Lunes, 14 de marzo de 2011 | Hoy
TEATRO › UN VIAJE AL INTERIOR DEL TEATRO DE SOMBRAS
La disciplina tiene cada vez más adherentes en la Argentina, que ha sido sede de varios encuentros internacionales. Sus cultores sostienen además que se está generando un ambiente que sintoniza con el interés actual por lo multidisciplinario.
Por Facundo García
Todos jugaron alguna vez con su sombra. Hasta que se rompió el sortilegio y aquel entusiasmo –aquel “asombro”– dejó de parecer importante. Entonces vinieron los juguetes, y luego los dibujos animados, y ahí nomás Gran Hermano. Existe, sin embargo, un puñado de artistas que no cayó en la trampa. “En algún momento nos enseñaron que eran ‘puras ilusiones’; pero durante los primeros años, nuestra sombra de niño fue la principal compañera de aventuras”, sentencia Gabriel von Fernández, un teatrero que junto a otros colegas ayudará a armar el mapa para adentrarse en los confines de la oscuridad.
Lejos del bar en el que habla Von Fernández, el grupo Sombras de Arena se apresta para abrir la función número ochenta y pico de Bambolenat. Es domingo a la tarde y en el Auditorium de San Isidro hay un revoltijo de locos, conchetos, bohemios y jubilados. Una banda toca música oriental, entre un nimbo vaporoso que se hace más y más palpable. A un lado, Alejandro Bustos echa arena en un proyector: los granitos forman paisajes que se reproducen sobre una pantalla donde también danza el contorno del actor Matías Haberfeld. La pieza arranca con fondo de tambores: es la historia de un hombre que se libera de sus cárceles mentales. Juan Pablo Sierra, encargado de la puesta en escena, descifra lo que acaba de comenzar. “Podés verlo como algo antiquísimo o como experimento vanguardista. Lo que no podés negar es que la sombra te saca de la apatía. Te impulsa a que la leas, a que la completes vos. Te invita a pensar”, analiza.
Sorprende la nula atención que se le presta al tema fuera del círculo de los iniciados. No muchas personas saben, por ejemplo, que la sombra estática es una “conquista” contemporánea. Antes de la electricidad sólo se conseguían siluetas cambiantes, como las que proyectan los objetos ubicados frente a una fogata o una vela. Por eso la antigüedad asoció a las sombras con el cambio permanente, aunque Von Fernández prefiere situarlas en la intersección de lo sensual con lo espiritual. “Si tratamos a las sombras con el cuidado y la precisión con que somos capaces de tratar a los espíritus, comprobamos que cobran vida propia”, sugiere. En cuanto al territorio del deseo, recuerda que el año pasado montó una obra erótica, Buenos Aires Voyeur: “El elenco se lo tomó tan en serio que tuvimos que suspender las funciones... ¡La actriz principal quedó embarazada!”
Contra Platón y su Alegoría de la caverna, la mayoría de los consultados opina que la verdad no es enemiga de las penumbras, y que un paisaje enceguecedor –como el de las ciudades contemporáneas– puede traer tanta confusión como la oscuridad plena. Von Fernández asegura que “la propuesta es no oponer la luz a la oscuridad sino cambiar tu modo de percepción y transformar las cosas que ves en tu vida cotidiana”. Lo escribió Junichiro Tanisaki en su ensayo Elogio de la sombra, de 1933. “Los occidentales, siempre al acecho del progreso (...), se las han arreglado para pasar de la vela a la lámpara de petróleo, del petróleo a la luz de gas, del gas a la luz eléctrica, hasta acabar con el menor resquicio, con los últimos refugios de la noche”, acusaba.
Pero –pícaras como la de Peter Pan– hay sombras que aguantan la parada. “Ultimamente, la Argentina ha sido sede de varios encuentros internacionales. Aparte se está generando un ambiente que sintoniza con el interés actual por lo multidisciplinario”, comenta Alejandro Szklar. Al igual que sus pares, Szklar da talleres y ocasionalmente monta uno que otro espectáculo para no perder la gimnasia. “Nos acercamos, además, a la plástica. Básicamente componemos cuadros que se mueven”, agrega el artista, que colabora con bandas de rock y planea lanzar en los próximos meses su proyecto teatral Los Sombreros. “A veces –cierra– terminás un show y ves que la gente no se quiere ir. Se quedan paraditos, en silencio, como si recuperaran una energía ritual. Y un ritual auténtico no se termina cuando el cura dice que ‘terminó la misa’. Los que deciden son los creyentes.”
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