Lun 11.07.2011
espectaculos

TEATRO › ENTREVISTA AL DIRECTOR, ACTOR Y DOCENTE RAúL MEREñUK, QUE PRESENTA CON TODO RESPECTO

“Nos reímos de nosotros mismos”

Sobre la base de textos de Roberto Fontanarrosa y Niní Marshall, y con la novela Niebla, de Unamuno, como marca en la memoria, el teatrista montó una obra presentada a la manera de un café literario, donde el humor es protagonista.

› Por Hilda Cabrera

La rebeldía del personaje –frecuente en los textos para niños– y la marca que dejó en la memoria del director Raúl Mereñuk una novela de autor español, publicada a comienzos del siglo XX, incidieron en la creación de un espectáculo presentado a la manera de un café literario, donde el humor es protagonista. Con todo respeCto, un montaje de Mereñuk, toma relatos del escritor, dibujante y humorista Roberto Fontanarrosa (“Vidas privadas”, “El cazador blanco”, “La degradación de Utte Rumenigge” y “El sordo”) y textos extraídos de los escritos de la actriz y humorista Niní Marshall. La novela no olvidada es Niebla, de Miguel de Unamuno (nivola, según el término ideado por este autor, que coloca a su invención en un lugar opuesto a la novela realista). La escapada de los personajes se debe al deseo de querer ser, también ellos, habitués de ese café y de sus atrapantes veladas. Mereñuk, también actor y docente, fue profesor en la ex Escuela Nacional de Arte Dramático, diseñó programas de educación media y creó, hace ya más de dos décadas, la Escuela y el Grupo de Teatro El Arbol. Con todo respeCto –así lo pronuncia Catita (Catalina Pizzafrola Langanuzzo)– se ofrece los sábados en el Espacio Artístico Colette, del Paseo La Plaza, a modo de café dentro de un café. Allí, tres mesas con sus sillas conforman la escenografía de un bar que se recorta sobre un fondo blanco, que es al mismo tiempo ventanal y pantalla de proyección.

En diálogo con Página/12, Mereñuk se refiere a su temprano interés por el universo creativo de Fontanarrosa, estudiado y teatralizado en su Escuela de Teatro El Arbol, también centro de investigación. Y menciona, entre otros relatos, a “El mundo ha vivido equivocado” y “Sueño de barrio”. Esta vez, su propuesta en Colette incluye a Marshall y el armado de una historia, donde el guía es el Poeta. En ese café de individualidades en tránsito, los personajes han escapado de los libros que los clientes de una librería contigua dejaron abiertos. La estructura es sencilla, y el punto de partida, “Vidas privadas”, texto que en principio se narra y continúa en la escena.

–¿Por qué tomó la novela Niebla (publicada en 1914) como demostración del poder de los personajes?

–Porque es una novela –o nivola, como dice Unamuno– que me sigue pareciendo maravillosa. El protagonista y el autor confrontan sobre temas trascendentales, como la muerte y la imposible inmortalidad. El personaje se quiere suicidar y el autor se niega a hacer de él un suicida. En un trabajo sobre el escritor ruso Anton Chéjov, tomé ideas que están en Niebla.

–¿Cómo fue la incorporación de los personajes de Marshall?

–Hablé con la hija de Niní, Angeles Edelmann de Abregó, y le aclaré que no íbamos a imitar a sus personajes. Fue así que tomamos algunos, con las características que les son propias. Ellos juegan escenas con el Poeta, habitué del bar y quien “coordina” los diálogos.

–¿Sigue fiel, como docente, al entrenamiento bioenergético?

–La ejercitación, en El Arbol, se relaciona con esa técnica, y con mis estudios sobre el trabajo del actor en los seminarios del director y teórico italiano Eugenio Barba (fundador del Odin Teatret). Si bien uno va evolucionando en la forma de encarar el teatro, sigue siendo fundamental para mí el trabajo con el actor. Todo trabajo actoral es una partitura, porque hay una repetición de acciones y situaciones. Sobre el escenario, el actor celebra la vida, y debe comprometerse con su tiempo y con los espectadores. Tuve la osadía de aplicar a mis conocimientos sobre actuación una técnica que deriva de la bioenergía –que parece una palabra mágica, pero es una técnica de movimiento–. La bioenergética es un proceso de transformación de la energía que se utiliza como terapia, pero en el caso del teatro no es una terapia. El enlace del trabajo corporal con la bioenergética da resultados interesantes, porque moviliza una energía tangible, libera adrenalina y emociones.

