TEATRO › CARLOS GOROSTIZA Y AGUSTíN ALEZZO ESTRENAN VUELO A CAPISTRANO
El dramaturgo y el director coinciden en que tras el disparador de la pieza teatral –la “actitud” organizada del viaje de las golondrinas– subyacen cuestiones existenciales, como la importancia de estar vivos y el lugar del hombre en el mundo.
› Por María Daniela Yaccar
Ya es un lugar común decir que la escena porteña es variada y prolífica. Por año, se estrenan en la ciudad cerca de 400 obras, en salas que abundan aquí y allá. La cartelera, salvo en verano, está superpoblada. Y así y todo, la sorpresa conserva su lugar, no sólo como atributo de las nuevas generaciones de creadores. Los que llevan años en esto también pueden ofrecer lo que nunca pasó, hechos escénicos comparables en espíritu a lo que en música representa un inédito, con cierta plusvalía inaccesible para los que recién comienzan. Es el caso de Vuelo a Capistrano, obra que estrenará el próximo viernes en Multiteatro (Avenida Corrientes 1283), y que juntará por primera vez en la cartelera a dos grandes del teatro nacional: Carlos Gorostiza, como autor, y Agustín Alezzo, en su rol de director. Podrá verse miércoles, viernes y domingos a las 22, y sábados a las 21.30 y 23.
La unión entre Alezzo y Gorostiza podría haberse concretado mucho antes, porque cuando se conversa con ellos se descubre que se conocen hace nada menos que cincuenta años, que han compartido reuniones y charlas y que se han cruzado más de una vez en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, que tienen un diálogo “fácil, agradable, fluido”, en palabras de Alezzo. Y que, por si fuera poco, se admiran mutuamente. Vuelo a Capistrano los conformará por primera vez como dupla teatral, aunque existe un antecedente televisivo: en 1987, Alezzo dirigió la famosa El pan de la locura para Canal 7, obra que considera “estupenda”. Cuando Gorostiza lo llamó por teléfono para proponerle la dirección de su último trabajo, le pidió que le enviara el texto y, tras la primera lectura, no lo dudó. “Me gustó mucho. Le dije netamente que sí, sin vueltas”, recuerda. Por su parte, Gorostiza se explaya en los motivos de su elección: “Agustín es de los buenos directores. Además, tiene una conexión estrecha con el teatro independiente. Eso influye porque hay un espíritu, un clima de trabajo”. Si antes no se habían juntado, añade el dramaturgo, es porque solía encargarse de la dirección de sus obras.
Gorostiza, de 90 años, y Alezzo, de 75, comparten una característica: no paran de trabajar. Ninguno de los dos amasa un proyecto por vez (ver recuadro). Además, van rápido. Al momento de contactar a su colega, Gorostiza ya había elegido sala y productor. “Faltaban los actores. Por suerte se consiguieron buenos”, recalca Alezzo. En Vuelo a Capistrano actuarán Daniel Fanego, María Ibarreta y Emilia Mazer. “Emilia se formó conmigo, pero no trabajé con ninguno de ellos. Me parecieron adecuados para la obra. Son excelentes”, elogia el dueño de la sala El Duende, que es particularmente obsesivo con los elencos. “Hay obras que me hubiera gustado montar pero no contaba con los actores que podían desempeñar los personajes. Entonces, preferí no hacerlas.”
–Vuelo a Capistrano es la última obra que escribió, ¿no?
Carlos Gorostiza: –Según me dicen, yo no tengo ninguna última. Son todas anteúltimas.
El autor de El puente tiene en su haber más de cuarenta piezas –además de novelas, cuentos, obras para títeres y un libro de memorias–, de las cuales Vuelo... es una de las dos “anteúltimas”. La otra es El aire del río, que estrenará en abril próximo en el Teatro San Martín. La primera tiene en su título una referencia a San Juan Capistrano, ciudad californiana. Gorostiza da el porqué. “Allí hay una vieja iglesia derruida, donde anidan las golondrinas. Cuando se anuncia el frío vuelan en bandadas al sur y llegan hasta acá. Algunas se quedan en Goya, Corrientes, donde les han hecho un monumento. Y muchas vienen a Buenos Aires. Cuando empieza el ‘fresquete’ vuelven a San Juan Capistrano. La población les hace una fiesta.” Se le nota, por el tono de la voz, que el tema lo entusiasma. “Ellas escapan del frío. Son inteligentes, se juntan. Descansan por el camino y arrancan otra vez. Vuelan miles de kilómetros.”
