TEATRO › CRUZANDO LA VENTANA, LA NUEVA PUESTA DE MATíAS VITALI
El joven dramaturgo, actor y director señala que en su montaje buscó evitar la imposición “de lo que se puede hacer en teatro y lo que no”. El resultado es una comedia dramática en la que el humor funciona como “maquillaje de lo terrible”.
› Por Paula Sabatés
Konstantin Stanislavski es, indudablemente, el pedagogo teatral más influyente desde el siglo XIX: sus métodos interpretativos –aunque cuestionados, incluso por él mismo– fueron y son adoptados por innumerables directores de escena y compañías de todo el mundo. Su imponente “teoría del mostrar”, sin embargo, fue cuestionada con altura por Bertolt Brecht, que propuso un modelo de teatro épico en desmedro de la dramaturgia romántica de la época, en la cual predominaba el rol de un individuo que se enfrenta a una sociedad que no lo comprende. Brecht no compartía esa idea de individualidad. Para él, la relación entre los individuos, y no la de éstos con la sociedad, debía ser la materia prima del teatro. Sus aportes no sólo sirvieron para modificar el contenido de las obras, sino esencialmente para modificar la forma teatral, los principios constructivos a partir de los cuales se exhiben esos contenidos.
Muchos de los postulados más importantes de Brecht –entre ellos la política de generar espectadores activos que pongan en funcionamiento la conciencia social y la idea de final abierto–, se ven plasmados en Cruzando la ventana, séptimo trabajo del joven actor, director y dramaturgo Matías Vitali, que se exhibe en La Ratonera Cultural (Av. Corrientes 5552), los domingos a las 18. Aunque, esquemáticamente, Vitali parece colocarse en el medio perfecto entre los dos teóricos: en la obra explora la relación de un individuo con la sociedad, pero a partir de su relación con los demás.
Cruzando la ventana es una comedia dramática, absurda por momentos, protagonizada por Vitali, Valeria Ariosto, Fernando Caron, Daniela Vacas y el exquisito Alejandro Souto. En ella, una familia por demás estructurada recibe la visita inesperada de una sobrina lejana que llega para dar vueltas el orden del hogar. Durante su tormentosa estadía, descubrirá poco a poco los secretos de esa familia, por qué su primo de 24 años tiene una niñera y la razón del hermetismo inexplicable con el cual el matrimonio conformado por sus tíos conserva a su hijo dentro de su casa.
La puesta presenta un ingenioso esquema escénico de diversos planos, donde las acciones se suceden simultánea o individualmente, pero siempre a favor de la dramatización y de la metáfora de un espacio interior que contiene todo el relato. “Lo que disparó esta obra fue pensar qué estarían haciendo el resto de las personas mientras yo estaba en mi casa, encerrado en mis cuatro paredes, escribiendo esta obra”, cuenta a Página/12 el realizador de la pieza.
–¿Qué buscó explorar con Cruzando la ventana?
–Encontré en la metáfora de la ventana lo difícil que es ampliar la visión de lo que pasa afuera del mundo de uno, si se mira al afuera desde el marco de la ventana. Mi gran motivación fue ésa, la de ampliar la visión. Y creo que es un trabajo distinto del resto, más evolucionado. Exploré mucho más allá de mis imágenes y caprichos y me saqué las ganas de hacer todo lo que quería hacer.
–¿Qué quería hacer?
–Olvidarme de la “moral teatral”, de lo que se puede hacer en teatro y lo que no. Pensé más en el público que en esa moral y creo que eso me ayudó a encontrar un estilo muy personal, que muestra lo que yo interpreto de la actividad teatral.
–En la mayoría de sus obras hay una constante mezcla de comedia y tragedia. ¿Busca eso?
–Sí, busco esa cosa ambigua porque creo que en el humor está también lo dramático, que el humor no es el simple chiste, el decir cosas graciosas, sino que uno se ríe también porque encuentra miseria en un personaje o en una situación. El humor es como el maquillaje de lo terrible y hay cosas que son indigeribles si no se abordan desde ahí.
–En esta obra, y en la mayoría de sus trabajos anteriores, se desempeña como dramaturgo, director y actor. ¿Cómo coexisten los tres Matías?
–Son muy respetuosos el uno con el otro, se piden muchos permisos. El dramaturgo trata de no pensar demasiado en las limitaciones y de hacer una escritura creativa con vuelo propio. El director trata de respetar la dramaturgia y reinterpretarla como si fuera un texto ajeno, no se queda con lo que ya entendió de ese material. Y el actor es alguien que se deja llevar por la conjunción de esos dos. De todos modos, los siento como una unidad: uno escribe porque tiene ganas de dirigir lo que le gusta actuar, entonces hay una comunión.
–Tiene 23 años y ya puso siete obras en cartel. ¿Cómo se lleva con el rótulo de “promesa del teatro independiente”?
–Me gusta, porque es lo que quiero, pero en realidad creo que ya “soy”, teatralmente. Trabajo como si ya hubiera llegado y creo que eso es lo que me da el sentido profesional, del que intento se empapen mis actores. O sea, uno siempre será una promesa porque nunca se termina de madurar en el teatro. Pero digo que ya soy parte del teatro porque lo que produzco teatralmente es lo que soy ahora. La clave fue que siempre supe lo que quería y que siempre estuve focalizado en la producción, por eso una vez que arranqué con mi primera obra, a los 18, no paré. Y a pesar de que es difícil que con esta edad te den bola en los teatros y que escuchen tu voz, el respeto llegó de la mano del trabajo, porque lo hicimos con sinceridad.
–Da la sensación de que sus obras crecen junto con usted, en lo que respecta a la maduración en la búsqueda de narrativas, temáticas y posibilidades teatrales...
–Sí, creo que hay una vinculación entre las temáticas de mis obras y las circunstancias de mi crecimiento. Me doy cuenta de que a medida que crezco mis intereses se ven reflejados en el trabajo. Mi primera obra fue un infantil y hoy estoy presentando este drama. Desde chico quise decir muchas cosas y encontré en el teatro el lugar donde plantearlas. Y, claro, no son las mismas ahora que cuando tenía 18.
–Sin embargo, sí conserva a los mismos actores. ¿A qué se debe?
–A que es difícil encontrar un grupo estable que apueste y confíe en tu propuesta. Por eso, después de trabajar con estos actores en la primera obra los volví a convocar, y así en las que siguieron, hasta que formamos un grupo, que fue mi objetivo, aunque siempre hay actores invitados. Está bueno porque se puede hacer otra exploración. Por ejemplo, en este trabajo me preocupé porque los actores se vieran distintos del trabajo anterior y creo que esa preocupación aportó a la obra, permitió ensayar otras cosas y amplificar la visión de lo que estábamos haciendo.
–¿Piensa los personajes en función de los actores con los que cuenta?
–Muchas veces sí. Sé que puedo contar con determinados actores, entonces, a la hora de escribir, como les conozco la voz y el registro actoral, escribo sus personajes pensando en lo que quiero que descubran como actores, siempre tratando de plantear cierto desafío, si no es aburrido. Y eso también cuenta para las obras en las que actúo yo, porque la dificultad es mi herramienta para crecer como actor.
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