TEATRO › JUAN PALOMINO Y ALBERTO CATTAN ESTRENAN LO QUE MATA ES LA HUMEDAD EN EL CERVANTES
En la obra de Jorge Núñez, ambientada en los ’70, un viejo bar a punto de derrumbarse le ofrece al barrio un lugar de encuentro. Y por allí pasan personajes que no se dan cuenta de que “la sociedad cruje bajo sus pies”, según el actor y el director.
› Por Cecilia Hopkins
Tras el estreno de El regalo de mamá, de Pablo Ini, y la reposición de El conventillo de la Paloma, de Alberto Vaccarezza, la temporada del Teatro Cervantes continúa con la puesta en escena de Lo que mata es la humedad, de Jorge Núñez, bajo la dirección de Alberto Cattan. Adriana Salonia y Juan Palomino encabezan un elenco integrado por Jorge Paccini, Ricardo Díaz Mourells, Marta Albanese, Norberto Gonzalo, Joselo Bella y Marcelo Xicarts, entre otros. La dirección musical está a cargo de Popi Spatocco, el diseño de la escenografía y la iluminación pertenece a Alejandro Arteta, el vestuario, a Marta Albertinazzi.
Apuntalado por precaución a un derrumbe ocasional, un viejo bar ofrece al barrio un lugar de encuentro. Junto a esa esquina, un quiosco de diarios es testigo del ir y venir de un conjunto de personajes reconocibles a simple vista. Ambientada en los ’70, la obra propone un desfile incesante: la chica de barrio que quiere progresar a toda costa, el deportista que sueña con el éxito, las vecinas que ventilan la vida de los otros, el que siente que su vida afectiva no tiene remedio, la que sufre la opresión del matrimonio. “El bar es un espacio social muy del porteño, es el típico lugar de las confesiones”, señalan Cattan y Palomino ante Página/12. Según el actor y el director, la aparente sencillez de lo que sucede en la obra encubre una gran complejidad, porque los personajes del café porteño no podrán evitar, hacia el final, darse cuenta de que “la sociedad cruje bajo sus pies, y de que allí emergen profundas contradicciones sociales”. Por otra parte, el barrio y el café aparecen en la obra como espacios que protegen de los rigores de la realidad. Autor del prólogo de la edición de esta obra, Carlos Gandolfo comparó al café con una madre sobreprotectora que oprime y no deja crecer.
Esta es la segunda obra de Núñez que dirige Cattan. Precisamente, por haber realizado el montaje de Es difícil decir adiós, el propio autor –que hoy vive en México– le propuso llevar adelante la puesta de este texto estrenado en 1981 por Gandolfo, junto a Dora Baret y Adrián Ghío. Según relata el director, hubo algunos detalles de la obra que Núñez debió cambiar a causa del momento político que vivía el país: “La acción transcurre en un bar que finalmente se derrumba, y que funciona como símbolo del país bajo la dictadura”, explica Cattan. Efectivamente, los hechos narrados suceden pocas semanas antes del golpe de Estado, ya que en la obra se está festejando el Carnaval del ’76.
Para Palomino y Cattan, esta obra significa un reencuentro: en 1986, el actor trabajó a las órdenes del mismo director, junto al elenco de la Comedia de la Provincia, en Los dos ladrones, de Bernardo Carey. En Lo que mata..., Palomino interpreta a Cacho, un diariero ganador y canchero pero a la vez frágil como un chico. “Es un personaje que revela la fragilidad del porteño, el antimito”, afirma el actor, nacido en la provincia de Buenos Aires. “No soy porteño, pero creo que le fui encontrando la vuelta a lo que podría ser la esencia de un hombre de barrio”, afirma. Palomino viene de hacer dos personajes históricos: Manuel Dorrego (en La tentación, de Pacho O’Donnell) y Manuel Ascencio Padilla (en Santa Juana de América, de Andrés Lizarraga). “Me gustó retomar el teatro argentino de lo cotidiano –subraya–, un teatro en el que aparentemente no se dicen grandes textos, pero que remite a temas muy personales como lo son el amor, la madre, el trabajo. Es complejo y simple al mismo tiempo.”
–¿Qué es lo que más les interesó del registro costumbrista que propone el autor?