El dramaturgo cuenta que siempre le interesó la naturaleza y que conocía la anécdota desde hacía rato. Cuando habla de festejo es bien en serio: hasta hay una orquesta dedicada a las aves. “Un día, la historia me apareció con la presencia de hoy, con los personajes de la obra”, explica. “El vuelo de las golondrinas es un tema envolvente a lo que ocurre en la casa de un pintor (Fanego) que quiere retratarlo. No a las golondrinas, sino al vuelo. Es su destino, él quiere eso. Su compañera es una maestra (Ibarreta), que tiene un destino más concreto, el hoy y aquí, porque está en plan de huelga”, adelanta. El personaje que encarna Mazer es la ex pareja del pintor falto de inspiración, su primer matrimonio, que lo conecta con un pasado que ha dejado atrás.
“Es una obra que habla del destino, de la vida y de la muerte. En El ciudadano, al personaje que ha crecido tanto y que se ha convertido en un magnate del periodismo se le viene a la memoria la palabra Rosewood, el trineo con el que jugaba cuando era nene. Nuestro destino es nuestro propio origen”, concluye el dramaturgo. Como en su novela La tierra inquieta (2009), aparecen en Vuelo... cuestiones existenciales: la “actitud” organizada de las golondrinas es el punto de partida para indagar en la importancia de estar vivo y en el lugar del hombre en el mundo. “Con el paso de los años, si el candidato no es tonto, hay una profundización del hecho de vivir, una mayor consciencia de que sólo somos viajeros, pasajeros de este viaje hermoso de la vida. Es una toma de consciencia, pero también un sentimiento”, expresa Gorostiza. Esta idea está brotando con potencia en sus últimos escritos.
–Con cuarenta obras a cuestas, ¿qué lo moviliza hoy a contar una historia?
–Siempre me gustó lo mismo: contar la relación de los seres humanos, con sus verdades y sus realidades. No me considero un creador, sino un repetidor de la realidad que me rodea. A través de este trabajo se tienden líneas misteriosas hacia conceptos. Con la esperanza llena de coscorrones, uno aspira a que se modifiquen ciertas maneras de sentir, de pensar y de actuar. Todo autor, dramaturgo o novelista es en el fondo pretensioso: quiere modificar con su escrito. Esto no quiere decir que eso ocurra. Después, hay hechos que son muy importantes. Por ejemplo, para mí lo fue mi colaboración con Teatro Abierto, porque fue importante dentro de la vida cultural del país.
Hasta hace no mucho, apenas tres años, Gorostiza dirigía sus propias obras. “Es curioso que los autores de hoy dirijan lo suyo. Cuando lo hacía me preguntaban de forma acusadora, ‘¿usted cree que un dramaturgo debe ser director de sus trabajos?’. Ahora dejé el atletismo escénico. Es un poquito desprenderse del hijo. Tengo que encontrar un director en quien pueda depositar mi confianza, de un estilo parecido al mío. La ventaja del hecho de que otro ser con su sensibilidad tome mi obra es que puede enriquecerla. He visto piezas mías en el extranjero. A veces están bien, tienen cosas que no se me habían ocurrido. Pero otras faltaba el humor y se venían abajo porque no lo habían pescado. Nosotros trabajamos con el inconsciente. Si dirijo la obra de otra persona descubro fenómenos inconscientes que subyacen a la creación. Importa tener suerte, es un albur. No sé qué pasara con Vuelo...: todavía no la he visto totalmente.”
–Dirigió más de setenta obras. ¿Nunca se le dio por escribir?
Agustín Alezzo: –Tres obras. Son malas.
–¿No hay forma de acceder a ellas?
–No, no se esfuerce. No están publicadas. Las escribí a los treinta y algo. Trato de ser sincero. No me gusta la mentira. Ni la gente que se manda la parte, que se cree importante. Los seres humanos somos todos iguales. Tiene tanta importancia un hombre que sabe hacer bien el pan como un artista.
