TEATRO › LOS POLLERUDOS, ESPECTACULO ESTRENADO EN EL PORTON DE SANCHEZ
A partir de improvisaciones, los lugares comunes del tango dicen presente en esta obra que se destaca por su humor absurdo.
› Por Carlos Bevilacqua
Julián y Julián son dos guapos que, lejos de meter miedo, generan compasión. Acaso por estar en decadencia, acaso por estar encerrados en un taller de costura. Rápidamente dejan saber que están rodeados, aunque nunca quede del todo claro por qué o por quiénes. Con el correr de los minutos, los sabrosos diálogos que hilvanan van sugiriendo que el encierro tiene mucho de voluntario. Tal paradoja es el nudo central de Los Pollerudos, una obra rica en posibles lecturas que, tras ser estrenada hace siete días, se puede ver los viernes a las 23 en El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034).
Los contrastes de una dramaturgia que por momentos mueve a risa surgieron de un proceso creativo conjunto de once meses entre el director de la puesta, Sergio D’Angelo, y sus intérpretes: el actor y bailarín de tango Héctor Díaz y el actor y acróbata Gerardo Baamonde. Cuenta D’Angelo: “Ese efecto paradójico de las acciones no fue algo premeditado, sino que se fue dando. Los textos surgieron a partir de improvisaciones que arrancaban en la cocina de mi estudio, mate en mano, con Héctor y Gerardo charlando desde sus personalidades reales hasta derivar en un intercambio entre personajes creados por ellos mismos en base a lo que venían charlando. Ahí los llevaba a la sala de ensayo, siempre bajo mi mirada. Por eso, lo que se escucha sobre el escenario es nuestro propio discurso respecto de la relación de pareja, la mujer, su ausencia y la relación entre los varones, sólo que llevado a extremos absurdos”. Díaz, a su turno, recuerda que hubo una etapa previa de investigación sobre letras de tango, películas argentinas de antaño y libretos de sainetes.
Tras un sintético adelanto en el Festival Cambalache de 2007, la idea cobró una forma más acabada recién este año, cuando D’Angelo pudo compatibilizar su trabajo como director de Ambulancia (la obra musical protagonizada por Mike Amigorena) y sus dirigidos lograron hacerle un tiempo considerable entre los compromisos que tienen como directores de la escuela de teatro físico Usina Tr3s, creada por Baamonde. Con una dinámica que incluye danza y algo de acrobacia, el planteo inicial de Los Pollerudos evoluciona hacia un clima viciado que tiene su razón de ser, según explica D’Angelo: “El afuera ejerce mucho poder sobre ellos. Sienten que pueden conservar ese microclima siempre y cuando se mantengan en ese lugar, evitando enfrentarse con un exterior que ya no los contiene”. Al respecto, Díaz opina: “Yo creo que ellos se sienten muy orgullosos de estar ahí, aunque estén limitados. Tienen la misma dignidad del tipo que es pobre pero acepta su condición sin amargura. Cuando yo era chico, mi viejo no podía ir de vacaciones a Mar del Plata, pero iba a Punta Lara muy contento”.
Evocando, filosofando y peleándose, los Julianes bien podrían ser vistos como dos personalidades de un mismo individuo esquizofrénico. Pero D’Angelo, sin descartarlo del todo, relaciona la coincidencia nominal más con ciertos requerimientos del lenguaje. “Además de ser tanguero, es un nombre que, repetido, viene muy bien al ritmo de la obra, compuesta por un ping pong permanente de textos que van siempre hacia un remate. En ese sentido, se parece a una rutina payasesca.”
“Hay que evitar el recuerdo, Julián”, dice uno de los personajes, en contradicción evidente con sus dichos, referidos casi exclusivamente al pasado. Además de la obsesión por la memoria, otro lugar común del tango que aparece en los diálogos es el de la soledad: “No necesitamos de nada porque estamos llenos de ausencia”, coinciden en un pasaje los dos malevos. Para luego conseguir una carcajada general del público cuando uno de ellos asegura: “Esta nada inconmensurable en la que habito no la cambio por nada”.
Otra paradoja de estos guapos pollerudos es que aun en sus posturas más pesimistas y temerosas causan una ternura difícil de explicar. “Pienso que eso ocurre porque es nuestro pesimismo –opina D’Angelo–. Eso es muy argentino. Los argentinos vivimos parados sobre lo negativo. Hasta nuestra alegría es triste. Cuando nos juntamos con gente de otros países y cada comunidad empieza a cantar canciones autóctonas, descubrimos que no tenemos canciones alegres. Lo más alegre que tenemos es ‘Y dale alegría a mi corazón’.”
Al entrarle a la filosofía tanguera, Díaz sorprende con un don esterilizante: “Siempre que me acerqué al mundo del tango, tuve que tratar con personajes más o menos depresivos. Me refiero a muchos de los habitués de las milongas, pero también a cantantes, músicos y bailarines, muchos de los cuales te cuentan todas sus vivencias cotidianas con una melancolía que parece inevitable. Como antídoto, siempre traté de meterles humor a mis trabajos con el tango”. En sintonía, D’Angelo postula: “Creo que para desplegar su magnífica poesía el tango se para en un lugar oscuro, el de la nostalgia, la ausencia y el dolor. Por eso mismo, creemos que es bueno hacer humor con todo eso”.
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