Sábado, 17 de septiembre de 2011 | Hoy
TEATRO › JORGE EINES Y LAS IDEAS DETRáS DE SU OBRA TEJIDO ABIERTO. TEJIDO BECKETT
El director define así el modo de trabajo en su puesta, que abreva y respeta varios textos de Beckett pero ensaya otra mirada.
Por Hilda Cabrera
Está entre los argentinos que periódicamente regresan; dice amar Buenos Aires, donde nació y estudió Filosofía y Letras e hizo teatro, todo el que pudo, pero en 1976 partió a España y desde entonces reside en Madrid. “Me gusta volver”, reitera Jorge Eines, director, docente y ensayista, creador de destacadas puestas que esta vez trae Tejido abierto. Tejido Beckett (Una mirada sobre Samuel Beckett) al Teatro Nacional Cervantes. Hoy y mañana serán las últimas funciones de un entramado de investigaciones propias y fragmentos de obras del irlandés, incluidas las literarias. El deseo de avanzar sobre este autor lo llevó a indagar sobre aspectos que considera determinantes. “Toda su obra remite a lugares esenciales, absolutamente idénticos”, señala Eines. Eso idéntico que lo define es el tema metafísico. “Subrayo en él la pregunta sobre el sentido de la vida, aunque es cierto que toda gran literatura está basada en la exploración del vacío metafísico de la condición humana.”
–¿Ha sido una preocupación de otra época? ¿Es un buen momento para actualizarla?
–Claro que sí. En parte, lo he planteado por eso. En los ensayos necesité entrecruzar lo que iba sucediendo con los actores y lo que me pasaba a mí. En España, donde ya estrené Tejido..., Beckett es hoy una mala palabra para un programador. Asusta porque es un autor complejo. Aquí no es así, y me alegro. No quiero un espectador tonto. Lo primero que exijo con mis espectáculos es que el público apague el televisor que lleva dentro y sea capaz de asociar con total libertad. No busco guiar, sino dejar a cada uno librado a lo que le pase.
–En el montaje señala cuatro “segmentos”. ¿Qué se propuso?
–Mi búsqueda fue hacia el origen de los personajes de Beckett, y a su esfuerzo por hablar del vacío metafísico, como antes en la literatura lo habían hecho Franz Kafka, James Joyce y otros. Me pregunté qué ocurre con esta condición del humano, que desde el principio de su vida sabe el final pero se siente obligado a crear. Citando a Martin Heide-gger, traté, en mi exploración, de no confundir comienzo con origen. El comienzo “me llegó” a través de Final de partida (o Fin de partida, 1957), Esperando a Godot (1952), Krapp. La última cinta (1958), y continué, pero “avanzando hacia atrás”. Descubrí –más allá de la trilogía de sus novelas Molloy, Malone muere y El innombrable e incluso de sus primeros cuentos– que aparecía un personaje, Belacqua, figura del Purgatorio de la Divina Comedia, de Dante. Es un afinador de laúdes, holgazán, al cual Beckett le agrega Shuah para convertirlo en irlandés. Los rasgos de este Belacqua Shuah se parecen a los personajes masculinos de Beckett.
–¿Y ése fue el origen?
–Armé el mito del origen junto con los actores. Investigamos y cada uno de los actores y actrices, convocados por una carta anónima en una estación abandonada, construye su Belacqua y toma para sí a los personajes de Beckett destinados al suicidio. Los salva ese tren que los obliga a esperar y les exige crear para seguir viviendo.
–¿Por qué suicidas?
–Beckett era un escéptico casi absolutamente al límite, como el filósofo y escritor francés Emil Ciorán, por hablar del escepticismo más profundo, pero vivió hasta los 83 años. Pensé en esa vitalidad y en los personajes que con su poética y humor posibilitaron un sentido de vida. Eso es lo que quise contar en escena, metaforizado en un tren, o sea en una expectativa de muerte que, al no realizarse, convierte en deudores a los personajes. Estos no tienen otra alternativa que crear para seguir viviendo. Es aquello de “mientras no muero, vivo”, y eso es para mí Esperando a Godot.
–¿Cumplir con esa deuda implica renacer?
–Uno le debe lo que es a alguien o algo. En mis trabajos le debo a mis libros, a mis puestas en escena... Eso empuja, nos hace renacer. Cuántas veces uno siente que no da más, pero sucede algo o alguien se acerca y uno sigue.
–¿Qué textos eligió?
–Tomamos personajes a partir de Belacqua Shuah, que aparece en un texto de Beckett, de 1934/5. El título del cuento es “More Pricks Than Kicks”, cuya traducción es complicada. Podríamos traducirlo como “matar mosquitos con bombas”. Arrancamos de ahí y pasamos a Primer amor y El calmante (1946). Y continuamos con otros textos, incluidas las novela Malone muere (1951) y El innombrable (1953). El segundo segmento de Tejido... es completamente literario: el de los títeres homicidas.
–¿Por qué homicidas?
–Son los individuos, cuya conducta es manejada por el contexto social. Generan vínculos histéricos, de riesgo vital, desesperanza y de-sasosiego. Manejados por fuerzas que desconocen, matan hasta lo que han amado. En el tercer segmento, entramos en los personajes/parejas de Beckett: Hamm y Clov, de Final de partida; Vladimir y Estragón; y Pozzo y Lucky, de Esperando a Godot, donde los vínculos se dan a través de la dominación. Me interesa especialmente el perverso vínculo entre Pozzo y Lucky. No pueden estar juntos ni separarse. Y el cuarto segmento contiene, trabadas y cruzadas, Esperando..., Krapp... y Los días felices.
–¿Por qué habla de esfuerzo en la construcción de una obra?
–Porque lo es, existencial y técnico. Trabajo con mis actores el de-sequilibrio y la dificultad. Nos colocamos en el lugar de la incomodidad. Combato el naturalismo del teatro estadounidense, copiar la vida. Me interesa construir con el actor algo que no está antes de que nosotros nos pongamos a trabajar. No me asusta romper un material.
–Está claro que parte de materiales valiosos...
–Como Ricardo III, de Shakespeare, que pienso traer a Buenos Aires, de las obras de Samuel Beckett y de un proyecto que comenzaré en noviembre sobre Bodas de sangre, de García Lorca. En todas creo un doble entorno. En Ricardo... es un campo de concentración, en Tejido... una estación de tren abandonada y en Bodas de sangre será un teatro. El doble entorno saca a la obra no sólo del lugar original, sino de lo aprendido y la lleva a un sitio donde es necesario investigar. Confío en mis actores y ellos en mí. Con mis actores me atrevo a desarmar obras importantes, convertirlas en escombros y trabajar a partir de ahí, siempre respetando la palabra del autor. Si uno es muy dependiente de la tradición, difícilmente logre descubrir algo. La vida se rehace a veces de los escombros. Pienso en la pulsión de vida y en que de lo único que estamos seguros es de que nos vamos a morir. Me gusta que Beckett haya dicho que desde el principio sabemos el final, pero, aquí, “estamos”.
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