TEATRO › MARTIN WOLF HABLA DE SU OBRA EL AIRE DE MI PAPA, QUE PUEDE VERSE EN QUERIDA ELENA
El director y actor muestra a tres mujeres con dolencias relacionadas con el marido de una de ellas y a un amigo que las insta a transformar sus cuerpos “sensorialmente atrofiados”.
› Por Cecilia Hopkins
En El aire de mi papá, una psicoanalista, su mejor amiga y una paciente padecen síntomas de diversas dolencias –tanto del cuerpo como del alma– a causa de un mismo hombre, el marido de la terapeuta. Con situaciones de humor inspiradas en las comedias de Woody Allen, la obra de Martín Wolf puede verse los viernes a las 21 en la sala Querida Elena (Py y Margall 1124, a una cuadra del Parque Lezama). Tras el comienzo paródico, la obra alza vuelo propio a partir de la aparición de Javi, un amigo de la casa que irrumpe a los efectos de poner un poco de orden a la situación, pero un orden de índole conceptual. Así, insta a sus amigas a que conviertan sus síntomas en un impulso para la acción, a que transformen sus cuerpos “sensorialmente atrofiados” y los pongan en movimiento. En los intrincados consejos de este personaje se encuentra lo más original de la pieza. Porque lo que aparece como la verba insondable de un delirante, en gran parte, son fragmentos de citas de pensadores (como Rodolfo Kusch y Martínez Estrada, Spinoza y Grotowski) sobre diversos temas: la ética del teatro, el síntoma como estímulo para la acción y el colonialismo cultural, entre otros. “Durante muchos años me identifiqué con el pensamiento europeo y con el teatro de Beckett, con el planteo de un mundo roto y vacío –le dice Wolf a Página/12–. Esta obra surge como una ruptura con todo aquello: hoy me replanteo la idea de vacío, llevándolo al plano del cuerpo. Veo al teatro como un espacio para la salud, desde el cual el teatrista tiene el deber ético de contagiar, de transmitir los deseos de la vida.”
“Teatro sintomático”: así subtitula a su obra el autor y director de la pieza. Wolf, que también es investigador y docente teatral, integra el elenco de la Compañía Espacio Vacío –que dirige–, junto a Mónica Valle, Rocío Reyes Grau y Fabiana Katz. “Lo sintomático puede hacernos vivir encerrados en una jaula o puede ser la llave maestra para pasar a la era de la ética del Estar”, asegura el autor. “El asma no fue un síntoma inhibitorio ni para San Martín ni para el Che, dadas las acciones grandiosas que realizaron.”
–¿Por qué trae a colación la antinomia ser/estar, tal como la plantea Rodolfo Kusch?
–Kusch afirma que el hombre pertenece más que a una cultura, a una geo-cultura, porque el vínculo territorial define al individuo, le es vital para comprenderse y pensarse. A diferencia de los europeos, quienes se definen a partir de la noción del Ser, a los latinoamericanos nos define la idea del Estar, en lo territorial y lo colectivo.
–¿Cuál es la diferencia entre ambas nociones?
–La gran diferencia que establece Kusch se vincula con el modo de relacionarnos con la tierra: mientras que para el europeo la relación es utilitaria, de dominio, para el americano (y esto se verifica en las culturas originarias) la tierra es fuente de sabiduría y conocimiento.
–En la obra se habla de escisión, de descentramiento...
–El hombre americano se constituye culturalmente en forma escindida: aún hoy perdura la creencia de que la verdadera vida está en Europa. En consecuencia, no nos queda otra que vivir descentrados de nosotros mismos. Comprendernos desde el Estar de Kusch, nos llevaría a restituir la salud perdida y lograr la descolonización real del hombre americano.
–¿Qué otros autores cita su personaje, sobre el mismo tema?
–Allí aparece Martínez Estrada, quien vio en la sujeción al pensamiento europeo la causa de que los latinoamericanos seamos “enemigos de nosotros mismos”. Los argentinos tenemos una gran fuerza de acción, se ve en todo lo que hacemos, en lo que producimos a nivel cultural, pero el problema está en que la fuerza que ponemos en acción, lejos de volverse expansiva, termina fagocitándonos. Martínez Estrada dice que los pueblos que viven en forma atávica a la vida colonial padecen de una psicosis colectiva que hace que rechacen toda posibilidad de restituir la salud perdida.
–¿Desde qué otras perspectivas habla esta obra de la salud?
–Creo que el síntoma contiene una cantidad de información oculta sobre uno mismo. Y que si uno logra decodificarlo, el padecimiento de un síntoma puede ser transformado en algo positivo. La idea sería apropiarnos del síntoma, no negarlo ni rechazarlo. Claro que la tendencia de ocultarlo con pastillas u operaciones anula la posibilidad de conocernos.
–También el teatro aparece vinculado con la salud...
–La obra habla del teatro, y re-sitúa a este arte como una disciplina filosófica, porque posee en su sustancia las respuestas fundamentales de la existencia, la posibilidad de cambiar el mundo. Creo que la gran actividad teatral que existe en el país habla de una disciplina que nos es muy propia y que opera subvertidamente como resistencia frente al desencuentro que sufrimos los argentinos.
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