anciana depravada que desliza sus senos sobre torso de funcionario, otra de las víctimas. El lector se preguntará si se confundió de sección... pero no. Si Peor que robar un banco es fundarlo (sábados a las 21 en La Tertulia, Gallo 826) fuese un hecho real y no teatral, la famosa placa roja esbozaría algo semejante. Más gracioso, incluso. “Hay temas que me empiezan a girar por la cabeza y no resuelvo hasta volcarlos al papel, y luego a la escena. Los supero y me meto con otro que me preocupa. Soy muy sensible”, se presenta Alejo Beccar, dramaturgo y director, en la charla con Página/12. Tienta pensar en su última obra desde aquella óptica –los medios de comunicación y el tratamiento de ciertos sucesos–, ya que se mete con uno de los temas más candentes de la agenda y de la discusión pública: la inseguridad.
A Beccar se le viene a la cabeza una de las tantas tomas de rehenes que tuvo lugar en un banco en los últimos tiempos –y que, de un día para el otro, les quitaron protagonismo a motochorros y secuestros express–, la que ocurrió en Pilar hace tres meses. “Mi obra ya estaba escrita, pero hay puntos de unión entre lo que cuento y lo que sucedió. Me acuerdo especialmente de la frase de una persona que estaba afuera del banco. Cuando alguien pedía un mediador, gritaba: ‘¿Qué mediador? ¡Un francotirador!’. Y un personaje de mi obra dice: ‘Mátenlo: este tipo no tiene arreglo’.” Es sencillo adivinar la postura ideológica de una sátira que lleva semejante título, respuesta a un interrogante que otrora formuló Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”.
Un ladrón sumamente inocentón –“particular”, dirá Beccar– ingresa a un banco con intenciones de llevarse todo lo que el tiempo le dé. Enseguida, los presentes se transforman en sus rehenes. Están todos: la embarazada a la que nadie tiene piedad, el político corrupto, la anciana que protesta porque no puede cobrar su jubilación, la adolescente que quiere sacar provecho de sus atributos... A los de la fila se unen, de inmediato, los empleados bancarios. No hay medias tintas en Peor..., que es un ejemplo de teatro como modo de comunicación. El teatro es eso cuando tiene un mensaje concreto, liso, llano. “Una bajada de línea”, admite Beccar, aleccionando a quienes se regocijan en la carencia.
En tiempos en que la inseguridad es bandera de los sectores más alejados del kirchnerismo, la obra de Beccar se vuelve sumamente coyuntural. “La oposición ataca un blanco supuestamente débil del Gobierno, pero no hay un proyecto para resolverlo”, dice el director. “En un momento de la obra, le hago decir al político que la gente espera un candidato salvador que resuelva sus problemas. Para las próximas elecciones no conocemos proyectos sino personas”, opina el director. Y llama a mirar más allá de las “cáscaras” del problema. “Solemos quedarnos con la inseguridad y los muertos. Por eso lo que me interesa plantear es por qué alguien decide asaltar un banco. No entendemos que esto es consecuencia no de este Gobierno, sino de un montón de otros que no aplicaron una política de contención para los jóvenes. Las leyes más duras no van a resolver nada. Cuando mataron al hijo de Blumberg, la masa se movió. Hubiese estado bueno que en vez de pedir leyes más duras pidiera un proyecto social.”
–Me pregunto cuál puede ser mi aporte. Como hombre de la cultura puedo dar mi visión. En la Argentina no tenemos mucho teatro político y social, estamos pensando en los festivales. ¿Por qué no pensamos un poco en nuestra sociedad? ¿Por qué no hacemos un teatro más comprometido? Si bien nos quejamos del teatro pasatista de calle Corrientes, a veces tenemos uno en el otro extremo: vanguardista, que toma una estética de Europa. Nos regodeamos en lo inteligentes que somos en producir un teatro tan internacional y perdemos autores más preocupados por lo que nos pasa a nosotros. Teatro Abierto nació de la imposibilidad de comunicar un montón de cosas que estaban sucediendo, por la situación de los medios en la dictadura. Hoy tenemos medios poderosos contando una realidad. Por eso es útil ofrecer otras cosas, distintas a esas miradas teñidas de intereses. Si hubiera más de este tipo de obras, podrían haber más reflexiones. Pero esto es una isla. Me metí solo. Si uno mira la cartelera, hay quinientas obras. ¿Cuántas de contenido social? Los directores están preocupados por estéticas más que por lo que quieren contar.
–Cuando hacés crítica tenés muchos detractores. Hay un público que no va a aceptar lo que propongas. Si se trata de una estética no está esa oposición. Hace falta una dramaturgia más auténtica, más nuestra. Los dramaturgos de los ’70 sienten esta nostalgia, que los actuales no tienen un compromiso como el que ellos tenían. Cambiaron mucho las cosas, pero sigue habiendo pobres, inseguridad, derecha. Y sin embargo, el teatro ya no tiene una función social o de denuncia. Es un triunfo de aquellos a los que no les interesa el teatro. Muchos piensan que a Macri no le interesa la cultura, por eso el presupuesto de Proteatro sigue anclado hace dos años en el mismo monto. En 2004 me dieron la misma plata que me dan hoy para hacer la obra, 6 mil pesos. Eso limita la posibilidad de producir un espectáculo digno. Entonces, uno tiene que sacrificar la escenografía o el vestuario, que entran en la categoría de la estética.
En cuanto a contenido, la tensión social es eje común en las obras de Beccar, cuatro de ellas publicadas en Dramaturgia social, cuatro piezas teatrales (editorial Simurg). La penúltima fue Oruga (Bullying), que cuenta el suicidio de un adolescente que es víctima del maltrato de sus compañeros. “La gente salía del teatro llorando”, recuerda Beccar. Por eso, en esta ocasión prefirió animarse al humor, terreno en el que es debutante. “La sátira permite que el conjunto de los espectadores se divierta, pero el humor no es el fin sino un medio. El fin es ir contra eso que se denuncia”, explica.
–La izquierda puede tener miedo a verse impedida de acceder a los beneficios que le otorgan los bancos. Cuando pasó lo del corralito, leí cosas que me aterraban: los bancos habían tenido devoluciones, hasta habían ganado plata. Siempre salen bien parados, hasta con las devaluaciones. ¿Cuántos cerraron después del corralito? Entonces es cuando pienso que la izquierda también tiene su responsabilidad. Si yo, ciudadano común, leo que el Estado da a los bancos un reintegro en reconocimiento de lo que perdieron con la pesificación y terminaron engrosando sus arcas, ¿cómo no voy a poner el grito en el cielo? Zizek puede tener razón. De eso no se habla. Los bancos no quiebran ni cierran. En el peor de los casos se fusionan. Son negocios redondos. Brecht dijo que eran ladrones... No lo sé, pero deben estar cerca de algo parecido.
Entrevista: María Daniela Yaccar.
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