Alberto Cattan: –Lo que mata... tiene una visión cotidiana. A la gente se la ve ocupada en su vida, haciendo caso omiso de las señales que le estaba dando la realidad, alertándola sobre lo que se avecinaba. Ellos se ocupan de hablar sobre mitomanías sexuales o sobre proyectos que los salven económicamente a cualquier costo. Mientras tanto, los bailes de Carnaval entretienen a todos.
–¿Qué datos hay de la realidad?
Juan Palomino: –Está presente la frase “algo habrá hecho, en algo andaría”. El personaje del estudiante habla de compañeros suyos que están desapareciendo. Esta obra muestra a unos personajes que están totalmente despojados de conciencia política en un momento en que ya estaba actuando la Triple A.
A. C.: –La obra muestra a la gente viviendo su cotidianidad con la idea de que la política no la toca en absoluto. Son gente común que transita su vida sin enterarse de lo que ya estaba pasando.
J. P.: –Son ciudadanos que se ocupan de su mundo pequeño, que piensan solamente en su beneficio. Tal vez sean los mismos que en 2001 reclamaron sus dólares.
–Ningún personaje habla de política. Sin embargo, quisieron mostrar la falta de conciencia política de la gente, en general. ¿El objetivo fue mostrar por sustracción?
A. C.: –Así es. Confío en que esto sostiene todo el relato: nadie habla de política, pero la realidad se filtra en ese ir y venir cotidiano de los personajes. Hacia el final, la obra deja en claro que la dictadura nos mató por la espalda.
–¿Y cómo esperan que el espectador de hoy dialogue con la obra?
A. C.: –Creemos que el acierto de esta versión es haber puesto el acento en mostrar aquello que alguna gente en su momento no pudo percibir. Nos parece que hoy muchos pueden sentirse tocados por esos datos de la realidad de entonces.
–¿Cómo ven al personaje femenino?
J. P.: –Mientras trabajamos, fui descubriendo la importancia del papel femenino en la obra. Lidia (Adriana Salonia) es una especie de Nora que patea el tablero: deja al marido, abandona la estructura familiar que la oprime y hasta deja a su amante. De manera que la parte militante de la obra para mí está puesta en ella.
–En Lo que mata... hay personajes reconocibles, hay música y baile. ¿Se la puede calificar de sainete?
A. C.: –Creemos que la obra tiene elementos de sainete, hay mucho juego y expresiones de la cultura popular, como el tango y el box. El sainete fue un género festivo que mostró una realidad cruel como la que vivó la inmigración, con la gente hacinada en las habitaciones de un conventillo. En Lo que mata... sucede algo parecido: muestra una tensión potencial que estalla hacia el final. Por los conflictos que presenta, podemos decir que es un sainete contemporáneo.
–En la obra, un personaje vive su homosexualidad muy conflictivamente. Hoy, en cambio, las personas del mismo sexo pueden casarse...
A. C.: –Es cierto. Pero me parece que hacer visible que el cambio cultural en pocos años ha sido enorme es un aporte de esta obra.
J. P.: –También la situación de la mujer hoy es diferente. En los ’70 tampoco existía divorcio.
–¿Cómo ven al teatro de hoy?
A. C.: –Estoy en Proteatro y estudio la gran cantidad de proyectos teatrales que nos acercan. Es muy llamativo el nivel de preparación: todos han hecho cursos de todo tipo, conocen diferentes técnicas y viajaron al exterior. Es muy bueno conocer la cultura teatral de otros países. Pero tengo mis dudas en algunos aspectos.
–¿En cuáles?
A. C.: –Desde siempre, nosotros tuvimos un gran amor por la cultura europea y cierta actitud denigratoria hacia lo nuestro. Pero me parece que si las técnicas de afuera no se adaptan a nuestra realidad, terminan siendo colonialistas porque nos despersonalizan: nosotros no podemos hacer un teatro parecido al que se produce en Europa. Es muy raro que se transiten contenidos similares con realidades tan diferentes. Porque no hay técnica que no entrañe una ideología.
J. P.: –El teatro debería ser una herramienta para hacernos visibles y el actor debería ser el cronista corporal y sensitivo de lo que está sucediendo.
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