TEATRO › MIS COSAS FAVORITAS, TRABAJO DE JAVIER SWEDSKY CON TíTERES Y OBJETOS
El actor, titiritero y autor propone una metáfora sobre los fantasmas que acechan a un sastre, a su patrón y a su hija. Lo hace a través de una trama hecha de actuación y manipulación de marionetas y objetos, inspirada en textos de Maupassant, canciones y bordados.
› Por Carolina Prieto
Casi sin darse cuenta, de chico ya fabricaba sus propios títeres. Cuando algún amigo cumplía años, Javier Swedsky se las ingeniaba con un poco de papel maché, pegamento e hilos, y creaba una versión caricaturizada del cumpleañero en cuestión, al que le entregaba el regalo. Ya más grande se empapó de arte y reflexión en el marco de las colonias del ICUF en Córdoba (el núcleo de la comunidad judía comunista), y más tarde estudió cine en la Universidad Nacional de esa ciudad y teatro con Graciela Ferrari, del Libre Teatro Libre de María Escudero. De familia de tradición textil, el muchacho no dudó en que lo suyo era el arte, ganó becas y se perfeccionó en Francia. Estudió teatro de objetos y títeres en la Escuela de Artes de las Marionetas de Charleville-Mézières, una pequeña ciudad al norte de París, y pedagogía teatral en La Sorbonne. A su regreso se sumó al Periférico de Objetos: actuó en Máquina Hamlet, Zooedipous e hizo la asistencia de dirección de Monteverdi Método Bélico. Este actor, titiritero y autor creó una serie de espectáculos muy cuidados que vienen girando con éxito por distintas ciudades del mundo. Su gema más elogiada, Mis cosas favoritas, puede verse los viernes a las 21 en el Teatro Payró (San Martín 766). Un trabajo que elaboró minuciosamente con su maestra francesa, Marie Vayssière, actriz y directora que integró la compañía de Tadeusz Kantor, el notable director polaco, de quien fue además su asistente. Es una metáfora alucinada sobre los fantasmas que acechan a un sastre, a su patrón y a su hija en una trama hecha de actuación y manipulación de marionetas y objetos, inspirada en textos de Maupassant, canciones y bordados. Y es también un intento de acercarse a los enigmas de la memoria: “¿Por qué, cuando la memoria se disgrega, también se deshace la persona?”, se pregunta el director.
A este motor inicial, se sumó una serie de elementos que sirvieron para tejer la pieza. “El título es el mismo de la canción que canta Julie Andrews en La novicia rebelde, que habla de esas cosas que recuerda cuando se siente mal, que la ayudan a salir del pozo. Y me pregunto qué pasa cuando la persona no puede recordar esas cosas. Al mismo tiempo, me impactó una muestra que vi en Proa, Imágenes del inconsciente, de Arthur Bispo do Rosario, un hombre que mientras estuvo internado en un psiquiátrico en Río de Janeiro bordó toda su vida en unas sábanas enormes. Yo sabía que quería trabajar con la costura y el bordado, un mundo que me resulta familiar, para hablar de cómo se construye una persona y cómo se destruye”, cuenta Swedsky en diálogo con Página/12. A la vez, se topó con la ONG Manos Creativas, un grupo de mujeres que trabajan con una técnica especial –a través de retazos que bordan y unen formando un collage– para abordar cuestiones sociales. Ellas son las responsables de la escenografía de la obra, toda hecha a mano. Así se conformó un universo vinculado al taller de costura: “bordar, unir, desgarrar, cortar; a la idea de trama, de córtex cerebral como un entramado de información que puede desgarrarse y producir impulsos sueltos”, describe. En un ensayo, el iluminador Alejandro Le Roux contó que el mundo que estaban generando le hacía recordar al cuento “El horla”, de Guy de Maupassant, sobre un hombre perseguido por algo que no sabe qué es. “Trabajamos con ese texto y con una carta que escribe Maupassant al final de su vida, en la que le pide a su médico que lo interne porque estaba sufriendo alucinaciones”, comenta.
A poco del estreno, Swedsky pide a Vayssière que mire el trabajo. Fue lapidaria: “Me gusta la propuesta pero es muy ilustrativa y te vemos mucho a vos. Si lográs que en vez de verte a vos, veamos sólo la arruga de tu traje, entonces podemos trabajar juntos”, le dijo. A los diez días volvió y, efectivamente, el protagonismo del actor se había atenuado. Así empezaron a refundar el espectáculo.
–En una dirección clara. El espectáculo finalmente habla del mismo tema a partir del cual fue creado, la memoria, pero de una forma más libre. Hicimos que los objetos devinieran portadores de una dramaturgia poética antes que didáctica o representativa. Fue todo un cambio: en vez de estar yo en una situación de poder frente a los objetos, me sometí a ellos. Fue un aprendizaje de discreción, de humildad, tal como lo define Marie: que el protagonista sea el objeto y no el manipulador.
–Sí, pero no para taparlo, ni para ponerse delante de él. Me dijo: “La gente no viene a verte a vos ni a ver tu técnica, que tiene que ser lo mejor posible, sino a ver ese mundo que se crea a partir de todos los elementos en juego. ¿Qué sentido tiene hacer un espectáculo para demostrar tu virtuosismo, tu poder absoluto sobre los objetos?”. Yo venía de una escuela en la que el actor era el centro y el objeto estaba a su servicio. Así que fue un cimbronazo. Tener una buena presencia en escena es importante pero tiene que estar al servicio de otra cosa, no del “morcilleo” del actor. Marie habla de la importancia de la estupidez, de la imbecilidad. ¿Quién puede tener la arrogancia de creerse inteligente con las cosas que pasan en este mundo?, dice. Propone trabajar con la fragilidad, la vulnerabilidad.
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