Al poco tiempo de conocer la dirección, en el ’68, Alezzo abandonó también la actuación. “No lo lamento”, subraya. Lo capturó la tarea de “concebir un mundo, introducirse en él y tratar de expresarlo”. Desde hace un tiempo, el director venía trabajando con autores extranjeros, sobre todo británicos y estadounidenses (lo último que dirigió fue Voces de familia, que vinculaba El largo adiós, de Tennessee Williams, y Voces de familia, de Harold Pinter). Al mismo tiempo, crecían sus ganas de dirigir algún texto nacional. Aquél predominio fue tan sólo producto de la casualidad, asegura él. “No siempre uno hace lo que quisiera en teatro. Hace lo que se puede. El teatro no es un espectáculo barato. Requiere a veces de productores que pongan cierta cantidad de dinero, que se aventuran. A veces lo que uno quiere hacer no coincide con la necesidad del productor. Hay muchos factores decisivos que se conjugan para armar un espectáculo.” Y aquí es cuando habla de la importancia de contar con actores aptos para los personajes.
Alezzo ha dirigido obras de una buena cantidad de autores nacionales, entre los que se encuentran Eduardo Pavlovsky, Mauricio Kartun, Roberto Perinelli y Marcelo Ramos. “Me representa una diferencia en relación con dirigir a un extranjero. Me significa entrar en un terreno propio, conocido, con nuestro lenguaje, nuestra gente. Cuando uno monta una obra extranjera tiene que hacer una reubicación, en otro medio, otras leyes, otras formas de relacionarse”, explica el director. Vuelo a Capistrano le gustó porque cumplía con todos los requisitos de una obra “buena, grande”. Así lo explica. “Una obra tiene que tener un gran tema, estar animada por un gran pensamiento, que tiene que estar plasmado claramente. Después, debe contar con grandes personajes, grandes situaciones, buenos diálogos, un mundo compacto. Cada obra tiene uno que le es propio. Uno tiene que entrar en ese mundo y descubrirlo, y empezar a moverse dentro y a través de él.” Está convencido de que al público le gustan más las obras nacionales, por eso su entusiasmo con el estreno. “Siempre las prefiere, por identificación”, concluye.
No concede detalles cuando se le pregunta cómo encaró la dirección de Vuelo a Capistrano y se cuida de meterse demasiado con el argumento. Dice, escuetamente, que trabajó “como de costumbre”. Se confiesa admirador ferviente de Tim Burton y, a partir de ese dato, ofrece una idea general sobre el proceso de dirección. “Uno no puede hacer todo. Hay cosas que son más para mí que otras, hay cosas que no. Una vez me ofrecieron hacer una obra extraordinaria, con una producción muy buena: La ópera de dos centavos, de Bertolt Brecht. Y yo dije: ‘No es para mí. Si ustedes la montan bien, voy a ser el primer espectador en venir a verla. Pero yo no soy el director para hacer esto, porque ese mundo está ajeno a mi imaginación’. Era un mundo aislado de mí. Si bien lo comprendía, no lo podía expresar.” Alezzo también aclara que no trabajaría si le pusieran restricciones. Cuando llega a Corrientes es porque lo convocan. “Pero los productores siempre han sido muy respetuosos conmigo, no me han impuesto nada.”
Como Gorostiza, Alezzo hace teatro por una razón grande, noble. “En una obra de peso circula un pensamiento que va a movilizar al espectador. Va a llegar a su casa y va a pensar: la obra lo va a modificar”, explica. Los dos están convencidos de eso y es lo que guía sus largos años de carrera y sus ganas de más. Otro punto de contacto es que, al igual que en el caso del dramaturgo, una de sus grandes preocupaciones son las relaciones humanas. “Todas las obras tratan sobre eso: relaciones con uno mismo, con padres, hijos, esposas, amigos, con la sociedad y con Dios. Relaciones malas o buenas, en lucha o no. Es fundamental tenerlas en claro, crearlas con códigos específicos. Cada uno se relaciona con cada persona de una manera determinada. Usted tiene un novio y es de una manera, tiene otro y es de otra manera. Y hay códigos distintos. Fijarlos es esencial para que eso tenga verdad. Cuando uno está con su mujer y ella entra a la casa, uno ya sabe con qué aire viene: no necesita preguntar nada.”
Es llamativo que sólo sea una coincidencia el hecho de que sus concepciones sean tan similares. Cualquiera diría que Gorostiza y Alezzo han hablado años sobre porqués y cómos del teatro y que han hecho más de una cosa juntos. Pero no. Será el viernes próximo cuando se junten quien escribió, entre tantas, una de las obras nacionales más significativas (El puente) y el maestro de tantos actores. Incansables, apasionados, siempre pensantes: así son. Todo un ejemplo de lo que predican, de la importancia de estar vivo.
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