Sáb 13.11.2010
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TEATRO › MARCELO VELáZQUEZ HABLA DE SU PUESTA DE OFENSA (ESTA HISTORIA SUYA)

Actuar la violencia del presente

En su versión de la obra del inglés John Hopkins, que se ofrece en Andamio 90, el centro está puesto en “lo que un pedófilo despierta en los otros”. “El estallido que se produce en la obra es metáfora de la violencia que el personaje acumuló durante años”, dice el director.

› Por Hilda Cabrera

“La violación de niños no pasa en mi versión a un segundo plano, pero se impone otro tema importante: la violencia que el pedófilo despierta en los otros”, subraya el actor y director Marcelo Velázquez, a cargo de la puesta de Ofensa (Esta historia suya), obra de 1968 que se ofrece en el teatro Andamio 90. La puesta implica un homenaje a los veinte años de esta sala fundada por la fallecida actriz, directora y maestra Alejandra Boero, quien en 1995 estrenó esta inquietante pieza del dramaturgo y guionista inglés John Hopkins (1931-1998). Esta creación fue llevada al cine a comienzos de los ’70 como The Offence, por Sidney Lumet, sobre guión de Hopkins, y protagonizada entre otros por Sean Connery y Trevor Howard. La acción se desarrolla en torno de un policía que se ensaña con un preso, “un agente inmobiliario con esposa e hijos, acusado de pedofilia”.

Este montaje es otro regreso de Velázquez al teatro de sus primeros estudios de actuación. Fue uno de los jóvenes que participaron de los montajes dirigidos, o codirigidos, por Boero, como el ambicioso de Angeles en América, de Tony Kushner (Boero y Julio Baccaro), cuya primera parte se presentó en 1997 bajo el título de El milenio se aproxima y la segunda, Perestroika, al año siguiente, y también del ciclo Los que vienen, conformado por elencos jóvenes. “Allí se encontraban, entre otros, Claudio Tolcachir, Luciano Suardi, Claudio Quinteros...”, recuerda hoy Velázquez, en diálogo con Página/12. Aquella versión de Boero, sobre la traducción de Fernando Masllorens y Federico González del Pino, contó con la actuación de Marcelo Bucossi en el papel del policía Johnson, Luciano Suardi en el de Baxter, acusado de pederastia; Rita Armani, como la esposa del policía, y Rodolfo Roca, el comisario. “Entonces Daniel Goglino reemplazó a Suardi, quien obtuvo una beca para estudiar en Estados Unidos. Daniel está ahora en el elenco, y también Bucossi. Sumamos a Mercedes Fraile y Alfredo Martín. De aquello tenemos recuerdos, una filmación de Roca y los archivos de Mabel Crescente, asistente de dirección, también de Boero.”

–¿Qué le atrajo básicamente de la obra?

–Al revisar la traducción y las marcaciones y tachaduras hechas por Alejandra, hallé textos y temas que omitió y que a mí me resultan interesantes. Por ejemplo, las referencias al padre del policía. Esa era una zona muy oscura, y me pareció bien rescatarla. El conflicto no está sólo en el policía y el acusado. La sospecha de pedofilia permanece durante toda la obra, pero después de pasados quince años de aquel estreno, debía hacer una lectura contemporánea sobre qué había pasado con su padre y qué pasaba con su mujer, con su jefe... Todo eso importa para entender el estallido que se produce en la obra.

–¿Qué supone esa catarsis?

–Metaforizar la violencia que ese personaje acumuló durante años, y que el entorno social manifiesta como algo natural.

–La violencia en escena es un riesgo al que pocos se atreven. ¿Cómo fue en Ofensa...?

–Era un gran desafío, y me pregunté cómo resolverlo, cómo explicitar la violencia verbal y física de manera que parezca verosímil. Uno lee los diarios, mira la televisión y ve que allí es tan directa... Con el elenco nos preguntábamos si lo nuestro resultaría ingenuo. Pero estrenamos y anduvo. Parece que el teatro puede seguir dando cuenta de una violencia en presente.

–La agresión verbal es un punto clave en el texto, también en la sociedad que la acepta...

–La violencia verbal mella a la persona y es el comienzo de la violencia física, también en la obra. Esto genera inquietud en el espectador. El autor trabajó muy bien esa zona. El sospechoso seguirá siendo sospechoso y siempre habrá necesidad de encontrar a alguien que golpee y lastime. Lo necesitan las instituciones y lo pide la sociedad.

–¿Pide tranquilidad en lugar de justicia?

–Así parece. Ese realismo de la obra de Hopkins me atrae y perturba. En esta versión intenté un corrimiento a partir de la puesta en escena. Planteo un espacio único ampliado, donde una especie de mesa en forma de zigzag que diseñó Ariel Vaccaro funciona como una continuidad de bloques donde se juegan las distintas escenas. No es recreación del estreno de 1995. Alejandro Samek (director teatral y de la sala Andamio 90, e hijo de Boero) nos decía que a Alejandra le habría gustado esta versión. Nosotros pensamos cumplir con esta breve temporada y reestrenar a mediados de febrero.

–En este momento tiene otra pieza en cartel, El incidente Nora, en DelBorde. ¿Cuál es hoy la situación del teatro alternativo?

–El incidente... es una comedia de intriga de Eduardo Narvay, que es actor y empezó a transitar la dramaturgia. Esta obra la teníamos ensayada desde mucho antes que Ofensa... La actividad teatral en Buenos Aires es muy cambiante. El año pasado veníamos bien hasta que se produjo el brote de gripe A. Después, cuando pasó el miedo, no se pudo recuperar. Este año empezó bien y siguió con altos y bajos. Alejandra decía que nuestro país está siempre en crisis y el teatro en agonía permanente, pero ni el país ni el teatro mueren. En general, los que estamos en esto seguimos peleándola, porque hacer teatro es una necesidad. Uno se cansa a veces, sin embargo se junta con los compañeros y proyecta y arma equipos con gente en la que puede confiar, como ahora me pasa con El incidente... y Ofensa..., donde está Alejandro Le Roux en iluminación, Vaccaro en la escenografía, y estos actores...

–Tuvo maestros de muy diferente escuela y estética. ¿Eso lo lleva a ir descartando aprendizajes?

–Inicié mis estudios con Alejandra, hice talleres con Mónica Cabrera y Vivi Tellas, con Teresa Sarrail, Alberto Ure, Augusto Fernandes y Ricardo Bartís. Armé cooperativas como actor hasta que estudié dirección con Rubén Szuchmacher. Siempre les di importancia a mis estudios. Alejandra era muy inteligente, tenía principios, una formación rigurosa y mente abierta. Eso nos permitió a mí, y a quienes la conocimos bien, pensar qué cosas tomar y cómo darles nuevo significado. Esa práctica enriquece. Además, a determinada edad, uno hace síntesis de lo que aprendió y trabaja sin aferrarse a escuelas o estéticas. Algunos creen que lo nuevo es acabar con lo anterior. Mi pensamiento es otro. Soy docente y acostumbro decir a mis alumnos que se formen y no cierren la mente. Hacerlo sería echar por la borda el propio pasado y la experiencia de gente muy valiosa, como Alejandra, que ponía el cuerpo, armaba ciclos, iba al Congreso a exigir una ley para el teatro independiente y que, siendo muy mayor, seguía jugando en el escenario.

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