TEATRO › MATíAS FELDMAN Y SU PIEZA TEATRAL HACIA DONDE CAEN LAS COSAS
Al igual que en su anterior Reflejos, el director y dramaturgo pone el foco en el mundo del trabajo como estructurador de la vida humana. “No quería una bajada de línea”, plantea Feldman sobre la obra montada en el Teatro Sarmiento.
› Por Facundo Gari
“La víctima más vulnerable frente a la inseguridad es la clase baja”, subraya Matías Feldman. Pero a no brillar por la, hasta ahí, presumible coincidencia de posturas: todos somos responsables, abre la polémica. “Vemos gente durmiendo en la calle y no hacemos nada.” En Hacia donde caen las cosas, obra teatral de su autoría que además dirige en el Teatro Sarmiento, el protagonista “despierta” del letargo de la costumbre y comienza a sentirse bastante incómodo. Se trata de un rígido empleado de seguridad (interpretado por Luciano Suardi) que escapa del guión –teatral y cultural– en el ejercicio mismo de su trabajo, hecho violento mediante. Como un loco, exhorta a su entorno y al público a abrir los ojos. “Este personaje, que representa para los progresistas todo lo que desprecian de la sociedad, empieza a hacer lo que ellos no se animan, aunque vean que algo anda mal”, generaliza.
En escena se ve el monoambiente del empleado, un espacio ordenado y anacrónico; pero además a un lado aparecen las cuerdas de los violines de Damián Bolotín y Pablo Sangiorgio, la viola de Fernando Herman y el violoncello de Pablo García, con las que ellos interpretan cuartetos de Béla Bártok y piezas de Diego Vila. La polifonía de lenguajes se completa, al otro lado, con una proyección cinematográfica que aporta un “punto de vista” alternativo de lo que ocurre en el centro: el empleado de seguridad mira su reloj, se calza la campera negra de vigilante, mira su reloj, lustra los zapatos, mira su reloj, sale a trabajar. Lo mismo al regresar: mira su reloj, se desviste, mira su reloj, cena, mira su reloj, lava los platos, mira su reloj, a dormir. Todo en tiempo real. Incluso mira su reloj y espera con languidez que llegue el momento de hacer alguna de esas otras cosas. “Rompen” esa rutina las visitas de un compañero y una amante de la oficina. Al igual que en su anterior Reflejos (de 2008 y que regresará esta temporada), Feldman refleja el mundo del trabajo como estructurador de la vida humana. “Somos seres del trabajo: pasamos la mayor parte de las horas trabajando, y nuestros amigos y relaciones amorosas provienen de ese ámbito”, observa el además cofundador del Club de Teatro Defensores de Bravard en diálogo con Página/12.
El excéntrico protagonista, cuenta, apareció en 2006, cuando bocetó la estructura de la pieza. Por cautela, prefiere no detallar dónde vio al empleado de seguridad original en el que se inspiró para confeccionar a su fanático fundamentalista del trabajo. “Era uno de esos tipos que lo sienten. ¡Parecía que estaba en una película! Entonces me comenzó a disparar...”
–¿Balas?
–No, ideas.
–¿Qué ideas?
–Me interesó generar una reflexión, no una bajada de línea, sobre el sector de la sociedad que reclama todo el tiempo seguridad mientras otros sectores la pasan mal. Reclamo que sale en los medios y que es de un nivel de violencia enorme para la clase baja. Este personaje complejiza el asunto: es “contratado”. Cuando él habla de un episodio violento en el trabajo, remarca que le pagan por eso; que enfrentó a un pobre, pero que él tiene que cuidar las cosas de la empresa.
–Tiene a disposición su propio teatro, pero presenta esta obra en una sala del circuito oficial porteño. Buena parte de su público pertenece a la clase media que la pieza critica.