–¿Implica una conexión más integradora entre el actor y el trabajo?

–Es otra técnica, abandonamos las que se utilizan para la relajación, porque consideramos que el actor trabaja con tensiones. En este sentido, lo importante es que el actor maneje sus propias tensiones y no que las tensiones cotidianas lo manejen a él.

–¿El estrés es un estado negativo?

–No, si se lo controla. Un artista que admiro, Tadeusz Kantor, polaco, creador del Teatro de la Muerte, sabía manejar las tensiones. Cuando la incertidumbre y la tensión son trasladadas al espectador se produce en éste una participación muy activa.

–¿Por qué se decidió por el humor de Fontanarrosa y Marshall?

–Los considero representativos del mejor humor argentino. Me pregunté qué pasaría con este espectáculo después de mi dedicación a Harold Pinter, el rumano Eugène Ionesco, Jean Anouilh, Bertolt Brecht, Jean Genet y Milan Kundera, Armando Discépolo, Roberto Arlt, Griselda Gambaro, Roberto “Tito” Cossa y Eduardo Pavlovsky. Necesitaba este humor sencillo, que no es precisamente light, que toca puntos muy sensibles a los argentinos y nos coloca en un lugar desde el cual podemos reírnos de nosotros mismos. Me animé, porque conozco bien a los intérpretes. Con algunos, viajamos a festivales internacionales, como el de La Habana, Cuba, en 1995, donde presentamos una obra mía, El imperceptible grosor de una cadera. Allí, incluí textos del poeta Roberto Juarroz, de Pavlovsky y Anouilh (fragmentos de Medea). Escribí también otra obra, Cada cuatro primaveras, partiendo de una creación colectiva con el grupo. Alude al hecho de que cada cuatro primaveras, los ciudadanos somos convocados a elegir a quienes nos gobernarán. La historia transcurre en un frigorífico, donde la gente es congelada por cuatro años, período en el que los votantes eran olvidados hasta la siguiente elección. En la puesta aparecían reses colgadas y los textos habían sido tomados, en parte, de un libro sobre congelamiento de alimentos. Todo muy metafórico.

–¿Es un desesperanzado de la política y de los políticos?

–No, aquel era otro momento. Ahora estoy esperanzado, también por mis hijas; Tatiana hizo su primer largometraje: Yo soy sola. Tuvo el éxito que le permitió el mercado. Mi otra hija es socióloga, y yo sigo con el teatro. Hace 35 años que estoy en esto, y pasaron 25 desde la creación de la escuela. Estudié dirección con Jaime Kogan y cine con distintos profesores, pero después me quedé en el teatro, investigando sobre el trabajo del actor y su entrenamiento en base a la antropología teatral. Esto me permitió dictar talleres para actores en España, México, Honduras y Puerto Rico.

–¿Abandonó la actuación?

–No totalmente. Estuve actuando en dos obras que dirigió Eva Halac, La divina pintura, en el Teatro Nacional Cervantes, y Español para extranjeros, en el espacio Caras y Caretas.

–¿Los personajes rebeldes tensan la acción?

–Con todo respeCto no da tregua, y el espectador recibe bien al Poeta, a Cándida, Don Héctor, Mónica Bedoya, La Loli, la distinguida Utte Rumenigge... Mientras seleccionaba los cuentos de Fontanarrosa no dejaba de maravillarme con cada uno de sus personajes, con sus “galanes” y sus observaciones sobre los errores de la naturaleza.

–¿Estos espectáculos promueven la vuelta a la lectura?

–Creo que sí, que entusiasma leer Sueño de barrio, donde un pacífico vecino es juzgado por tener un sueño erótico con una jovencita, y otros relatos sobre el “ser argentino”. Fontanarrosa y Niní, a su manera, muestran las flaquezas con gracia y sin crueldad, totalmente opuestos a cierto chabacano humor argentino.

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