TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR ALEJANDRO SAMEK, POR LOS VEINTE AñOS DE ANDAMIO 90
“El viejo teatro independiente incorporó a Buenos Aires lo mejor de la dramaturgia universal”, afirma el actual rector de la escuela de actuación que funciona en el teatro que fundó junto a su madre, la recordada Alejandra Boero.
› Por Hilda Cabrera
Ingresar al teatro Andamio 90 es descubrir una zona fértil de la escena de Buenos Aires. Recuerdos de artistas y directores del teatro argentino, afiches, programas y fotografías de personalidades resguardan el lugar; retratos de Tennessee Williams, Gérard Philipe, Bernard Shaw, Stanislavski, Bertrand Russell, Bertolt Brecht, Sigmund Freud, Maiacovski y de quien hizo posible, entre otros, la fundación de Andamio. El director Alejandro Samek –cofundador de la sala junto a su madre, la actriz, directora y maestra de actores Alejandra Boero– señala una fotografía del fallecido Francisco García Vázquez, prestigioso arquitecto que legó parte de su herencia a sus amigos. “Alejandra recibió cerca de 50 mil dólares, dinero que utilizó para la compra de Andamio”, cuenta hoy Samek, a cargo de este teatro-escuela que cumple 20 años. El aniversario es celebrado con actividades que se desarrollarán entre hoy y el jueves 9 de diciembre. En diálogo con Página/12, este director, psicólogo social y conocedor de las artes y técnicas del teatro recuerda que fue el 9 de diciembre de 1990 cuando entraron por primera vez al entonces local de venta de repuestos de automóviles: “No habíamos escriturado todavía, pero como era el cumpleaños de mi vieja, pedí a los vendedores que nos dejaran estar allí. Nos dieron la llave y festejamos. Por eso pusimos fecha de lanzamiento de Andamio el 9 de diciembre de ese año, pero hasta la inauguración con Final de partida pasaron unos meses: debimos concluir algunos trabajos, hacer excavaciones, cambiar pisos y derribar paredes”.
–¿Por qué eligieron Final de partida?
–Alfredo Alcón andaba buscando sala para esa obra y llamó a Alejandra. El teatro estaba en construcción. Recuerdo que vino solito un domingo y desde la puerta dijo que dejáramos todo como estaba. Imposible. Continuamos con los arreglos y cuando nos pareció que podíamos inaugurar lo hicimos con Alfredo, que interpretaba a Hamm y dirigía. En el elenco estaban Horacio Roca (Clov), Osvaldo Bonet (el padre de Hamm) y Márgara Alonso (la madre). Alfredo había hecho una puesta muy interesante. La obra fue invitada a festivales internacionales y estuvo un tiempo en el Teatre Lliure, de Barcelona.
–¿Cuál es el propósito de incluir en los festejos mesas de debate sobre temas como salud mental?
–Reflexionar sobre la salud mental, tan deteriorada. No es el único tema que nos interesa: también la relación del teatro con la política, la educación, con el público y la palabra, deteriorada como la salud y sustituida por la violencia.
–¿Mantienen durante el festejo las obras en cartel?
–Sí, incluimos Detrás de la forma, Adorables criaturas, Ofensa y dos presentaciones de teatro leído. Lydia Lamaison y Lidia Catalano leerán El cerco de Leningrado, el penúltimo trabajo de Alejandra (donde actuó primero con María Rosa Gallo y después con Lydia Lamaison), y Despierta y canta, de Clifford Odets. El brindis será el 9 de diciembre, cuando esperamos que estén todos los que ayudaron al crecimiento de Andamio, como los entonces muy jóvenes Claudio Tolcachir, Melina Petriella, Luciano Cáceres, Claudio Quinteros, Inda Lavalle y muchos otros. Ellos habían participado del proyecto intergeneracional. Una epopeya. Lamentablemente, nos quedamos sin dinero, porque producíamos nosotros. Alejandra armaba proyectos y cuando llegaba el momento de pagar no había con qué. Entonces, salía a pedir un préstamo.
–¿A qué se debe el reestreno de Despierta y canta? Odets fue un autor controvertido, sin embargo a Alejandra le interesaba esta obra. ¿Por qué?
