TEATRO › ANA LUZ KALLSTEN Y SU PIEZA TEATRAL UNA FELICIDAD POSIBLE
La actriz recorre textos de la escritora Clarice Lispector. La obra puede entenderse como el homenaje de una fanática a su autora favorita, pero también ofrece la mirada de una joven sobre los distintos estadios de la vida, hilados por el deseo.
› Por María Daniela Yaccar
A Clarice Lispector le encantaba la palabra misterio. Qué hay si no eso –para ciertos motivos no hay estadísticas– detrás de la fascinación que la autora despierta en las jóvenes; en la Argentina, particularmente, luego de que aparecieran no hace mucho sus libros de crónicas. “Definitivamente me cambió la vida”, desliza Ana Luz Kallsten, quien en algunos momentos de la entrevista con Página/12 hablará como una lectora corriente, mientras que en otros –sin salirse nunca del enamoramiento– brindará detalles de Una felicidad posible, obra de la que es autora y única actriz. Monólogo dulce y desesperado que recorre textos de Lispector, con un respeto afiebrado por la palabra de la escritora, Una felicidad posible (miércoles a las 20.30 y domingos a las 14 en Querida Elena, Pi y Margall 1124) es el homenaje de una fanática, pero también la mirada de una joven sobre los distintos estadios de la vida, hilados por el deseo.
Lo curioso –y he aquí el misterio– es el insistente empeño de las teatristas por escenificar ese universo poco tangible, difícilmente encasillable y abrumadoramente sensorial que edifica Clarice en sus cuentos, novelas y crónicas. Una felicidad posible no es el primer intento. El año pasado convivieron en la cartelera porteña Muaré (danza teatro), Corazones salvajes (teatro más convencional) y Cariño (rareza que combinaba danza, teatro y música), tres propuestas bien diferentes –todas nacidas de lectoras apasionadas– que demostraron lo que puede hacerse en el escenario con la literatura de Lispector: todo, aunque parezca que nada. La obra de Kallsten lo reconfirma. Ella, de sólo 23 años, fue por el camino del unipersonal por una razón: “Compartir el imaginario de Clarice con otra persona me resultaba muy difícil”, explica quien comenzó a leerla tras finalizar el secundario y nunca paró.
Kallsten, interesada sobre todo en temáticas femeninas, tiene un par de obras escritas, pero ésta es la primera que estrena. Se ocupa de aclarar que el mérito no le corresponde totalmente, ya que pronuncia los textos de Clarice al pie de la letra (consiguió los derechos). Cuenta que al principio su juventud le pesó para encarar el proyecto, porque tenía inseguridades. “Me acuerdo de que le dije a Manuel Iedvabni –quien me dirigió en Tres hermanas– ‘tengo este sueño’, y le di lo que tenía escrito para el unipersonal. Le pregunté si no le parecía demasiado joven, y me dijo: ‘En este momento estás al borde de la cornisa, date la vuelta así te empujo’.” En el camino, Kallsten encontró más apoyo “logístico”, por ejemplo de quienes la dirigen, Viviana Suraniti y Gabriel Peralta. Inquieta, Ana Luz se prepara también para el estreno de Por amor a Lou, en el Cervantes, puesta que dirigirá Iedvabni.
Una felicidad posible empieza con una cita modificada del prólogo de La pasión según G.H.: “Mi vida me quiere actriz –el original dice escritora– y entonces actúo. No tengo opción: es una íntima orden de comando”. La excusa para que Kallsten irrumpa en el escenario y vomite los textos emperifollados de Lispector (eligió “Felicidad clandestina”, “El huevo o la gallina”, “La huérfana del armario” y “La búsqueda de la dignidad”) es el recurso del teatro dentro del teatro. Rodeada de zapatos y vestuario bien femenino revoleados por el piso –ella va cambiándose de ropa ante los ojos del público–, libros y un disco de Roberto Carlos, la joven actriz personifica precisamente a una actriz “que no puede parar de actuar”, del mismo modo que Clarice escribía compulsivamente. “No podemos apuntar al imaginario popular porque ella es íntima. Por eso trabajamos desde el que le provoca a esa actriz. Lo que a vos te genera Clarice nunca lo voy a poder actuar”, reflexiona Kallsten. Todo ocurre en una sala muy pequeña, para poquísimos espectadores, al fondo de esa casa reciclada que es Querida Elena. Y el vínculo con el público es muy cercano: Kallsten hasta entrega souvenires a la salida.
La obra es la mirada de una joven sobre los distintos estadios de la vida porque ella eligió textos –le costó “muchísimo” la selección, confiesa– que abarcan desde cómo Clarice narraba su infancia hasta su visión sobre la vejez, que aparece en el libro Silencio. Entonces, al comienzo, Kallsten es una niña, luego se bambolea esperando a su amante con “El gato está triste y azul”, metamorfosea en una adulta que regaña de las apariencias para finalmente arribar a la vejez. “Clarice debería haber sido actriz –arriesga Ana Luz–, porque ella fue cada uno de sus personajes. Armó un mundo a partir de cada uno de ellos, posibilidad que te da la actuación. Los personajes no se construyen de la nada: tienen mucho de uno. Aunque uno no es sólo eso.”
–¿Cómo plasmó en la pieza su mirada sobre el viaje desde la inmadurez hasta la madurez?
–Mis tres personajes hablan de un deseo banal. Es lo único que nos mantiene vivos. El espectáculo habla de cómo hacemos carne los deseos: un libro, un ídolo popular, los hijos. Me encuentro mucho en los relatos de infancia de Clarice. Son muy felices, de mucho juego y de mucha observación. Crecí en Posadas, que no era una ciudad grande cuando yo era chica. Así que recuerdo las calles de tierra, los amigos del barrio... tengo un montón de hermanos varones, soy la única mujer. Por eso siempre tuve un tesoro: sabía de un mundo que no conocía ninguna de mis amigas. Tuve que trabajar un montón para esta obra porque hay un despliegue femenino, y yo me crié masculina y práctica. En cuanto a la vejez, supongo que cuando uno se pone grande se deja afectar por el mundo. Puede decir ya está, la vida es lo que es, me entrego. Me encanta imaginar cómo voy a ser de vieja. No me da miedo.
–¿Cómo se pronuncian textos que no están escritos para ser dramatizados? ¿Por qué no los modificó?
–Me ayudó haber hecho Tres hermanas. Cuando llegué a Clarice estaba más floja. Hay mucha dramaturgia de gente de mi edad con mucho lunfardo de esta generación, entonces me dieron ganas de hacer algo actual con un lenguaje así. Me resultaba divertido. En vez de decir “me quiero matar”, quería decir “querría hacer algo que reventase junto al tendón tenso que sostiene mi corazón”. Lo curioso de la literatura de Clarice es que, cuando uno entra en la situación banal que cuenta, ella tira una flecha en el medio del pecho de quien la lee. Hay algo de eso, inconsciente, en el espectáculo. Pero también nos cuidamos de que no se genere una advertencia de que lo que viene es importante.
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