Sáb 22.01.2011
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TEATRO › MóNICA VIñAO Y CAER EN AMOR, SOBRE SHAKESPEARE

Ese acto irracional

La directora trabajó junto a los actores, motivada por la traducción literal de la frase to fall in love. El resultado podrá verse los viernes a las 21 en El Camarín de las Musas.

› Por Cecilia Hopkins

“Amor no mira con los ojos, ve con el alma y por eso pintan a Cupido ciego y alado”, dice el personaje de Helena de Sueño de una noche de verano, de William Shakespeare, y completa: “En la mente de Amor no se ha registrado señal alguna de discernimiento”. Mónica Viñao compuso Caer en amor, una obra “sobre situaciones universales y contemporáneas que tratan sobre el amor”, tomando textos del dramaturgo isabelino. El espectáculo fue concebido a partir de la lectura grupal entre los intérpretes y la directora, quienes no querían en modo alguno que, para que fuese comprendido, el espectador tuviese que ser un especialista en la obra de Shakespeare. De modo que cuidaron que “cada escena tuviese en sí misma el núcleo más importante de la obra”, según explica Viñao. Así encontraron su lugar los momentos que componen Caer en amor, a estrenarse en el Camarín de las Musas (Mario Bravo 960) el próximo viernes, con Deborah Bianco, César Repetto, Sergio Pelacani y Cecilia Wierrzba. “Habrá monólogos, escenas con mayor desarrollo, viñetas, canciones, coreografías”, adelanta. Además de Sueño..., los textos pertenecen a Hamlet, Como gustéis, La fierecilla domada, Antonio y Cleopatra, Noche de Reyes y Romeo y Julieta.

Viñao tiene una larga trayectoria en el teatro alternativo, pero también realizó puestas en el circuito oficial. Estrenó en dos oportunidades en el Cervantes y el San Martín: en 2009 dio a conocer Paisaje después de la batalla, de Ariel Barchilon, obra de ambiente histórico, “con un alto contenido de violencia”, según subraya la directora. Después de ese estreno, a Viñao no le resultó fácil determinar cuál sería su próximo proyecto: “Había puesto tanto en ese deseo de estrenar en el San Martín que no sabía cómo seguir después de haber tenido la posibilidad de hacerlo”, sostiene. No descartó el proyecto de estrenar por primera vez en la calle Corrientes, por el deseo de hacer algo que en otro momento de su carrera hubiese rechazado de plano. “Hoy se hace Pinter y Miller en ese circuito y no hay nada de malo en pensar en dirigir a actores que sin una producción mediante no podría convocar”, reflexiona. “Me gustaría probar algo diferente y saber que puedo seguir siendo yo misma.” Sin embargo, ese proyecto todavía está en carpeta.

La directora fue responsable de las puestas de La mujer del abanico, de Mishima, y Carmen, de Bizet y Finlandia, de Monti, entre muchas otras. Y no importa la temática que aborden, sus puestas siempre tienen un refinamiento singular. “Eso pasa, pero a pesar de mí”, confiesa la directora, quien sabe que su marca de estilo es una combinación de economía de elementos, condensación y sutileza. No obstante, a veces le da miedo que sus elecciones le parezcan al espectador carentes de emoción. “Siempre me preocupa el espectador: sin él no hay teatro”, asegura.

–¿Por qué habla de caer en amor y no de enamorarse?

–Lo que me atrajo de la expresión to fall in love o, literalmente, caer en amor, es la imagen que me genera: alguien tropieza, se lanza o precipita en un pozo o lago. Es un acto irracional pero placentero.

–¿Lo ve como un destino terrible?

–No, no lo veo como algo fatal, aunque puede llegar a serlo. Es la peripecia de un cuerpo físico y emotivo que cae en un espacio que lo contiene. Y digo contiene porque éste cabe en él, no por otra cosa...

–¿Desde allí usted pensó en hablar sobre el amor?

–No, no pensé en tomar al amor como tema sino el hecho de “caer en amor”. Pienso que no podría tomar el concepto del amor y encerrarlo entre palabras. Hay demasiadas formas de amor. Lo que quise investigar fue cómo es caer voluntariamente hacia otro. Y en la obra de Shakespeare.

–¿Cómo fue el proceso de escritura?

–Primero convoqué a los actores, les dije que no sabía qué destino tendría esta investigación y ellos aceptaron reunirse de todos modos. Entre café y lecturas charlamos durante varios meses.

–¿Qué bibliografía utilizaron en esos encuentros?

–Leímos Shakespeare, nuestro contemporáneo, de Jan Kott, y La invención de lo humano, de Harold Bloom. Allí hay una idea muy interesante: Shakespeare parece haber concebido a los seres humanos antes de nuestra existencia, porque en sus obras no dejó de considerar ninguna posibilidad del comportamiento humano. Es como si nos hubiese concebido teatralmente.

–¿Cómo siguieron esas sesiones previas a la escritura del espectáculo?

–Leíamos escenas y las discutíamos hasta que hicimos una selección de textos. Luego yo me encargué de la dramaturgia poniendo mucha importancia en la traducción. Después vi que necesitaríamos a un músico y a una coreógrafa. Sergio Pelacani y Diana Theocharidis aceptaron encantados.

–¿Está contemplado el tema de la identidad sexual?

–Es sabido que en la época isabelina no había actores: los roles femeninos eran interpretados por hombres que, según la trama, a veces debían vestirse de hombres. Eso mismo interpretado por una mujer duplica el juego y propone un desencuentro brutal. O no... Porque de esa mujer travestida puede enamorarse alguna mujer. A mí me gusta pensar que bien pudo darse cuenta de que se trataba de una mujer, ¿por qué no?

–Un encuentro fuera del canon tradicional...

–Me interesa que en Caer... el amor fluya más allá de la filiación de géneros. Lo importante es la ceguera por amor, lo incontrolable que plantea el amor, que cuando irrumpe rompe prejuicios y barreras y provoca desconciertos.

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