Domingo, 9 de enero de 2011 | Hoy
TEATRO › LA COMPAÑIA ESPAÑOLA GATO NEGRO PRESENTA EN BUENOS AIRES CABARE DE CARICIA Y PUNTAPIE
El premiado espectáculo del grupo aragonés aborda una de las facetas más cautivantes del artista francés. Con dirección de Alberto Castrillo-Ferrer, la obra promete evocar la estética de los cabarets parisienses del ’40 con ecos de jazz, rock, tango y hasta chachachá.
Por Carolina Prieto
Ganaron el Premio Max al mejor espectáculo musical de 2010, el máximo galardón de la escena española. Y lo hicieron con un espectáculo de cámara, pequeño pero cuidado al detalle y con un sabor bien picante. Es el Cabaré de Caricia y Puntapié, un viaje al mundo irreverente y poético de Boris Vian, el francés que murió a los 39 años dejando un legado diverso hecho de novelas, cuentos, poesías y canciones, además de ser músico de jazz, actor, traductor de novelas negras e ingeniero de formación original. Referente de la bohemia parisiense de los ’40, Vian era miembro del Colegio de Patafísica, el instituto dedicado al estudio de las soluciones imaginarias, de las particularidades y las excepciones, imbuido del espíritu hilarante del dramaturgo Alfred Jarry. Era la contracara irónica del prestigioso Collège de France (símbolo de la academia de las artes y las ciencias) y el lugar de encuentro de artistas e intelectuales vinculados con las vanguardias como Joan Miró, Jacques Prévert, Max Ernst, Eugene Ionesco, René Clair y Marcel Duchamp. Los artífices de esta anunciada joya que cruza el Atlántico son el director Alberto Castrillo-Ferrer y los actores y cantantes Carmen Barrantes y Jorge Usón, integrantes de la Compañía Gato Negro, que funciona en el pueblito aragonés de Murillo de Gállego. La puesta se podrá ver en seis únicas funciones en enero (viernes 14 y 21 a las 20.30, sábados 15 y 22 a las 21 y domingos 16 y 23 a las 19) en El Cubo (Zelaya 3053).
“Viví casi ocho años en Francia, donde Boris Vian es una institución, mientras que en España es casi un desconocido. Y sus canciones me parecían muy teatrales: eran pequeños mundos que me hacían soñar, reír, pensar. Cuando años más tarde los dos actores me propusieron trabajar con ellos, retomé aquella idea y me pareció que podía cuadrar: ellos cantan muy bien, son una pareja cómica de por sí, sólo hacía falta ponerse manos a la obra”, cuenta por mail el director, que no podrá viajar para el estreno porque integra el elenco de Todos eran mis hijos, de Arthur Miller, que dirige el argentino Claudio Tolcachir en España. Así fue como se sumergieron en el universo del autor de las novelas La espuma de los días (1946), La hierba roja (1950) y El arrancacorazones (1953). “Fue impresionante –agrega–. Había material para hacer tres o cuatro espectáculos. El Instituto de Estudios Patafísicos La Candelaria nos dio su absoluta bendición, ¡así que algo borisvianesco tendrá!”
–¿Cómo fue el proceso creativo?
–Primero traduje las diez canciones que más me atraían y con ese excelente material empezamos a trabajar. A partir de consignas los actores improvisaban y poco a poco íbamos construyendo algo. Hubo vías muertas, muchas risas, momentos de no saber a dónde íbamos, pero sobre todo un gran espíritu de equipo, de respeto y confianza. Luego entraron el resto de los gremios: coreógrafa, músico, profesora de voz, escenógrafo, figurinista, luces, diseño gráfico.
Castrillo prefiere no dar detalles de la estructura del show y mantener la sorpresa, pero sí se sabe que la obra respira la estética de los cabarets parisienses del ’40, de la ebullición de Saint-Germain-des-Près y Montmartre, con ecos de jazz, rock, tango y hasta chachachá. Sus protagonistas son Doris (Barrantes) y Boris (Usón), camaleones que dan vida a personajes marcados por la dualidad de las relaciones humanas: amor y odio, violencia y dulzura, vida y muerte. “El teatro es lo
inefable, lo que no se puede contar. Sí puedo decir que hay mucha teatralidad latente: queríamos conducir el espectáculo por un lado y luego él nos condujo a no-sotros. Carmen se cambia casi veinte veces y Jorge, once. Son dos clowns en el sentido casi circense del término, quieren que todo vaya muy bien, pero lo interesante del teatro es que vaya mal. Van mutando y sorprendiendo, intentando darle una vuelta de tuerca cada vez.”
–¿Qué significó ganar el Max?
–Es el premio principal de las artes escénicas de mi país, que cada año entrega la Sociedad General de Autores y Editores y la Fundación Autor. Nos sorprendió mucho porque competíamos en el rubro con dos colosos, la compañía Jácara Teatro y la productora Dagoll Dagom. Nosotros somos una compañía artesanal y la verdad que el estar entre los tres nominados ya era un regalo. Un reconocimiento así une mucho y te da un poquito de ánimo para seguir luchando.
Actor y director nacido en Zaragoza en 1972, Castrillo inició su formación en París en la célebre Ecole de Mimodrame de Marcel Marceau; luego trabajó en un pequeño teatro de esa ciudad, el Théatre du Nord-Ouest. “Marceau me dio la formación académica y la poesía en escena, y en el teatro aprendí la parte ‘real’ del asunto: actuaba pero también hacía ayudantías de luces, de escenografía, régie, de todo un poco. Me aportó la pasión. París es un lugar único, especial. Este espectáculo tiene mucho de aquellos días”, concluye.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.