TEATRO › FESTIVAL EL ISLEñO - ARTE EN NATURALEZA
› Por Facundo García
La geografía cultural de Tigre es tan intrincada como sus canales. En el mapa también caben las celebraciones. Y dentro de ese rubro el Festival El isleño - Arte en naturaleza se está convirtiendo en un secreto con vocación de clásico. Al menos eso es lo que pareció quedar demostrado en el fin de semana que pasó. Los enterados empezaron a arrimarse a la isla Lagunita alrededor del mediodía. A poco de desembarcar, los forasteros se topaban enseguida con el desparpajo de una reunión de amigos. “Empezamos siendo diez o quince delirantes que nos juntábamos a actuar. De pronto empezó a venir más y más gente y en las últimas ediciones se nos ocurrió que por ahí estaba bueno ampliar la convocatoria”, contó Blas Briceño, uno de los fundadores. “Supongo que el crecimiento tiene que ver con que las personas de la ciudad necesitan disfrutar una jornada en comunidad, con escenarios que no tienen ningún muro, ni real ni imaginario, entre los actores y el público”, dijo.
La primera puesta adelantó el tono del resto. El pozo de lo que había sido un estanque se aprovechó como anfiteatro natural para que se inaugurara oficialmente el festival a través de un fragmento de El teatrista, de Thomas Bernhard. Más tarde llegaron, entre otras, Pequeño Casamiento, de Luis Cano, con dirección de Fabián Díaz, y El día de una soñadora, de Copi, dirigida por Juan Lange. Luego del vino, el asado, las delicatessen vegetarianas y la primera tanda de obras, la agrupación Ladrones de Quinotos! se destacó con El viaje de Hervé, una sutil adaptación de la novela Seda, de Alessandro Baricco. El sol se puso y se encendieron las antorchas. Murder trajo a cuatro personajes y un crimen en un entorno fluvial, con dirección de Cristina Blanco. Simultáneamente, los músicos jugaban entre instalaciones, comida y clases de yoga.
Así que el hippismo sigue vivo en el Delta. Según los organizadores, con lo recaudado apenas se cubren los costos; aunque a juzgar por el caserón y las decenas de hectáreas que se usan como sede del evento tampoco da la impresión de que anden necesitando demasiados fondos. Como sea, nadie está ahí por el dinero, salvo quizá algún parrillero. La consigna es compartir desde la mañana los trabajos que artistas de diversas disciplinas vienen ensayando desde hace meses. Enumerar los veinte espectáculos y puntualizar que hubo medio millar de visitantes probablemente no transmita el placer de sentir cómo el muelle, la laguna, las balsas, los gallineros, los puentes, el olor de los tilos y la humedad de la tierra se integraron a las obras con la naturalidad de lo que estuvo siempre ahí, esperando para ser valorado.
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