–Ahora la presentamos como teatro leído, pero la estrenaremos el año próximo. La noche en que murió Alejandra (4 de mayo de 2006), los traductores Federico González del Pino y Fernando Masllorens –que cooperaron mucho con Andamio– estaban viendo Despierta y canta en un teatro de Nueva York, y ahora nos la ofrecieron nuevamente en homenaje a Alejandra. Creo que a ella le interesaba esta obra por su mensaje de cultura hacia el futuro, un tema que le preocupó siempre, tanto como la difusión de autores que consideraba valiosos. Un ejemplo fue la puesta (en 1997) de Angeles en América, de Tony Kushner, de quien aquí nadie se había ocupado. Trataba el tema del sida en una época en la que casi no se hablaba de este virus. Y ella se mandó con la primera y la segunda parte.
–Y para estrenar hizo derribar una pared del teatro...
–Fue idea de ella y del escenógrafo Tito Egurza. Demolieron la pared posterior del viejo escenario de Andamio porque desde allí debía aparecer el ángel que estaría sólo dos minutos en escena. Después no hubo plata para recomponer la demolición, pero se trabajaba así. Por encima de todo había criterio artístico, y ése fue también el motor de Ofensa, que ahora repusimos. Hoy es una obra dura y violenta, imaginemos cómo sería hablar de pederastia en 1995. Le dije a Alejandra que no iba a venir nadie. Su respuesta a mi comentario fue armar un círculo de treinta butacas y trabajar en ese espacio. Consideraba importante que se conociera y punto. Ese era el criterio del viejo teatro independiente que incorporó a Buenos Aires lo mejor de la dramaturgia universal.
–¿Cómo fueron sus primeras reacciones ante el teatro? ¿Le atraía? ¿Lo rechazaba?
–Tenía 2 años cuando entré de la mano de Alejandra al Teatro La Máscara, un galpón de Moreno al 1000 (dirigido por Ricardo Passano, Alvaro Yunque y Elías Castelnuovo). Estábamos de paseo, entramos y no salí más. Claro que me dediqué a otras cosas para vivir, porque la idea que animaba entonces a los independientes era buscar un trabajo para sostenerse y después de las 18 ocuparse del teatro. Lo permitía la época. Era realmente independiente, del Estado y de los empresarios.
–¿Por qué gente del sector habla en forma despectiva del teatro de esa época?
–A veces leo a algunos que le toman el pelo. Entonces había un teatro comercial que, en general, no tenía calidad, y el independiente le dio al público otra alternativa.
–¿Las diferencias son hoy tan tajantes?
–No, porque algunos empresarios se han dado cuenta de que hay público para el buen teatro. Esta es otra época y cada una desarrolla sus verdades. No existe una verdad revelada de una vez y para siempre, de manera que tenemos que acostumbrarnos a verdades transitorias que nos permitan desarrollarnos. Lo importante en esto es que el teatro independiente (o alternativo) construye esperanza, y hoy, aunque hayan cambiado las condiciones, el desafío sigue siendo construir esperanza. Los jóvenes llegan a la escuela con un nivel de frustración y desesperanza que preocupa. Nosotros no pensamos que vamos a cambiar el mundo, pero estamos seguros de que si elegimos bien las obras y las hacemos como debe ser, algo aportamos. Cuando los alumnos vienen a inscribirse (Samek conduce el Colegio Superior de Artes del Teatro y de la Comunicación, en el mismo edificio de Andamio) les advertimos que no busquen transitar la alfombra roja.
–¿Cómo es la respuesta de los alumnos?
–Compleja. Durante mucho tiempo hemos incorporado a chicos que provenían de familias que no hablaban de la dictadura, y nosotros, en el teatro, debíamos cuidarnos porque no sabíamos si teníamos un policía encubierto. Hasta que la gente se acostumbró a hablar, pasó tiempo. Los alumnos que ingresan ahora nacieron, en general, en la década del ’80, y desconocen muchas cosas, entre otras los oficios teatrales que se están perdiendo por la falta de transmisión personal, cara a cara.
–¿Cuál es, en síntesis, el aporte del teatro independiente o alternativo?
–La búsqueda de valores y el deseo de ascender culturalmente. En una época como ésta, en la que se incita al consumo de pavadas que no ayudan a construir un pensamiento crítico, el teatro permite, por ejemplo, descubrir qué hay detrás de las palabras. Cuando vemos trabajar a un actor, que es la esencia del teatro, cuando lo escuchamos y observamos sus acciones, advertimos algo más de lo que expresa con palabras. De ahí la importancia del teatro en la educación, por lo que también luchó Alejandra, porque no se trata de formar un público más inteligente sino de apreciar esa coincidencia de la palabra, la acción y el sentido que las une.
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