Sáb 15.01.2011
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TEATRO › EL ACTOR ESTRENA EL UNIPERSONAL YO, UNA HISTORIA DE AMOR

El ego y el alter ego de Diego Reinhold

En la obra, el conductor de Demoliendo teles dialoga con su otro yo proyectado en una pantalla, un recurso que había utilizado en dosis más pequeñas en trabajos anteriores. “Es un viaje lisérgico divertido y perturbador”, define.

› Por Emanuel Respighi

La que se estrena hoy en el Paseo La Plaza es la obra de un hombre consigo mismo. En un diálogo físico y visual sorprendente, el multifacético Diego Reinhold propone explorar su alter ego, a partir de la interacción con su propia imagen proyectada en una pantalla gigante sobre el escenario. Se trata de un recurso “multilenguaje”, más que multimedia, que ya supo explorar en pequeños números en Cómico stand up, la revista y Nico trasnochado. Así, Yo, una historia de amor, tal el nombre que lleva el espectáculo que se presentará los jueves a las 23 y los viernes y sábados a la medianoche en la sala Pablo Neruda, es una suerte de sesión psicoanalítica convertida en una atípica comedia musical. “Los espectadores sentirán que no están frente a una obra tradicional, sino que serán parte de un viaje lisérgico tan divertido como perturbador”, asegura el actor, que con este espectáculo debuta en el unipersonal. Y lo hace por partida triple: actuando, escribiendo y dirigiendo.

Reinhold, un pibe desgarbado y simpático, es una suerte de Peter Pan doméstico. Con veinte años de carrera profesional, el tiempo parece no haber hecho mella en esa fisonomía que da la sensación de que en cualquier momento puede ser levantada por los aires por una ráfaga de viento y llevada hasta quién sabe dónde. Pero esa impresión choca de frente cuando el flacucho de aire distraído se sube al escenario: allí transmite una energía física y creativa que nunca deja de sorprender. En Yo, una historia de amor, el conductor de Demoliendo teles –que tendrá nueva temporada este año– se desdobla para volar hacia un diálogo imaginario con su otro yo, que se le presenta abruptamente para cuestionarle su vida, su manera de ser, sus deseos y prejuicios. Viejos clásicos del cine universal sirven de complemento y escenografía para que uno y otro analicen quiénes son, en definitiva. La practicidad de Reinhold para interpretar ambos roles, cruzado por el humor y la danza que ciñe a su estilo, hace el resto.

“Anteriormente no había encontrado el momento ni el entusiasmo para hacer un unipersonal”, le cuenta a Página/12 Reinhold, siempre dispuesto a explorar lo inexplorado. “En la obra, al material lo experimentamos todo el tiempo. Está todo hecho muy a medida. No es un espectáculo fuerte en cuanto a su profundidad, me parece que es muy fuerte e impactante en cuanto a la puesta estética, que es lo que a mí me interesa”, define el actor, que desde hace unos años no para de trabajar. “Es un espectáculo en el que la gente va a venir a reírse y pegarse un viaje a un mundo fantástico. Es un espectáculo ideal para niños, porque tiene humor blanco y mucho efecto visual, donde el protagonista es capaz de hablar con su otro yo, y viajar al cielo y al infierno”, agrega.

–¿Es una obra introspectiva o personal?

–No es una obra introspectiva ni personal. Tiene que ver con un lenguaje que vengo explorando hace tiempo. Hay un recurso, el de la actuación proyectada como sombra sobre una pantalla, que estamos explotando al máximo de las posibilidades. En el espectáculo se disfrutan mucho las posibilidades que brinda ese recurso, experimentado desde el buen gusto. Es un recurso que carece de escuela en el país, que tiene que ver con el lenguaje de la danza, los títeres, el cine y hasta la magia en relación con la ilusión óptica. Es una obra que utiliza el efecto visual que provoca cierta calidad de movimiento para contar una historia.

–¿Cómo se encontró con un recurso que en el país no está explorado?

–Lo vi en distintos lados: la compañía cubana DanzAbierta, Phillipe Gentí, o la obra Pilóbolus suelen utilizar ese lenguaje. Siempre me pareció interesante como recurso. Pero en mí surgió como un mecanismo de defensa. En Cómico stand up tenía que generar alguna rutina de humor y se me ocurrió utilizar la pantalla para aportarle algo diferente al espectáculo. Me gusta explorar distintos recursos. Es un recurso que exploré por necesidad, por urgencia.

–¿Qué le modificó basar todo un espectáculo en la imagen proyectada en una pantalla?

–Aquí hay mucha combinación de efectos ópticos con narrativa. Cuando lo utilicé sólo como recurso esporádico dentro un espectáculo mayor, la narrativa se abocaba a ser pura estética. En Yo... la narrativa es dramática. Si es muy difícil dirigir actuando, mucho más lo es cuando al intervenir en la pantalla necesitás poder verlo de frente. Muchas escenas tuvieron que hacerse varias veces. En la obra, por momento funciona como una película que se hace en vivo, trabajando los planos y el montaje. Hay mucho trabajo de preproducción, de edición, diseño y audio. Espero que la gente que me salude me diga “¡cuánto laburo que hay!” más que lo bueno que está.

–Interactuar con imágenes, sombras y pedazos de películas proyectadas en una pantalla debe requerirle de un trabajo casi de relojería.

–Es una obra que requiere de mucha precisión, pero eso es lo que menos me cuesta: tengo un sentido del ritmo muy fino. Sé programar los tiempos de entrada y salida con naturalidad. Eso no me da miedo. El miedo más grande de la obra es si la historia que justifica todo esto resiste, en términos de dramaturgia, en la estructura multilenguaje elegida. La historia es simple: soy yo con el mundo de mis imágenes y, en un momento, mi imagen se rebela y quiere ser yo. Se dan vuelta los roles. Es como un juego de amo y esclavo. El conflicto que se genera es tal que en un momento llega a matarme. Esa es la historia por la que se generan un montón de efectos visuales.

–¿Cuál es el hilo conductor de ese diálogo trágico con el alter ego?

–Podríamos decir que hay una competencia con el alter ego, en este caso el “alterDiego”. Es una obra que trata sobre lo que uno cree que ven los demás de uno y con el aspecto exterior de uno. Habla sobre cómo me ven los demás y qué valor tiene eso. Los dos se lo preguntan, pero más que nada el alter ego es el que tiene el estado neurótico y desordenado. Diego cree que él tiene una buena imagen en los demás y es el alter ego el que le hace ver lo contrario. La obra plantea, desde el humor, quiénes somos y quiénes creemos que somos.

–¿Se trata de una obra que le modificó algo a nivel personal?

–No. Yo me veo en la pantalla y me veo muy joven aún. Creo que todavía tengo yapa.

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