–La obra no busca mostrar una metáfora de la inseguridad. Sí generar una reflexión, un rebote. Es una ficción con todas las letras; pero la reflexión aparece sobre todo por el tipo de espectador que frecuenta el Teatro Sarmiento. Al final, frente a su amante, el protagonista le dice a una mujer pobre: “Yo tengo la culpa de lo que te pasa. Ella también tiene la culpa, ella es clase media”. La clase media que reclama seguridad no se hace cargo de que también es responsable de cómo están las cosas y de que podría hacer algo. Este tipo pretende hacer algo a partir de una crisis existencial que lo rebota hacia lo social y político. Parece loco, y me interesa que el espectador lo piense. Pero que además haya un punto de inflexión en el que diga: “Ah, éste está loco, pero está diciendo una verdad muy verdadera, notable, evidente, y yo no hago nada por evitarlo”. Ojo, la obra no dice eso, sino que lo hace ese personaje con esas características. Hay algo que ahora está muy en boga: parece que es más importante ver quién emite el mensaje que el mensaje mismo, aunque el contenido sea siempre fundamental. No me interesa que una obra “hable de”, sino que genere una pregunta. Si quiero decir algo, no utilizo el teatro para decirlo. Me paro en un lugar y lo digo.
–Ese coqueteo con la locura de a ratos provoca risa. ¿La cree un mecanismo de defensa frente a la incomodidad?
–Exactamente. En teatro, a veces la risa aparece no vehiculizada por un chiste, sino por una sensación de extrañamiento, un corrimiento de lo esperable. Lo que dice este personaje desde un lugar muy ingenuo es que nacer pobre es una cuestión de suerte. Quién nace en qué lugar es una lotería. Pero la pobreza es una cuestión política del sistema capitalista. En un momento, cuando hablan de culpa, infierno y castigo, él se da cuenta de que el sufrimiento en el mundo no es un merecimiento.
–¿Cuál es la riqueza de la combinación de cine y música en vivo?
–No había hecho una obra con multimedia, no me gustaba. Lo primero que surgió fue la posibilidad de utilizar un cuarteto de cuerdas en vivo. Soy músico y hace mucho que tengo ganas de hacerlo. La idea es utilizar su potencia. En la obra, la música no funciona como separadora de escenas, sino como protagonista. Hay muchas escenas en las que no hay texto, suena la música y genera relato. La cámara, lo mismo. Al principio, parece decorativa, pero luego comienza a generar relato. Ambos recursos muestran el adentro del personaje de manera sutil. Me interesa que todo lo que es soporte del teatro se vea con exageración, se devele, y que de todas maneras la ficción ocurra.
–Según dónde el espectador pose la tensión, se generan diversos efectos. Si sólo se observa la proyección, combinada con la música produce una estética audiovisual muy particular.
–Me han dicho que tiene algo de las películas de (Aki) Kaurismäki y de (Rainer Werner) Fassbinder. No lo pensé, pero el bagaje que uno trae da vueltas. Me interesó el procedimiento de los puntos de vista que inauguró el Barroco. Acá, puedo ver la ficción desde el cinematográfico, el teatral y el musical.
–En Reflejos se había abocado a la simpleza de recursos. Hacia donde... es lo opuesto.
–Tiene que ver con dónde uno hace una obra teatral. Hice Reflejos en mi teatro, y surgió por la necesidad de un espacio de exhibición y producción frente a ciertas condiciones incómodas de otros teatros. El Defensores le dio una estética a la obra: no necesitó luces ni escenografía. Reflejos no tiene luz, salvo la que está sobre los espectadores. Y el público está enfrentado. Acá eso es lo mismo: muestro el artilugio y la ficción sucede igual. En este caso, con mucha más producción.
* Funciones de Hacia donde caen las cosas: jueves, viernes y sábados a las 21 y domingos a las 20, en el Teatro Sarmiento (Av. Sarmiento 2715). Actúan: Luciano Suardi, Alan Bogado, Jackie Cabezas, Santiago Gobernori, Juliana Muras y Lorena Vega.
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